Desde Santiago.Una interminable serpentina de colores es lo que parece la Alameda vista desde arriba. Son centenares de miles de mujeres que marchan en su día hacia la Plaza de la Dignidad, su plaza, la de todas los chilenas que quieren voltear el patriarcado, refundar el Estado y que renuncie el presidente Sebastián Piñera. Bien entrado el mediodía la movilización –que para la Coordinadora 8M tuvo dos millones de asistentes y 125 mil para el gobierno – es un tapiz de identidades políticas, sociales, territoriales y de género. Feministas, comunistas, socialistas, trotskistas, anarquistas, estudiantes, profesoras, amas de casa, abuelas, madres, hijas, nietas, lesbianas, heterosexuales, de pueblos originarios, discapacitadas, todas avanzan buscando forjar su propio destino. Las pacas y los pacos – así se llama a las carabineras y carabineros aquí – se muestran en las intersecciones de la extensa avenida con otras calles. Por momentos están cara a cara con las manifestantes, como en el GAM (el Centro Cultural Gabriela Mistral) donde la situación se tensa pero no pasa de ahí.

Galia Sandoval se protege a la sombra con su hija y su nieta de un sol impiadoso. Dice que “Chile despertó. Estaba muy dormido, esperábamos que con la democracia nos arreglaran pero seguimos igual que con el gobierno de Pinochet, el de la Concertación, el de Piñera. Fuimos demasiado pasivos”. Pone como ejemplo que “acá hay un problema gravísimo con la salud. El que tiene plata se mejora y el que no vive a puro paracetamol”. A metros de la Plaza Baquedano o de la Dignidad como la rebautizó la gente movilizada, resuena la voz de Natalia Valdebenito, conocida comediante que improvisa un discurso que es seguido con frases o aplausos de aprobación. Está apoyada en la ventana de un edificio y dice que “el nuevo Chile lo haremos todas nosotras, con nuestras propias manos”.

Debajo de ese palco improvisado y desde el que se escucha su mensaje amplificado, la Alameda ya es un mosaico de mujeres que vienen y van. Llegan desde distintas regiones de Chile. Agrupadas o sueltas se sacan fotografías, se reúnen en el GAM, improvisan coreografías, se arriman hasta las carabineras para cantarles “Paca jalera, no sos mi compañera” y mostrarles sus pechos pintados. Una mujer nos dice el significado de la palabra jalera: “que aspira coca”.

El Partido Alternativa Feminista (PAF) en formación es uno de los que hace punta en la mañana. Son medio centenar de militantes y parecen un prodigio de creatividad. Entonan el clásico “Que muera Piñera pero no mi compañera” y siguen sin parar: “Paco machista, tu hijo es feminista”, “Puta, maraca, pero nunca paca”. Por la mano contraria de la Alameda marchan más reposadas las mujeres del Partido Socialista. Claudia, una de las que integra la columna comenta que “no es un día para festejar” y que las seguidoras de Salvador Allende “estamos por el apruebo en el plebiscito del 26 de abril”. Ese día se decidirá si se modifica o mantiene la constitución actual.

En una esquina a cinco cuadras de la Plaza de la Dignidad, el Colegio de Profesores de Chile espera su momento para avanzar. Viviana, docente, una mujer de mediana edad, explica que “lo primero por lo que estamos aquí es una educación libre y sin miedo para todas las niñas y mujeres; pero además seguimos luchando por la deuda histórica con las profesoras que se están muriendo, no la cobran y el Estado no les permite jubilarse”. Al lado, sus compañeras cantan: “Arriba las manos abajo los plumones, nosotros, nosotras, no educamos machistas opresores”.

Algunas escaramuzas de manifestantes con carros hidrantes confirman que la violencia espera agazapada a la vuelta de cualquier esquina. No son graves los enfrentamientos porque comparados con las muertes que acumulan los carabineros, otras violencias parecen naturalizadas. El parte oficial al final de la jornada señala que hubo 14 uniformados heridos y 7 detenidos. Pero el Instituto de Derechos Humanos (INDH) denuncia que se realizó un desmedido uso de gas pimienta y que sus propios integrantes fueron afectados.

Estos incidentes sucedieron cuando la marcha estaba terminando en las inmediaciones del Palacio de la Moneda. La zona había sido vallada a su alrededor para que las asistentes a la Plaza de la Dignidad no se acercaran. A unos metros de la Alameda un pequeño grupo de turistas ajeno al 8M le tomaba fotos a un aguilucho que se posó en la copa de un árbol. Parecía una escena sacada de Animal Planet.

Cristian, uno de los hombres en abrumadora minoría durante la formidable y colorida movilización, tuvo que vendarse la pantorrilla derecha en un puesto de auxilio médico. Parecía una víctima más de la represión. Este cronista pudo confirmarlo, aunque él aclaró que le habían tirado “un gas lacrimógeno hace siete días y me provocó un edema del que sigo tratándome porque tuve infección en un pie”. Hay cientos de estos casos. Son secuelas que jamás alimentarán las estadísticas de asesinatos, torturas, desapariciones y violaciones cometidas por el aparato del Estado.

Santiago, con sus siete millones de habitantes, fue la caja de resonancia del 8M, pero no la única que se escuchó en todo Chile. Las calles de Valparaíso, Concepción, Osorno y Puerto Montt también fueron desbordadas por mujeres que salieron a decir basta. Las Tesis, un colectivo feminista, le puso letra a la marcha, acaso una de las más numerosas que hubo ayer en el mundo. Su tema "Un violador en tu camino" se transformó en el himno que identifica a la lucha que va en una sola dirección. La abolición del patriarcado que, como decían muchas pancartas, “nos da Patri-Arcadas”.

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