Al principio da toda la impresión de tratarse de una simple coleccionista; el anuncio que publicó Irene, sino era del todo ambiguo, tampoco dejaba entrever sus verdaderas intenciones. “Recibo vestidos que jamás venderías pero que no querés regalar por temor a que se olviden. Arreglamos en acuerdo el monto. Doy garantía”. Si algo no podía imaginar era la cantidad de mujeres que pronto se pondrían en contacto con ella y de algún modo darían origen a El hombre más lindo del mundo, nouvelle de la escritora chilena Malena Martinic Magan. “Si algo pretendía fue poner en tensión paradigmas irreductibles que siguen formateando nuestros modos de amar. Las diversas historias presentes en el libro intentan sumar complejidad a estereotipos que van desde el amor romántico como ideal hasta el fin del amor como afecto primario de intercambio. Interpelando nuestros modos, incluso, de vivir los feminismos. Me resulta importante destacar que no es un ensayo, ni pretende aportar data sobre la militancia feminista. Es una ficción que se regodea en la tensión”, señala la autora, nacida 1967, en Punta Arenas, frente al Estrecho de Magallanes. Hija de padres militantes y comprometidos con el gobierno de Salvador Allende, debió dejar su país y exiliarse al sur de Argentina  Vivió en varias ciudades hasta radicarse definitivamente en La Plata. Discípula durante varios años de Dalmiro Sáenz, anteriormente publicó Amoralarabia y Culoconculo, serie de microrelatos que abordan el mito del amor romántico. Si sus anteriores obras se enmarcan, según palabras de la propia escritora, en una reflexión continua y cotidiana de la tensión que implica vivir siendo mujer en un país latinoamericano, en El hombre más lindo del mundo conviven mujeres en contextos variados y momentos históricos diferentes con una marca de lo político siempre presente. “En cada historia de amor hay una mujer dando de más. Entregando lo que tienen en el afán de ser recordadas. Y ahí se apuntala mi manía, en garantizar memoria. Soy algo así como un archivo, lo que puede ser dicho” piensa Irene frente a un vestidor que llegará a tener más de cien ejemplares. “Entonces entre vestidos y puntadas y tantas sumisiones históricas de un modelo patriarcal; entre miedos, tormentas, nacimientos y muertes; sobre silencios y mentiras, sincericidios y gritos, así construiré mi armario”. Ahora sólo resta emprender el viaje, ir en busca de aquellos vestidos que guardan y sostienen una gran variedad de historias entrelazadas, secretos ocultos entre sus pliegues. Abordando el género de la crónica y con una sutil prosa poética, Malena Martinic Magan resuelve de manera original la estructura de la nouevelle presentando, a modo introductorio, una descripción muy precisa de cada uno de los vestidos que anteceden a cada historia. “Vestido de brocato negro con escote en V. Manguitas japonesas cortas. Cierre ciego al costado. Falda tubo larga a media pierna con florones bordados a mano en hilo perlado en naranja y blanco”, dice Irene en el capítulo que abre la larga serie y tiene como protagonista principal a Victoria, una de las primeras afiliadas al partido justicialista y tiene muy presente el modo en que se educaban a las mujeres en aquella época con relación a las decisiones que debían marcar un rumbo definitivo en el plano social –los noviazgos y casamientos, el concepto de familia– y el modo secreto, acaso vergonzoso con que se pensaba en ciertos estratos el vínculo con la sexualidad y el propio cuerpo. 

“Vas a estar enferma todos los meses”, le dirá la madre a su hija Victoria. “Nada de lavarte el pelo ni meterte al mar. Nada de sol. Cuidado con la ropa porque es común no darte cuenta y andar manchada. Ojo con dejar el algodón en cualquier parte, tu padre y tus hermanos no tienen por qué ver esto. No hace falta que se enteren cuando estás enferma. También se le dice la regla o estar indispuesta. A mi me gusta decirle enferma porque nadie sabe de qué hablamos” Y de repente se desprenderá una historia de amor de aquel vestido que aún está impregnado de un perfume que permite evocar un dolor indescifrable, un amor que fue victima de los mandamientos sociales. El capítulo titulado “La Galensa”, encuentra a Irene en Puerto Madryn, más específicamente en Gaiman, un pueblo galés a unos 80 kilómetros de Madryn, en el valle del río de Chubut, allí la estará esperando Rhonda una mujer muy mayor ya que desea entregarle un vestido que guarda una historia de abnegación por amor luego de un accidente que cambió para siempre el rumbo de una vida colmada de proyectos. Hay muchos viajes y la posibilidad de acceder a diversas percepciones de lo real en El hombre más lindo del mundo, como sucede en el capítulo titulado “Carolina”, donde Irene viaja hasta la Ciudad Blanca, un barrio al oeste de sucre para recibir un vestido y una historia hermosa y trágica a la vez, quizá una de las más logradas del libro, donde el universo culinario es un puente tendido para acceder a una zona del amor donde la muerte o el abandono no lo deja todo incluso sino que permite establecer un diálogo íntimo, intraducible. “Me puse este vestido blanco como cordillera, en el pecho el tumi y me cubrí con una manta sagrada. Arreglé mi pelo, suelto, cano. Cociné maíz bravo, picante, dulce e irreverente”. Vestidos que hay que buscar a Yuspe desde Cosquín para escuchar la historia de un hombre que por amor se vestía de mujer. O regresar a un Chile de la dictadura de Pinochet para que una mujer entregue un vestido de la niña que fue la noche en que su padre rescató de entre las llamas una muñeca mientras la fogata se alimentaba de libros. La actriz que le robó un vestido a Victoria Ocampo para representar un personaje de empleada domestica como Fani y entre la culpa y el orgullo develará toda clase de secretos, son algunas de las historias que Malena Martinic Magan narra en El hombre más lindo del mundo, una nouvelle comprometida con las rupturas que propician el ejercicio de una libertad en igualdad.