Miss Anthropocene es un juego de palabras. Significa “Señora Antropoceno”, en referencia al término acuñado por el científico Paul J. Crutzen para definir la era geológica en la que vivimos, donde el planeta ya no cambia por procesos naturales que llevan milenios sino por la acción (y destrucción) humana, que hace estragos en breves períodos de tiempo. Y de paso, por sonoridad, esas palabras juntas remiten a la misantropía, el término que remite al desprecio por la raza humana. Bueno, así, Miss Anthropocene, se llama el flamante álbum de Grimes , el largamente esperado quinto disco de la cantante, compositora y productora canadiense Claire Boucher, que solo publicaba videos o colaboraciones desde su exitoso Art Angels de 2015.

 

En gran parte de ese período, Grimes cultivó un perfil muy bajo, giró lo justo y necesario, y poco se supo sobre su relación con Elon Musk luego de que se mostraran juntos por primera vez en el METGala de 2018. Ya desde 2017 los tracks habían empezado a aparecer. Pero muy al modo de Grimes, siempre crítica e indecisa con respecto a su propio trabajo, nunca se supo si terminarían o no en un álbum. En este período, además, los discursos contrahegemónicos se afianzaron y cobraron mayor visibilidad en el mundo. Feminismo, antirracismo, animalismo: se comenzaron a revisar privilegios y relaciones de poder históricamente productoras y cristalizadoras de desigualdad estructural, en una búsqueda por des-derechizar el sentido común.

Recientemente Grimes fue duramente criticada por sus pares y por el periodismo, por de alguna manera encarnar el privilegio blanco. La artista Zola Jesus y el productor electrónico Devon Welsh (ex Majical Cloud, su amigo y colaborador) la cruzaron públicamente y la llamaron silicon fascist (algo así como “fascista de Silicon Valley”) por sus dichos sobre la inteligencia artificial en el futuro de la música: Grimes afirmó en un podcast al que fue invitada que pronto la IA reemplazaría la creatividad humana y que la música en vivo “está en vías de volverse obsoleta”.

Su poética distante y nunca terrenal, su falta de realismo, su obsesión con la tecnología, los robots y –para colmo– la inteligencia artificial, puede parecer que poco tienen que ver con las preocupaciones ante un contexto global en decadencia. Y eso le costó un fuerte cuestionamiento, ya que fue básicamente acusada de no vivir en la realidad, y por lo tanto, de no hacer nada por modificarla.

La artista que llegó del ciberespacio

Grimes es una productora de música electrónica completamente independiente que se creó sola como artista, apenas de post-adolescente, y que de alguna forma fue pionera del pop bubblegum DIY. Pero ahora se la acusa –no sin un marcado sexismo– abiertamente de trepadora, y hasta de incoherente por haberse emparejado con un multimillonario de alta visibilidad. En lo privado, Grimes es abiertamente vegana desde antes de hacerse famosa, pero siempre se asumió como no ortodoxa y poco militante

 

La canadiense fue adorada por el público y por la crítica en simultáneo, y así y todo pasó años para completar un álbum, freezada cada vez que una canción que lanzaba no conseguía colmar absolutamente todas las expectactivas. Es que se le exige una coherencia bastante arbitraria, cuando ella siempre fue, como estrella, abierta en sus contradicciones: siempre dio a entender que tan solo era una chica que no entendía bien lo que estaba pasando, que le gustaba hacer música pero no sabía qué hacer con la popularidad, que es un ser humano falible y con inseguridades como todo el mundo.

Precisamente esa falibilidad es por lo que más se la critica, pero a su vez es lo más humano de esta figura gélida que parece solo habitar el ciberespacio, razón por la cual también es criticada. Ella siempre supo que no podía contentar a todo el mundo; y a diferencia de muchas otras figuras públicas, siempre fue explícita sobre lo difícil que eso resulta. En medio de la controversia por sus dichos y su vida personal, vivió su primer embarazo y ahora la esperada salida del disco en el cual finalmente –para todos los que lo pedían– habla de la actualidad. Pero siempre a su modo retorcido, excéntrico y fantasioso.

Un relato apocalíptico para niñes gamers

Miss Anthropocene es, desde su debut en el mainstream, el álbum que más remite al sondido brumoso y lo fi de Geidi Pimbes y Halfaxa, aquellos primeros discos pre estrellato, contrastando notablemente con el artificio k pop y la estridencia frenética de Art Angels. Como esas primeras grabaciones, también es un albúm oscuro, misterioso y está inspirado en relatos oscurantistas de la antigüedad. Es su disco más conceptual, y su propia versión de la canción de protesta.

Inspirándose en las mitologías, Grimes quiso antropomorfizar un suceso catastrófico y volverlo un personaje no necesariamente negativo sino caricaturesco, algo así como Marte, el Dios de la Guerra. “Quería hacer del cambio climático algo divertido”, declaró, y claramente no fue el tipo de conciencia social que sus pares haters le pedían. Esa es una de las cosas que hacen tan especial al álbum: es Grimes siendo Grimes.

 

Uno de sus grandes triunfos es el de siempre reescribir las reglas al dar su siguiente paso. Con mayor o menor aceptación, ser única, desconcertante y aportar una visión sobre las cosas (géneros, referencias musicales, el negocio o en este caso la política) siempre fuera de la caja. La Grimes de hoy convierte la proximidad tangible del apocalipsis en una fantasía digna de contar como un mito fundacional a futuras generaciones de gamers. Bastante ambicioso.

Las referencias pop mutaron pero no se fueron. En Miss Anthropocene hay links a lo dark de todo tipo y para todos los gustos. Industrial, post punk y dream pop ochentoso y hasta la MTV para niños emos. Hay links a los años coming of age de los millenialls, con nü metal (My Name is Dark, la oscurísima Before the Fever) y también a Avril Lavigne (Delete Forever). Hay historias de héroes, batallas épicas y solemnidad gótica sobre paredes de guitarras distorsionadas, instrumentos acústicos y cuerdas. Siempre jugando con los contrapuntos, Grimes logró que de repente su quinto disco no esté tan lejos del metal escandinavo o la música celta –si hasta hay algo de ENYA, por ejemplo, en el primer tema del álbum– pero salpicado de joyitas de electropop para la pista de baile como IDORU y 4AM.

Grimes, un hada sónica en el basurero

Siempre contradictoria, sus letras nunca importaron tanto y a su vez volvieron a esconderse, a difuminarse, a ceder el protagonismo tras capas de bizarra confusión sónica. Es un álbum complejo y denso, que requiere varias escuchas y que se digiere con tiempo y atención. Una pieza cohesiva donde el talento de Boucher para la canción pop brilla y mucho, pero para llegar a esa instancia hay que atravesarlo. Es eclécico en un sentido casi inverso: toma lo peor, lo más disonante, de un enorme basurero de nostalgia sonora injustamente infravalorada.

Miss Anthropocene es, como pocos álbumes del último tiempo, inseparable del contexto y la situación. La personal de su autora y la del público receptor. El disco de embarazo de Grimes (que la semana entrante cumplirá 32 años) trata sobre la extinción humana. Es la respuesta combativa pero con ningún pie sobre la tierra para quienes la acusaban de poco combativa. La ironía de la novia del multimillonario que se lamenta por el cambio climático desde una mansión. El disco cínico de una artista que prefiere hacer chistes sobre lo tabú porque ya no tiene sentido llorar por lo inevitable, total igual nos vamos a morir. El comentario pesimista y desencantado de la fanática del progreso. El statement rockero de la joven que dijo que la música en vivo estaba obsoleta. La vuelta de Grimes como la productora más misteriosa, críptica e indescifrable del pop, o la más pop de las góticas de la vieja escuela.