Este martes se cumplen 28 años del atentado contra la Embajada de Israel en Buenos Aires. El acto de conmemoración, que se iba a realizar en la plaza seca de Arroyo y Suipacha, donde estaba el edificio de la delegación diplomática, fue suspendido a raíz del coronavirus. La semana pasada se había decidido hacer una recordación íntima, en la sede actual de la embajada encabezada por Galit Ronen, pero finalmente se desistió de esa iniciativa en virtud de que se extremaron las medidas perventivas dictadas por el Gobierno.

Como se sabe, la investigación por el atentado contra la Embajada de Israel fue aún más bochornosa que la investigación del caso AMIA. Nunca hubo un detenido, ni siquiera un sospechoso, y en algún momento se optó por acusar al jefe militar de la organización libanesa pro iraní Hezbollah, Imad Mugniyeh, aunque no se pudo aportar una sola prueba. Mugniyeh fue asesinado en Damasco, Siria, con un explosivo que estalló en el cabezal del asiento de su vehículo en febrero de 2008.

El expediente por el atentado a la embajada estuvo a cargo de la Corte Suprema de Justicia por tratarse de un hecho ocurrido en una delegación diplomática. Sin embargo, en aquellos años la investigación fue tan irregular que ni siquiera se contaron los fallecidos como corresponde. La cifra instalada fue de 29 víctimas, pero luego el secretario penal de la Corte, Esteban Canevari, en quien se delegó la causa, determinó que fueron 22.

Hace cinco años se produjo un hecho extraño. El titular de la Corte de ese momento, Ricardo Lorenzetti, sugirió que el caso estaba cerrado y que era cosa juzgada. Al día siguiente, el máximo tribunal informó que en 2001 fue detenido en Jordania un sujeto que se llama Hussein Mohamad Ibrahim Suleiman, quien admitió que le entregaron los explosivos en la Triple Frontera y que los transportó a Buenos Aires en un micro. El individuo nunca vino a declarar a la Argentina ni tiene orden de captura ni se entiende por qué no se lo extraditó en los 19 años transcurridos.

En noviembre de 2018 falleció Carlos Susevich, cuya hija Liliana murió en el atentado. Fue el denunciante emblemático de los sucesivos gobiernos que no hicieron nada por encontrar la verdad de aquel atentado.