Actualmente circulan noticias dando cuenta de un “boom editorial”, primeramente ocurrido en Italia, y luego en los demás países de Europa: la novela La peste (1947), de Albert Camus, disparó sus ventas, junto a toda una serie de libros de temática “apocalíptica”: El último hombre, de Mary Shelley, el relato “La peste escarlata”, de Jack London, la novela Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, La carretera, de Cormac McCarthy, y más. Todo, al calor de la pandemia mundial del Corona virus o COVID-19: una crisis sanitaria que ya permite ver sus vastas consecuencias económicas y sociales, conviviendo a la par con otros letales fenómenos como la “guerra del petróleo” entre Arabia Saudita, Estados Unidos y Rusia, y los enfrentamientos armados, otra guerra, en Siria, lo que además derivó en una crisis migratoria.

Tan o más rápido que las noticias sobre el mismo, el Coronavirus se propagó, y es visto como un “efecto no deseado” de la llamada globalización: las constantes e intensas interrelaciones entre los países del mundo por vía aérea, especialmente, y por diversos motivos: negocios, turismo, vacaciones. Una intensidad que tiene que ver con el avance del capitalismo, que todo lo mercantiliza y precariza; piénsese en las empresas de vuelos low cost, por caso. Aunque hay voces de algún modo optimistas en Europa ante el freno abrupto de lo que se condena como “sobreturismo” (consumismo), lo cierto es que esta “globalización”, comenzada en la década de 1980, fue la “desregulación” y transnacionalización del capital financiero a diversas áreas antes no regimentadas –o no regimentadas a fondo– para la obtención de ganancias. El circuito cultural del turismo, que incluye museos y edificios y sitios históricos, hoteles y alojamientos, gastronomía, restaurantes y transportes de diversa índole, hoy está en estado crítico, atravesado por la pandemia. Mientras el streaming reaparece y se reafirma, en un nuevo auge de las tecnologías digitales, óptimas, o al menos funcionales, para soportar el encierro de las cuarentenas dictaminadas por las autoridades de turno, otros establecimientos, como los museos y las universidades, adaptan y difunden sus contenidos también vía web. Las librerías también se adaptan a la situación, y ofrecen sus productos en versión digital (e-book), y, para el caso del papel, el envío a domicilio.

Volviendo a La peste, Camus se inspiró en el Diario del año de la peste, de Daniel Defoe. Publicado en 1722, el libro impactó, y fue inspirador para diversos artistas: Jean-Louis Barrault dirigió en teatro la obra Estado de sitio –escrita por el mismo Camus, poco después de haber publicado su novela–, y Gabriel García Márquez eligió el Diario… como el libro que se llevaría para leer en una isla desierta.

La invención de Defoe, una versión de hechos históricos reales –la peste bubónica en Londres, en 1665–, presumiblemente basada en los diarios de un tío, tiene tantas similitudes como obvias diferencias con nuestro presente. Ya en su primera página se lee: “En aquellos días carecíamos de periódicos impresos para divulgar rumores y noticias de los hechos, o para embellecerlos por obra de la imaginación humana, como hoy se ve hacer”. Hoy, a la velocidad del “en vivo y en directo”, los móviles y “enviados especiales”, las redes sociales y demás ventajas tecnológicas, arrecian los memes, y también las fake news, además de la monomanía temática –machacante, estresante– en los noticieros y demás programas televisivos, y en muchos medios de prensa, promoviendo la histeria con el tema candente del tipo “Vea las imágenes más impactantes del Coronavirus”. Y, ayer como hoy, la enfermedad se ha ido extendiendo, a cuentagotas, con velocidades diferentes, sorprendiendo y abarcando diversos países y regiones.

Se lee en el libro de Defoe: “Todos los que podían ocultar sus malestares lo hacían, para evitar que los vecinos rehuyeran su presencia y se negaran a conversar con ellos, y también para evitar que las autoridades clausuraran sus casas; amenaza que aunque todavía no era cumplida, pendía sobre la población, en extremo asustada ante la sola idea del asunto”. Y poco después: “se murmuraba que el Gobierno estaba por expedir la orden de instalar barreras y vallas en la ruta para evitar que la gente viajara”. Llegan las restricciones, la prohibición de circular, y se apostan vigilantes en las puertas (marcadas) de las casas afectadas: hay cuarentena generalizada, y la crisis continúa. Cada casa es una situación particular, con uno o más miembros infectados, con médicos y funcionarios incapaces de ingresar, con sobornos a los guardias apostados las veinticuatro horas para poder escaparse en la noche –en algunos casos huyendo de la ciudad al campo, en otros vagando con demencia o desesperación, sin rumbo o destino fijo–. Ahora, se ve la militarización de las calles de España, y se conoció el actual caso de un italiano, el actor napolitano de la serie Gomorra, Luca Franzese, encerrado con su familia y el cadáver de su hermana, reclamando asistencia: “las instituciones me abandonaron”, dijo en un video que circuló ampliamente. Y en Argentina, otro video: el de un hombre que, regresado de los Estados Unidos, atacó a golpes al guardia de seguridad del edificio, en Olivos, quien le indicó que estaba violando la cuarentena.

 

En la novela de Defoe, tras largos meses –y mucho rezo a Dios–, la peste finalmente se calma, mengua, y todo retorna a la normalidad (las casas completamente abandonadas pasaron a ser propiedad del rey). Tanto en aquella experiencia como en la de ahora, hubo ganadores y perdedores: se beneficiaron charlatanes de todo tipo, como astrólogos y curanderos. Hubo robos y toda clase de bajezas humanas, al mismo tiempo que algunas acciones de solidaridad y altruismo. La crisis actual también dejará ganadores y perdedores. Seguramente, entre los primeros, los grandes supermercados, los laboratorios y farmacias, servicios médicos privados. Incluso, en el terreno de la posible y urgentemente necesaria vacuna contra el Coronavirus se encuentra la puja –tan “intelectual” como económica– por la patente del medicamento. ¿Surgirá, como vaticinó hace algunas semanas el filósofo Slavoj Žižek en un artículo, un cuestionamiento social, político e ideológico más profundo del sistema, y el impulso de cambiarlo? De cualquier modo, esta novela-catástrofe del siglo XXI llegó para quedarse un buen tiempo, y está en pleno desarrollo, al igual que sus posibilidades de narrarse.