Pasó una semana desde que el presidente Alberto Fernández decretó una cuarentena inédita en el país por una pandemia. En principio fijada hasta el 31 de marzo, ya se especula que será ampliada por lo menos hasta mediados de abril.

Sin sentir fuerte aún los efectos del coronavirus en Salta, que se esperan incrementarán en 15 días con un número mayor de contagios, durante estos siete días el ritmo de la ciudad cambió y dejó postales nunca vistas antes y que muy probablemente no vuelvan a repetirse. 

El desierto callejero

De la peor manera, pero la pandemia resolvió por un ratito el caos vehicular salteño. No se escuchan bocinazos, la fluidez de los autos que circulan solo es interrumpida por los retenes policiales y, quizás lo más positivo, no se reportan accidentes. Las compañías de seguro agradecidas por esta extraordinaria circunstancia. 

Las calles vacías son sin duda uno de los símbolos de la cuarentena.


Barbijos a la moda 

Otra postal que perdurará en el tiempo a la hora de contar esta cuarentena es la incorporación del barbijo como elemento de uso diario y accesorio fundamental para salir a la calle. Por más que especialistas hayan desestimado la efectividad del barbijo como método de protección, a nivel psicológico se convierte en un escudo infranqueable para las travesías urbanas.


Salta, tierra de poetas, cantores y vallas

Controlar, cercar, prevenir, desviar, impedir, y así se le pueden seguir agregando funciones a las vallas que se multiplican de a cientos por toda la ciudad. Edificios rodeados, esquinas tapiadas, peatonales cerradas, todos paisajes en los que se cuela una valla como el elemento que los hace posible.

Pandemia mata marketing


Los comerciantes autorizados a seguir trabajando, por su relación con la venta de alimentos principalmente, se vieron urgidos de improvisar medidas de prevención aplicando todo la información que tenían a mano. Límites de clientes en simultáneo, lejanía en los mostradores, trincheras en las puertas o tomar la fiebre fueron algunos de los recursos que hecharon a mano.

En iglesia cerrada no entra coronavirus

Con rejas clausuradas y transmisiones online, la Iglesia Católica desistió de la idea inicial de mantener los templos abiertos y debió aggiornarse a los tiempos de pandemia que corren. Bautismos, comuniones y casamientos deberán esperar.


Filas largas y silenciosas

En negocios grandes y chicos, la limitación de clientes causó que las filas de personas esperando a ingresar se repitiesen por toda la ciudad. Largas, por la necesidad de sostener la distancia social recomendada, y casi silenciosas, sin posibilidad de entablar ocasionales conversaciones con esos temas que solo en las colas y en los ascensores pueden tener más de dos palabras de desarrollo. Supermercados, verdulerías y hasta ferreterías (Alberto tenía razón) acumulan compradores en sus puertas.


Noche de perros

El brutal silencio de las noches de cuarentena se hace sentir. No hay autos bramando, reggaeton o cumbia a todo volumen, tampoco gritos de peatones. En la noche solamente se escuchan ladridos de perros que dialogan a la distancia. Alguna vez el Cuchi Leguizamón supo interpretar en los rococos un coro que entonaba chacareras. Hoy el legendario músico salteño estaría buscando en qué nota y con qué melodía ladran sin interrupciones los caschis, callejeros y domiciliarios, invisibles en las vacías noches de la ciudad.