El coronavirus nos deja sin cuerpo público. Al sacarlo a la calle para lo indispensable registramos que estamos expuestos al riesgo. Vemos a alguien mayor y le pedimos que se guarde, que le hacemos las compras. Nos lamentamos por las largas colas de jubilados esperando en los bancos, una de las imágenes más tristes de la cuarentena. Tener un techo se vivencia más que antes como privilegio. No hace falta apelar a ninguna teoría conspirativa, por más que resulte tentador cuando justo pasaba que Latinoamérica estaba estallando. Desespera pensar en un pueblo inmovilizado, que no puede hablar, abrazarse, marchar, reunirse.

Este efecto político tiene, también, efectos devastadores en el plano de la cultura: todas las manifestaciones se encuentran en graves problemas. Caída del 70 por ciento en las ventas de librerías. Cancelación de al menos 46 rodajes. Todos los recitales suspendidos. Los artistas callejeros, siempre en el margen y perseguidos, no pueden ir por su pan de cada día. Y el teatro se halla en un abismo. Por estos días no existe. Es una pequeña muerte.

Cuando la tormenta pase, ¿cómo será la resurrección? ¿Qué va a suceder con el ritual de los cuerpos vibrando en un mismo espacio? ¿Y con las clases de teatro, imposibles de suceder sin cercanía entre las personas? ¿Se reformulará el arte de actuar? ¿A un metro de distancia? ¿Con máscaras? El presente es malo. El futuro, poco prometedor. En diálogo con este diario, Mauricio Kartun advertía sobre lo difícil que será, a largo plazo, que la información que ahora tenemos en el cuerpo –que todo extraño engendra un peligro- se esfume como para permitirnos sentarnos en una butaca al lado de otros.

El sistema de producción se derrumba, queda expuesta toda su precariedad, y la peor consecuencia es que mucha gente quedó o quedará sin trabajo. Panorama que se contrapone con el mensaje de la efervescencia creativa que puede emerger en tiempos de crisis. Shakespeare, dicen, escribió tres obras en cuarentena. "Para el teatro, 2020 ya se terminó": la dura sentencia de Carlos Rottemberg.

El mundo teatral viene ofreciendo su respuesta. Obras disponibles en un solo click. Lo hacen los artistas por sí solos; también las salas oficiales e independientes. Una respuesta que desata polémicas en Facebook entre los puristas del convivio físico y los del convivio en cualquiera de sus formas. Los primeros dicen: el teatro no existe sin cuerpo, ¿qué sentido tiene? Los segundos: ya lo sabemos, pero ahora no queda otra y queremos seguir encontrándonos.

El reencuentro con viejos materiales, la posibilidad de volver a ver el trabajo de magistrales actores o de toparse con algo que no se vio in situ son cuestiones positivas cuando azota el pesimismo. Obviamente, no es teatro. Es el documento del teatro, sin presencia aurática. Los espectadores se multiplican, otro buen resultado: Campo minado, la notable obra de Lola Arias que reúne a excombatientes ingleses y argentinos de la guerra de Malvinas superó las 30 mil visualizaciones. La cara negativa de todo esto: ¿es otro botón de muestra de la precarización del artista? O, como se preguntó el dramaturgo y director Martín Seijoo, ¿otra forma de autoexplotación? Justamente Campo minado también sirve para ir respondiendo esto: el video fue dado de baja antes de tiempo de la web, porque el equipo de la obra consideró que el Ministerio de Cultura porteño violó la propiedad intelectual. El acuerdo era difundirlo a través de su página, pero apareció colgado en YouTube.

Tal vez esta ausencia por tiempo indeterminado, esta mutación del teatro en bytes, recuerde la política especificidad de este arte milenario que, a pesar de que estemos hiperconectados con pantallas, requiere de lo más elemental para existir. Cuerpos presentes (a qué sectores sociales pertenecen esos cuerpos o la valentía política que puedan manifestar los artistas contemporáneos podrían ser temas de otro análisis). La presencia de los cuerpos en un mismo espacio va a ser siempre política.

Bueno, ¿qué es político y qué no? ¿Toda decisión es política? ¿Dar un click es político también? ¿Es lo mismo sumarse a una actividad virtual el 24 de marzo que poner el cuerpo el 24 de marzo en Plaza de Mayo? No todo es político de la misma forma.

Desde su departamento en la Ciudad Vieja de Montevideo, Marianella Morena pone en marcha un proyecto teatral para que artistas hagan videos en sus casas. Y cita a la filósofa española Adela Cortina Orts: “Teníamos una sobreexposición de lo virtual. Ahora nos enteramos de que tenemos cuerpo”.