Al leer los nuevos relatos de Claudio Zeiger, agrupados de manera informal en torno a una misma temporada (el verano), se tiene la impresión de que al autor se le ha soltado, por fin, la mano. De una escritura más controlada y en deuda con cierta tradición literaria local, a la que aún rinde tributo, Zeiger parece haber pasado a formas más libres y aceleradas. Ahora son sus propios motivos los motores de las ficciones. En los siete cuentos de Verano interminable, si bien aparecen los personajes de escritoras y jóvenes aspirantes a escritores, de famosos ahora sin gloria, de gays asimilados a una rutina transparente y de parejas encaminadas rumbo al ocaso, es el paso del tiempo el que dirige la marea narrativa. “Pero sobre todo, la experiencia del tiempo como ciclos sucesivos más bien frustrantes, promesas de algo que se renovaría una y otra vez para, en cierto punto avanzado, volver a cerrarse sobre un núcleo de oscura identidad, algo amarillento y marchito, fragmentos del otoño en pleno verano”, se lee en “Verano interminable”. Aunque pueda parecer eterno y los personajes vivan en función de un presente idéntico, como ocurre en ese extenso cuento que da título al volumen, el verano también es la antesala de un destino insospechado. Esa conciencia, que los personajes adquieren a destiempo, tiene sus efectos de lectura.

En las tramas que sostienen las historias, siempre más de una, los tiempos se mezclan de manera centrífuga: de ellas irradian nuevos personajes, conflictos y modos de registrar a unos y otros con su tics verbales y silencios. La realidad es apenas una superficie que, al menor roce, se transforma. Con la ayuda de sus seres especulativos y dinámicos, que conservan cierto juicio sobre el absurdo en el que nadan, Zeiger intenta desenvolver el proceso de esa transformación a la manera de un strip-tease interminable donde la desnudez nunca queda expuesta. Por un lado, hay una avidez de los personajes que se expresa mediante el erotismo, el afán de creatividad o la exploración de zonas inciertas; por otro, un deseo de renuncia que se impone lentamente.

En “El futuro de la literatura gay”, el único relato que da un salto temporal hasta un cercano 2023, una pareja de hombres casados luego de la sanción de la ley de matrimonio igualitario en 2011 se percata de que detrás de las ansias de infidelidad (tan fáciles de satisfacer mediante una batería tecnológica) se esconde el aburrimiento de siempre, el mismo que antes atribuían a las parejas de heterosexuales. Enrique imagina entonces una poshomosexualidad que rompería con el sometimiento a la tiranía del sexo y la exposición a las miradas de los otros. “¿O era solo una cuestión de tiempo, de sentarse a esperar el momento en que todo eso dejara de interesarle?”, se pregunta. Cuando Jorge, su pareja, muere repentinamente a inicios de 2023, la respuesta a esa inquietud comienza a formularse primero de manera irónica. Ante el umbral de las elecciones presidenciales, el viudo se entrega a la retrospección y el análisis. “Él cenaba con esos amigos que se habían hecho los boludos durante los últimos años del gobierno peronista llamado ‘de transición’ por todo el mundo, puente de plata para el regreso de la ahora rebautizada alianza Todos Juntos”. Luego, la historia de amor entre dos gays burgueses vira al relato de fantasmas.

Hay otra dimensión que se filtra en los cuentos de Zeiger cuando establecen contrapuntos con diferentes noticias policiales que en los últimos años captaron la atención pública en el país, como los asesinatos de Lola Chomnalez en una playa de la costa uruguaya, de integrantes del Poder Judicial argentino, de financistas, ancianas y homosexuales en Recoleta y Barrio Norte en pleno verano. De manera ambigua, sin una toma posición, narradores y personajes deslizan hipótesis tan improbables como seductoras. En “La noche de Ricky Mansard”, otro de los grandes relatos de Verano interminable, una figura de la televisión surgida en los años 60, que se podría caracterizar como un homosexual de la vieja escuela que encontró amparo entre los jerarcas de los sucesivos gobiernos de facto, protagoniza un cuento que, luego de los aires de comedia, se oscurece bruscamente y conecta la serie de crímenes de odio atribuidos a taxi boys y ladrones de poca monta con el final en absoluto improvisado de un espectáculo funesto.