A mediados de los años 70, dos obras centrales en la filosofía contemporánea aparecen publicadas con una escasa distancia temporal entre sí: apenas un año. En 1975 sale Vigilar y castigar, de Michel Foucault, en donde se parte de la lectura de los métodos y dispositivos de control sobre la población como propios de un cambio histórico. Se dejaba atrás un poder soberano y de castigo por métodos de vigilancia que, en lugar de punir el crimen, buscaban prevenirlo. De ahí la prisión en sentido contemporáneo, un espacio que (en los papeles, al menos) tiene la intención de producir un conocimiento científico sobre el sujeto que permita eliminar en él todo rastro milimétrico de maldad para que vuelva a la sociedad. Luego, Foucault confirma este cambio dentro de sus estudios con la aparición del primer tomo de su Historia de la sexualidad. El poder pasaría, entonces, de haberse ejercido de una manera centralizada en la voluntad del soberano, a un modo de conocimiento, en donde ese mismo poder se vuelve más difuso, repartido en innumerables dispositivos no jerárquicos que construyen el borde por donde aparece o se crea al sujeto: la medicina, los censos poblacionales, la sociología, el psicoanálisis, inclusive, la economía. Todas disciplinas “humanas” que tenían por objeto al “humano”. Cómo cuidarlo, cómo vigilarlo, cómo entender sus cambios, cómo prevenir sus enfermedades… El poder pasó de “hacer morir y dejar vivir” a “hacer vivir y dejar morir”. 1976, año de aparición del segundo de los dos libros que contamos, hemos dicho. ¿Dónde entra este ejercicio sutil y científico de la biopolítica descubierto por Foucault en la historia argentina que se abrió el 24 de marzo del mismo año?

Maurizio Lazzarato (sociólogo y pensador italiano nacido en 1955), en su libro El capital odia a todo el mundo, establece una discusión profunda en el mismo corazón de esta línea de pensamiento, de Foucault y los pensadores que a él se vinculan o que lo retoman, sobre todo, Giorgio Agamben y Roberto Esposito, además de Deleuze, Guattari, Derrida, Toni Negri y Michael Hardt. La idea es muy clara: lo que ha perdido de vista este conjunto identificado con la intelectualidad posterior al 68, al Mayo Francés y a las numerosas revueltas que engalanaron al mundo por el mismo período, es que la violencia real y los ciclos de lucha y revolución no desaparecieron del escenario de la vida cotidiana, de la inmediatez de la praxis, sino que se trasladaron a espacios no-europeos. O sea, mientras Foucault pensaba en una línea que lo iba a acercar a su idea de micropolítica, de pequeñas resistencias como acto de respuesta al poder, mientras identificaba un pensamiento liberal que se había encargado de diluir, diseminar, extender las estrategias de control a través de mecanismos sutiles que debían ser identificados, perdía de vista que innumerables actos de violencia política y militar real se estaban llevando a cabo en países como el nuestro, en territorios que conformaban las antiguas colonias y que eran consideradas repúblicas de segunda línea por parte de un poder que seguía siendo colonialista en su corazón, y que había provocado la mutación del sistema capitalista en su variante neoliberal, iniciada por una segunda larga crisis (1978-1991), algo que Lazzarato retoma del economista egipcio Samir Amin. Esto es, si la primera larga crisis (1873-1890) produjo el mundo que terminó por estallar con las dos guerras mundiales, esta segunda larga crisis iba a dar por resultado el nacimiento de un tipo de neoliberalismo que iba a centrarse en la construcción de un oligopolio mundial, en donde un número contado de empresas se iban a convertir en poderosos agentes financieros y productivos a escala global. El mundo dominado por ese famoso 1%.

“Considero que el pensamiento filosófico de los años 60 y 70 no pudo renovar el concepto de lucha de clases”, afirma Lazzarato, tajante, en una entrevista exclusiva. “Hubo dos actitudes fundamentales y opuestas: una que abandonaba la lucha de clases creyendo justamente que, por ejemplo, la dialéctica ya no servía para pensar los conflictos políticos contemporáneos, pero sin por eso proponer ningún otro término que estuviese a la altura teórica y política de ese concepto que tanto han criticado. La otra actitud sólo reprodujo el concepto de lucha de clases limitándolo al conflicto capital-trabajo en el sentido de la enseñanza marxista clásica. Cuando en realidad, según me parece, el problema era (y es) el paso de la lucha de clases en sentido singular a la lucha de clases en sentido plural”.

¿Considera que los pensadores biopolíticos no ven o no quieren ver esta centralidad del enfrentamiento de clases?

-Cincuenta años de neoliberalismo han mostrado que, por ejemplo, la salud pública, un dispositivo biopolítico por excelencia, se encuentra completamente investida por el capital, privatizada, con fondos recortados, con la introducción de una gestión “just in time”, con una lógica de cero camas desocupadas que representan cero “stock” de camas disponibles, como si se tratase de una industria automovilística. De ahí la falta de camas, de respiradores: no producían porque no querían almacenar, no querían perder dinero guardando y planificaban la producción para no tener dinero ocioso. La lógica actual de intervención del Estado no es aquella del “cuidado de la salud de la población”, sino la que se asegura de la productividad del hospital y de la estructura sanitaria. Aquí se encuentra la lucha de clases que se desarrolla en el terreno de la biopolítica, y que los patrones y el Estado son los únicos que nunca la han abandonado, son los únicos que están dispuestos a llevar todo hasta las últimas consecuencias, esto es, la guerra y el fascismo, si es necesario. Y el hecho de que el dispositivo biopolítico sea el objeto de la lucha de clases no es solo una realidad del neoliberalismo, sino también del Estado de Bienestar aparecido en el siglo XIX y de sus extensiones e institucionalizaciones a lo largo del siglo XX. En definitiva, lo que Foucault nunca comprendió, como la casi totalidad del pensamiento filosófico, es la naturaleza del capitalismo en general y del neoliberalismo en particular.

LA LUCHA ABANDONADA

A cualquier lector local le va a llamar la atención un gesto disruptivo de Lazzarato con respecto a la producción intelectual europea: en algún punto, reconoce los vicios del eurocentrismo. Si bien siempre resulta poco agradable cuando alguien del Viejo Continente “explica” una situación cotidiana para cualquiera que viva por estos lares, Lazzarato tiene la astucia y sagacidad para reconocer que la implantación del actual neoliberalismo tiene su fecha de inicio en los golpes de Estado sudamericanos de los 70: todo comienza con la caída de Allende y nuestro trágico 24 de marzo. Allí se puso en evidencia algo que empieza a ser tangible para todo el mundo occidental hoy en día, y que Lazzarato llama la “máquina de guerra” del capital. Retomando la noción de Félix Guattari, el sociólogo italiano decide reemplazar la idea de “máquina social” por la de “máquina de guerra”. El poder militar y su violencia como origen del orden de la relación entre “vencedores” y “vencidos”.

¿La filosofía contemporánea, entonces, dejó solamente de lado el tratamiento de esta lucha de clases, o hay otros conceptos que acompañan esta caída?

-Creo que otra cosa que se le pasó por alto al pensamiento del 68 es la naturaleza del ciclo de lucha y revolución posterior a la Segunda Guerra Mundial. En ese período se dio por primera vez la posibilidad de una revolución de características mundiales. El pensamiento filosófico/político que produjo rupturas e innovaciones impresionantes en el plano conceptual, era todavía fundamentalmente de cuño europeo, mientras que el centro de las revoluciones hacía tiempo que ya no lo era. Los comunistas de la primera mitad del siglo XX, después de haberse dado cuenta de que la revolución no se había producido en Occidente, enfocaron su acción política al “pueblo oprimido” de Oriente, del sur, del colonialismo. Fue quizás la ruptura política más importante del siglo XX, porque la división entre centro y colonia, que constituía el modo de funcionamiento del capitalismo desde el momento de la acumulación originaria (1492 y el proceso de la Conquista de América), se encontraba puesto en peligro por los movimientos revolucionarios anti-colonialistas. Este ciclo de lucha y revolución encuentra su conclusión política en América Latina, con la intervención del imperialismo norteamericano y de sus economistas. Es un punto de inflexión del cual Foucault y sus seguidores evitan hablar. El pensamiento del 68 abandona el concepto de revolución justo cuando, en lo que se refiere a la historia de la humanidad, no hubo nunca tantas revoluciones como en el mismísimo siglo XX.

El gran error, entonces, fue separar una lectura de la realidad mundial por un panorama más concentrado en estas micropolíticas. Usted no niega la lectura de Foucault y compañía, sino que señala sus fallas con respecto a la lectura del presente, ¿verdad?

-La separación del “devenir revolucionario” de la “revolución” en Deleuze o la división del “proceso de liberación” y de la “práctica de la libertad”  en Foucault, pienso que ha sido nefasta. Las dos cosas no pueden andar por separado, sino, lo que nos queda es una derrota segura, si es que finalmente no se ha dado ya. En el período de posguerra aparecieron nuevos temas políticos: pienso específicamente en el movimiento de mujeres y en los movimientos anti-colonialistas. Movimientos que comenzaron, precisamente, criticando las posturas revolucionarias y sus correspondientes modelos organizativos en el período de la primera mitad del siglo XX. O sea, un modelo construido a partir de la experiencia soviética y del proceso revolucionario asiático (China, Vietnam). Creo que sin una nueva forma de organización que contemple una ruptura radical con el capitalismo no se podrá hacer ninguna reanudación de la iniciativa política. Es un hecho, la socialdemocracia murió con la derrota de la revolución. Ella existía solamente como un instrumento de integración de la ruptura revolucionaria. Cuando la revolución se eclipsó, la socialdemocracia quedó sin sentido y desapareció.

TANTAS VECES ME MATARON

El pronóstico crítico de Lazzarato también es propositivo. No sólo observa esta falta de atención histórica por parte de los pensadores del 68, contraponiendo a un intelectual economista del tercermundismo como Samir Amin a Esposito, Agamben y Toni Negri; sino que también observa que el desarrollo de los colectivos feministas y de los movimientos anti-colonialistas encuentran una clave que puede resultar provechosa para un mundo que, si no cambia, será consumido por el capitalismo en su fase neoliberal. Y es que esos grupos tienen en cuenta que la oposición es real, sigue una lógica de lucha de clases. Lazzarato considera en El capital odia a todo el mundo que la novedad de este momento histórico es que el modelo imperialista de dominación militar que antes implicaba llevar la acción bélica a países no-europeos ahora se ha transformado en la guerra al interior de la población, con grupos en directa lucha que, lentamente, comienzan a tomar conciencia de la oposición entre conjuntos con diferentes intereses.

El movimiento de los “chalecos amarillos” en Francia es un caso que lo lleva a reflexionar sobre la guerra civil como base de la política y la economía, cuyo costado negativo es el ascenso de nuevos fascismos en Brasil con Bolsonaro y en Estados Unidos con Trump. ¿Qué puede decir acerca de estas lecturas presentes en El capital odia a todo el mundo en el contexto de una pandemia mundializada?

-En un artículo que terminé el 29 de marzo, que espero que salga pronto al castellano, retomo precisamente esta idea que me parece fundamental. La actual crisis provocada por el Covid-19 es una muestra de un capitalismo moribundo, lo cual no significa que vaya a desaparecer así porque sí: ya sabemos que es un sistema que vive de crisis. El problema es que, para el capitalismo, incluso la vida es un problema de generación de renta. No hay nada humanitario en él, porque todo está puesto en función de la circulación y concentración de dinero, de poder económico. Por eso vinculo a la crisis ecológica como parte de esta crisis pandémica: una está ligada a la otra. Amin, en su idea de la segunda larga crisis, observa un tríptico de concentración, mundialización y financiarización en el origen de todas las guerras, catástrofes económicas, financieras y sanitarias, inclusive, ecológicas que hemos conocido y vamos a conocer. Y ese tríptico produce y es producido por los oligopolios internacionales, ¿o acaso la producción agrícola no está controlada por unas pocas manos que destruyen la vida natural para obtener más ganancia? ¿O no es Bolsonaro el presidente fascista de un país que vivió la catástrofe ecológica del Amazonas de hace poco tiempo? Y esto no pasa sólo en la producción agrícola. Con la financiarización, muchos oligopolios farmacéuticos han cerrado sus unidades de investigación y se limitan a comprar patentes de empresas nuevas para poseer el monopolio de la innovación. Gracias al control monopolista, luego ofrecen medicamentos a precios exorbitantes, lo que reduce su acceso por parte de los enfermos. Gilead Sciences Inc., por ejemplo, además de tener enormes dividendos por la patente del medicamento contra la hepatitis C, es también quien tiene el medicamento más prometedor contra el Covid-19. Pero si estos chacales no son expropiados, si los oligopolios de las Big Pharms no son destruidos, cualquier política de salud pública es imposible. Los sectores de “salud” no se rigen por la lógica biopolítica de “cuidar a la población” ni por la “necropolítica”, igualmente genérica. Están ordenados por dispositivos precisos, meticulosos, racionales en su locura, violentos en su desempeño, para la producción de ganancias e ingresos.

Lo mismo sucede con este panorama apocalíptico de la cuarentena. El encierro que estamos experimentando es muy similar a una prueba general de la próxima crisis “ecológica” (o atómica, como prefiera). Encerrados en casa para defendernos de un “enemigo invisible” bajo la amenaza organizada por los responsables de la situación que ha surgido. El capitalismo contemporáneo generaliza la guerra contra los vivos, pero lo ha hecho desde el comienzo de su historia, porque son objeto de su explotación y, para explotarlos, debe someterlos. La vida de los humanos, como todos pueden ver, debe estar sujeta a la lógica contable que organiza la salud pública y decide quién vive y quién muere. La vida de los no humanos está en las mismas condiciones, porque la acumulación de capital es infinita y si la vida, con su finitud, constituye un límite para su expansión, el capital lo enfrenta como todos los demás límites que encuentra, superándolos. Esta superación implica necesariamente la extinción de cada especie.

Entonces, ¿plantea el regreso a la lectura marxista de la situación mundial como la única que puede presentar herramientas para ofrecer una alternativa a la destrucción producida por la máquina de guerra del capital?

El trasfondo teórico más importante de la revolución es el marxismo, que sin dudas conserva un punto de vista eurocéntrico (y los marxismos del norte todavía lo tienen). Pero ya la revolución soviética fue una revolución en “contra de El capital de Marx”, según palabras de Gramsci. Las revoluciones asiáticas adaptaron, cambiaron e incluso enriquecieron al marxismo del cual habían tomado algunas cosas. Tenemos que seguir estos ejemplos, precisamente, porque creo que Europa no nos va a proveer de las categorías que precisamos (y creo también que el pensamiento de los 60 y 70 tampoco es muy útil para esos fines). Si la revolución puede volver a tomar la iniciativa, lo deberá hacer a nivel mundial (¡la última revolución victoriosa en Occidente fue la francesa de finales del siglo XVIII!) Y la elaboración teórica no podrá sino seguir esta dimensión global. Las revoluciones del siglo XX son las primeras que adquirieron una dinámica mundial, mientras que el capital ha tenido una estrategia global desde el año 1492, por lo que cuenta con mucha experiencia en torno a un posible conflicto en esta escala. Y, en efecto, desplazó el movimiento de los años 60 y 70 organizando una ulterior y aún más profunda mundialización.

¿Cómo evalúa finalmente el estado actual de las luchas contra este cuadro de situación?

-Ha habido tres ciclos de lucha y revolución: el socialista y europeo del siglo XIX, el comunista e internacionalista de la primera parte del siglo XX y el de la revolución mundial y social (en el sentido en que no sólo discutió los problemas en la relación capital-trabajo) del período de posguerra. Con el neoliberalismo, termina este ciclo de luchas y revoluciones. La lucha de los últimos cuarenta años ha sido pura y exclusivamente defensiva, nunca ha estado en posición de colocar en crisis a la máquina capitalista. Deberíamos comenzar a pensar seriamente el ciclo de luchas y revoluciones que se abrió en 2011 y 2019 y analizar su dimensión mundial y la diferencia entre el norte y el sur. En síntesis, creo que los índices más prometedores para una auténtica revolución no vienen, precisamente, del norte del mundo.