Después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, Julieta Rimoldi logró subir su nuevo disco a bandcamp. Esa misma noche, mientras se preparaba con toda su familia para el otoño patagónico, las estaciones de radio y televisión interrumpieron su programación habitual. Era el comienzo de una larga cuarentena. Todo se puso azul: leve de suspensión. Desde su remoto origen, Señales de un mundo nuevo había sido construido como un bunker para sobrevivir a la catástrofe. De pronto aquella necesidad íntima devenía en propósito colectivo. “Este disco está hecho para sanar –dice Rimoldi, desde Villa La Angostura-. No sé muy bien cómo se alinean los planetas, pero muchas cosas cobran sentido de acuerdo al momento en el que son dichas. Sabía que el título podía ser un poco new age, pero era el verso que me resonaba. Y lo puse. Así que esa noche, apenas subí el disco, empezaron a llegarme los comentarios de la gente. Parecía que todo hablaba de lo que todos estábamos viviendo”.

Julieta Rimoldi nació en Ushuaia durante 1977: la noche del Proceso en la ciudad de la noche más larga del mundo. Se pasó toda su infancia y buena parte de su adolescencia imantada por las montañas pero, cuando llegó a los quince años, sus padres decidieron migrar hacia Buenos Aires. Sin el marco natural de referencia, tuvo que inventarse uno nuevo. Ahí aparecieron las canciones. Primero junto a Pan de Uva y luego, en los tardíos noventa, con ENO (Experimental Noise Operation): una especie de colectivo post-rock y multimedial que se derrumbó en el 2001. Finalmente, un viaje iniciático por Europa, su paso por la EMBA y cierta fascinación con los folklores latinoamericanos la lanzaron al circuito acústico que floreció a la sombra de Cromañón. Con aquel ensamble llamado Las Buenas Semillas y un puñado de canciones ensoñadas, mecidas como un panadero por el aliento de Björk y la psicomagia.

Foto: Lucas Giotta

Inmediatamente después de presentar su disco Voy , Rimoldi armó la mochila y se lanzó en un largo y postergado viaje por Latinoamérica junto a su compañero Lucas Giotta. Era marzo de 2012. La Caravana Cantante recorrió miles de kilómetros, tendió puentes con músicos de todo el continente y acumuló experiencia como combustible espiritual para los tiempos difíciles. En febrero de 2013 regresaron a Buenos Aires y, aunque se preparaban para la buena nueva, el mundo se oscureció por completo. Un apagón existencial. Nadie tiene el mapa para salir de ese laberinto, pero tiraron del Hilo de Ariadna y unas semanas más tarde desembarcaron en Villa La Angostura. La fecha de la llegada es la fecha de un salvataje: 30 de diciembre de 2013. Tenían casa, trabajo y la mesa del Año Nuevo servida con los extraños. 

“Apenas llegué a Villa La Angostura sentí que era mi casa –dice Rimoldi-. Nunca tuve sensación de incomodidad. Es un pueblo muy chiquito que está metido adentro de un parque nacional, así que está bastante inmaculado. El progreso hace desastres, pero todavía mantiene cosas muy bellas: tiene un aire muy puro, está rodeado de lagos y montañas. Es una vida muy tranquila: si vivís el ritmo de la naturaleza, te baja el stress enseguida. En verano podemos nadar. En invierno aprovechamos la nieve para jugar. Cosechamos frutas finas, hongos y manzanas cuando es el momento. Hacemos caminatas, tenemos nuestra huerta y usamos plantas medicinales. Claro que tiene sus contras. Cuando la naturaleza se impone, se impone: si hay una nevada grande, se caen los árboles y se corta la luz durante un par de días. La parte cultural, por otro lado, casi no existe. Todo está muy enfocado al turismo. Pero bueno, cada vez que estoy un poco cruzada salgo a caminar, miro el paisaje y entro de nuevo en la órbita”.

En un abrir y cerrar de ojos, la vida había cambiado. Tomada por completo por la maternidad (tuvo, casi consecutivamente, una niña y luego dos mellizas), Rimoldi debió cambiar algunos hábitos. Históricamente nocturna, comenzó a desplazar las canciones hacia los pequeños huecos que producía el día. Así, entre sus talleres de canto y las ocupaciones prosaicas, germinó el repertorio balsámico de Señales de un mundo nuevo. Por ejemplo, la unción camarística de “Primavera”. El arpa y la voz colgada de cada nota en “Una flor va a nacer”. La vidala cósmica que, en cada verso de “Flotar en altamar”, saluda a su propia herida: “desde mi soledad te canto / brote de flor / flor que se fue volando / alma de picaflor”. Ocho canciones sin bajadas de línea, consejos ni moralejas. Ocho canciones sobre la absoluta paradoja de ser sometido a un dolor bíblico e iluminado por la maravilla doméstica.

Producido por Marcos Rocca y Christian Van Lacke, el disco logra conjugar la belleza folk de Rimoldi con el murmullo misterioso, urbano y nocturno de las grandes ciudades. Un equilibrio completamente deliberado: el resultado de muchos meses de correos y audios de whatsapp entre una dirección IP con domicilio patagónico y otra en un piso 16 del barrio de Once. Un chisporroteo no exento de conflictos pero guiado por la guitarra acústica, el sonido rústico de las primeras programaciones del rock argentino (verbigracia, el trabajo del Mono Fontana en Madre en años luz) y el universo micro-electrónico de Vespertine .

“Cuando decidí soltar y me puse a escuchar el disco, descubrí que ‘Fogón’ era un poco adivinatoria –dice Rimoldi-. Es una canción que escribió Christian para que la cantáramos nosotros y no solo describía una casa en la que él nunca había estado, sino que muchas de las cosas que menciona (la hiedra, por ejemplo) fueron llegando después. Aprovechamos la tecnología y le agradecemos muchísimo, pero esa canción simboliza una conexión que va mucho más allá de lo que un aparato nos puede dar. Siento que todos tenemos ese poder, esa sabiduría universal, de saber en nuestro interior todo el futuro, el pasado y el presente. Sabemos muchas más cosas de las que creemos, pero tenemos capas y capas que nos protegen de una verdad que puede ser muy contundente. El trasfondo del disco, en ese sentido, es la necesidad de elevarnos espiritualmente. Eso es lo que nos trae esta tormenta: una oportunidad”.