Paolo Sorrentino -creador de The Young Pope y The New Pope- debe haber babeado con las postales más recientes del Vaticano: esa misa en una Plaza de San Pedro sin fieles junto con el Vía Crucis nocturno y aterrador por motivos de una pandemia global. Las imágenes bien podrían decorar su última realización (va cada viernes a las 23 por Fox Premium Series y también puede verse por Flow). Claro que el director napolitano le habría añadido una gigantesca cruz de neón violeta, una monja lujuriosa y el mohín de un cardenal como para que el impacto no decaiga. El díptico se cierra con un nuevo pontífice -interpretado por John Malkovich- pero mantiene alta la bandera de la serie que arribara hace tres años. Nueve episodios de pura desfachatez visual, tono subversivo, el interés por los manejos de la curia y diálogos punzantes. Habemus secuelam.

El inicio de The New Pope coge el guante de los últimos acontecimientos vistos en pantalla. Pio XIII (Jude Law) quedó en coma por un ataque cardíaco y dejó al catolicismo en una situación parecida. Lenny Belardo ya lleva tres trasplantes de corazón y entre los católicos reina el desconcierto. Los fieles lo adoran como ícono (“la idolatría es el preludio de la guerra”, se dice por allí) y es por ello que la Santa Sede decide buscarle un reemplazante. Tras una serie de idas y vueltas, los cardenales se decidirán por John Brannox / Juan Pablo III (Malkovich). Un sacerdote británico que lidia con varios frentes: su carencia de poder, la angurria de los monjes negros, los escándalos sexuales, el tufo financiero y el telón de fondo del terrorismo internacional. Pero el mayor peligro, sin dudas, lo representa la sombra del papa rocker que podría despertar en cualquier momento.

Vale apuntar que la serie se toma casi dos episodios como antesala del banquete actoral a cargo de Malkovich. Ahí está el interregno de un tal Francisco II –clara referencia a Bergoglio- cuyo papado será “una larga y lujosa manifestación de la pobreza”, dice sellando su suerte. El hombre del título, por su parte, es menos carismático, más predecible y de gran muñeca política (“un homenaje a Joseph Ratzinger”, declaró Sorrentino). No lo desvela estar al frente del Catolicismo pero tiene su costado “irresponsable, indolente, pomposo y engreído”, según se confiesa. Otros dos que aparecen haciendo de las suyas son el cardenal Bernardo Gutiérrez (Javier Cámara) y el maquiavélico Angelo Voiello (Silvio Orlando). “Hacen falta ratas como yo para preparar el terreno fértil de la santidad”, desgrana el segundo. Las frases gancho también son parte de este ensayo audiovisual sobre la impostura.

Si bien el proyecto estaba concebido para una sola temporada, Sorrentino decidió “abrir de nuevo el juego” mientras editaba The Young Pope. La presencia de Malkovich, en tal caso, le permite jugar con un mazo nuevo. El enroque de actores, a su vez, opera como una indirecta al gatopardismo propio de cada fumata blanca. Law encarna lujuria artera, esta performance –o mejor dicho su atractivo- se enrosca como una víbora y envenena. El letargo de Pio XIII, por otro lado, es la excusa para que el director de La Gran Belleza se despache con sus secuencias oníricas como el de unas sensuales monjas bailando tecno. Toda la serie, en definitiva, puede ser vista como una serie de cuadros hipnóticos. En ese ida y vuelta entre realidad y artificio, aparecerán Sharon Stone y Marilyn Manson interpretándose a sí mismos. El festín kitsch, sin embargo, también se permite momentos muy íntimos y emotivos. Ahí está la secuencia del primer episodio en el que se escuchan los pedidos de los diferentes cardenales en medio del cónclave. Hay lujuria, sollozo, culpa, abnegación y, por supuesto, rosca política teñida por una fotografía imponente.