Bystrowicz y Unamuno son las directoras del documental Mujeres de la Mina. Y son sus guionistas, editoras, cámaras, productoras, distribuidoras, community managers. Loreley Unamuno es cineasta, viajó a Bolivia para cubrir la primera asunción de Evo Morales Presidente. Durante su estadía conoce a Francisca, una trabajadora de las minas de Cerro Rico, Potosí. Para qué. Francisca hablaba y Loreley ya soñaba documentar esta vida de película según el cine político. Volvió a Buenos Aires, y al contarle su colega (y amiga) Malena Bystrowicz le dijo okey hagámosla.

Mujeres de la mina estuvo lista en el 2014; recién en octubre pasado se estrenó en la Argentina. Fue premiada en festivales, y en este mes del 8M circuló como nunca y en espacios diversos como un encuentro de historiadores de la minería en CABA, en una sala de India. Poco antes se proyectó en el penal donde está presa Milagro Sala, y el paso de este ensayo y sus autoras por la provincia de Gerardo Morales estuvo cargado de presiones y censura.

En Mujeres de la mina, Lucía Armijo, Domitila Barrios de Chungara y Francisca González Santosa cuentan en primera persona sus vidas y militancias en un contexto tan árido como su destino anunciado. Y también está la mirada y la lectura de textos de Eduardo Galeano.

Ustedes dicen que se identifican con estas mujeres. ¿Cómo declamar empatía sin sonar cínicas? ¿Cómo trabajaron el relato para no caer en la mirada folk?

Malena Bystrowics: -Hacer documental tiene mucho de dejarse llevar por lo que sucede, por el encuentro, con lo que se va dando. En posproducción tuvimos que definir un discurso. Elegimos hacer énfasis en la organización: ellas tienen una realidad complicada, sí; un contexto difícil, sí; sus vidas personales son difíciles, sí. Pero no nos quedamos en la dificultad sino en las estrategias que se plantean, en las salidas, en sus fortalezas. Aparecen rituales a la pachamama, funerales, el carnaval porque eso es parte de sus vidas.

Loreley Unamuno: -Alguien nos criticó diciendo que nuestra mirada se parecía a la de los gringos. Pero todo lo que mostramos atraviesa sus vidas, no lo hicieron para la cámara. La religiosidad y las ceremonias de esa cultura ancestral es parte de ellos. Y lo colectivo es su forma de enferentar las injusticias.

Mujeres de la Mina recibió premios en categorías como feminismo y mirada de género.

M.B.: -Ese enfoque ni tuvimos que charlarlo, vemos el mundo desde este lugar. Todo el tiempo tuvimos claro que esa era la perspectiva. ¡Incluso cuestionamos a Galeano! Lo dejamos porque Galeano es Galeano.

¿Cómo fue la proyección en el penal jujeño?

L.U.: -Entramos vía una ONG que pasa películas, es de lo único que se hace. Llegamos, empezamos a armar y a los lejos la vi. Cuando pude le conté de qué trataba, que estaban Galeano y Domitila, y me dijo sí. Justo estaba leyendo a Galeano por primera vez, alguien le había regalado Mujeres. La proyección fue puro rock: las pibas hablaban con la película y entre ellas. Milagro se sentó al lado mío, la miraba y charlaba conmigo. Cuando Domitila cuenta que aprender a leer y a escribir le permitió tener voz propia, Milagro me dice: “Nosotrxs les enseñamos a leer y a escribir a un montón de mujeres que trabajaban en el ingenio azucarero, les hacían firmar condiciones de trabajo esclavo. Les enseñamos también las cuestiones de derecho laboral, y eso a mí nunca me lo perdonaron”.

En esos días Mujeres de la Mina ganaba el premio al mejor documental en el Festival de Cine de las Alturas de Jujuy.

M.B.: -¡Se ve que los jurados eran independientes!

L.U.: -Se trata de un festival que organiza el gobierno con el énfasis de instalar a Jujuy como la capital cultural del norte. Es una apuesta con mucha inversión, y este año tiene otro perfil. Había dos competencias: Ficción, con películas de primer nivel, y Documental con películas como la nuestra, coladas. Siempre en nuestras proyecciones nos presentamos y decimos que como directoras de una película sobre mujeres luchadoras no podemos no apoyar a Milagro Sala. Por eso mi presencia ahí fue polémica. Después de eso los directivos no me hablaban, yo era como la loca del festival. Tenés festivales como el de Mar del Plata donde hay muchas tensiones e intereses, hay cierta diversidad aceptada. Pero en Jujuy no hay voces disonantes. Uno de los organizadores es el hijo de Gerardo Morales. La ceremonia de entrega fue en el teatro Mitre, una especie de Teatro Colón, muy paquete, alfombra roja, celebridades, la primera plana política. Yo no pensaba que íbamos a ganar, y cuando anuncian el premio, estaban todas las chicas de vestido largo y yo con borcegos. Fue decir ¡crach! ¿Y ahora qué hago? La estaba pasando mal pero estaba contenta a la vez. Cuando me dan el micrófono digo lo mismo. En primera fila estaba uno de los directores, un tipo reaccionario que me hacía no con la cabeza. Luego hubo unos segundos de silencio total, después aplausos muy muy potentes. Bajé y atravesé el teatro frente a todas las miradas. Era octubre de 2016, junto antes de que la ONU y Amnistía empiecen a darle al caso otra visibilidad internacional.  

Esta coyuntura provincial también evidencia el sesgo de las nuevas políticas culturales.

L.U.: -Para mí lo más grave es la censura. Me hicieron el vacío total. Había trabajadores del Incaa, del cinemóvil; muchos me decían qué groso, pero me lo decían bajito, o se daban vuelta y me hacían la v o algún gesto de ¡vamos! Si a mí, que soy una porteña ocupando un lugar de privilegio me censuraron, imaginate lo que es para un laburante del Estado o un militante de alguna organización de derechos humanos. Tampoco salió en ningún medio. Haber sido tan silenciado ratificó mi sensación en relación a la gestión cultural y a la libertad de expresión.

¿Cuál es la situación del cine político, hoy?

L.U.: -Hay un cambio de paradigma en relación al financiamiento público, a la distribución y a los espacios de proyección. Esto es malo para el cine político, independiente, de autor, documental. Hasta hace poco había un montón de canales abiertos que ya no están, es complicado. Igual, no sé si se va a cortar la producción porque hoy hay más de posibilidad de producir que cuando estudiábamos, hace veinte años: las cámaras y las formas de editar son más accesibles. Al mismo tiempo, el tipo de películas que nosotras necesitamos hacer son cada vez más necesarias.