El “estado de excepción” –una de las nociones centrales del filósofo italiano Giorgio Agamben- es ese momento en el que se suspende el derecho precisamente para garantizar su continuidad e inclusive su existencia. La pandemia de Covid-19 está provocando una crisis inédita en el mundo. Muchos paradigmas, ese suelo común que se aceptaba con matices o se cuestionaba sin licencias, se tambalean y no terminan de caer. La respuesta inmediata del sector editorial, ante el aislamiento social, preventivo y obligatorio, fue desplegar una gran oferta de libros para descargar gratis, a través de diversos formatos; muchos de los títulos ofrecidos están en dominio público, pero también hay obras de reciente edición. ¿Qué sucede con los derechos de autor en este contexto? ¿Hay que liberar y compartir contenidos, hasta que pase lo peor de la pandemia; condenar las descargas gratuitas como un delito que no admite excepcionalidad alguna; o se vuelve indispensable debatir los alcances de este derecho ante la creciente necesidad de digitalizar los contenidos educativos? Página 12 consultó a María Teresa Andruetto, Hernán Vanoli y Beatriz Busaniche para reflexionar sobre los derechos de autor y el derecho al acceso y la participación en tiempos de coronavirus.

La Cámara Argentina del Libro (CAL) expresó su preocupación en defensa de los derechos autorales ante la legitimación de la liberación de contenidos durante la cuarentena. “En el marco del aislamiento social, preventivo y obligatorio muchos hábitos se han visto alterados y algunas prácticas como la liberación de contenidos que se desarrollaban de forma aislada, hoy cuentan con una amplia legitimidad. Con preocupación observamos el modo en que las obras circulan sin autorización”, advierten en un comunicado al que adhieren la Asociación de Dibujantes de Argentina (ADA), la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, (Alija), el colectivo Lij, formado por escritores, ilustradores, editores y trabajadores de la literatura infantil y juvenil; la Sociedad de Artistas Visuales Argentinos (SAVA) y el Centro de Administración de Derechos Reprográficos de Argentina (CADRA), entre otras entidades. “Entendemos que es momento de tender redes y ser solidarios, y nos alegra saber que con poemas, cuentos, ilustraciones, novelas, historietas y ensayos podemos transitar más amablemente estos días de encierro. Sin embargo, detrás de cada uno de estos contenidos hay trabajadores que hacen posible que esas ideas se conviertan en libros. Y que esos libros, gracias a las editoriales, distribuidores, libreros y mediadores (bibliotecarios, docentes y narradores) lleguen a sus manos”. El comunicado de la CAL concluye: “Para que el libro, ese artefacto que abre puertas e invita a sumergirnos en otros mundos, sobreviva a la pandemia, es necesario cuidar el trabajo de todos los que formamos parte de la industria editorial. Si vas a compartir contenidos, hacelo con responsabilidad y conocimiento de los alcances de los derechos autorales correspondientes a la obra, PEDÍ PERMISO (la mayúscula está en el comunicado). No difundas PDFs o fotocopias de autorxs con derechos vigentes”.

Liberaciones sobreactuadas

La pandemia tiene un costado muy doloroso, en primer lugar, y un carácter tan excepcional que consigue que la literatura quede un poco desteñida”, dice Hernán Vanoli a Página/12. “Esto pasa porque la práctica literaria es en cierta medida un proyecto utópico y la pandemia que vivimos, burocrática, lenta y dañina en igual medida, es un proyecto que maximiza la incertidumbre. Entonces se hace difícil leer o escribir. Uno puede engancharse con un libro, pero no con la literatura como proyecto. En ese contexto creo que para los escritores es un excelente momento para corregir lo que uno tiene en suspenso, incluso para avanzar en algo que se está trabajando, pero muy difícil para innovar”. El autor de las novelas Cataratas y Pinamar agrega que esta es una oportunidad para “ponerse al día con los libros que cada uno viene posponiendo” y que si está urgido por un texto en particular puede comprarlo a una librería o a una editorial, que están atravesando tiempos difíciles. “Internet ya liberó muchísimos libros, y por eso creo que las ‘liberaciones’ sobreactuadas de contenidos son como los ‘vivos’ de Instagram: parecen más artilugios de autopromoción que contribuciones reales”, compara el autor del ensayo El amor por la literatura en tiempos de algoritmos.

Hernán Vanoli (foto: Jorge Larrosa)

Otra normalidad

Desde Córdoba, María Teresa Andruetto subraya que, ante una situación excepcional e inédita, “las respuestas son también excepcionales y diversas”. “Yo he cedido todo lo que se me solicitó. ¿Quiénes me lo han solicitado? El Estado, el ministerio de Educación a través de las respectivas editoriales, o mejor dicho las editoriales a pedido del ministerio. He cedido varios de mis libros para adultos, varios para chicos y jóvenes; todo lo que me han pedido para la circulación de libros entre maestros lo he cedido; son ebooks por un período determinado. También he dado grabaciones de mis cuentos a maestros o profesores que están trabajando con alumnos de modo virtual y no tienen los libros a mano o no los podían comprar porque en ese momento todavía no estaban habilitadas las ventas en librerías, siempre pensando en algo que me marca mucho y es que la formación y la colaboración con los otros está más allá de mis propios intereses, más allá incluso de mi propia escritura”, reconoce la escritora que ha cedido varios de sus libros: Penguin Random House le pidió Los manchados, La mujer en cuestión, Lengua madre y Cacería; en literatura juvenil, Stefano, La niña, el corazón y la casa, La mujer vampiro y Selene; la editorial Limonero le pidió Clara y el hombre en la ventana y Calibroscopio le pidió Campeón. Todos estos títulos son para el ministerio de Educación. “La situación es excepcional; cuando esto pase, se verán cuáles son las nuevas reglas. No sabemos. Y yo creo que una de las cosas difíciles que tenemos que soportar es que no sabemos cómo va a ser el mundo después de la pandemia. Esto que entendíamos y llamábamos ‘normalidad’ va a ser de otra manera. La normalidad va a ser otra. Si las reglas son otras, uno tomará otras decisiones”.

María Teresa Andruetto (foto Sandra Cartasso)

Delitos penales

Beatriz Busaniche, Licenciada en Comunicación Social, docente de grado y posgrado en la Universidad de Buenos Aires y presidenta de la Fundación Vía Libre, organización sin fines de lucro dedicada a la defensa de derechos fundamentales en entornos mediados por tecnologías de información y comunicación, señala que junto con Creative Commons Argentina, asociaciones de bibliotecarios, docentes e investigadores académicos, han tratado de abrir este debate “desde una mirada muy distinta” a la del comunicado de la CAL. “Nosotros venimos hace muchos años hablando de este tema, pero lamentablemente siempre nos hemos topado con la dificultad de dar un debate profundo sobre una buena política pública en la cual estén contemplados los tres grandes ejes de los derechos culturales: los derechos de acceso a la cultura, los derechos de participación en la cultura y los derechos de autores; el derecho de los autores a tener una vida digna y a gozar de los beneficios que redunden de su obra porque se entiende que los autores son figuras claves en el desarrollo cultural; pero también es clave el acceso y la participación. Es imposible tener autores sin previo acceso y participación; esa es la parte que muchas veces se soslaya en el debate”, aclara Busaniche.

Beatriz Busaniche (foto: Sandra Cartasso)

“Uno de los temas centrales que pusimos sobre la mesa en esta situación de pandemia es que la gran mayoría de quienes somos docentes hemos tenido que hacer una migración a lo digital abrupta, no prevista, no planificada, y esto ha sucedido en todos los niveles educativos, en las universidades tanto públicas como privadas. Los docentes que seguimos dando acompañamiento pedagógico a nuestros alumnos tenemos que agradecer el haber hecho versiones digitales de buena parte de los materiales que usamos que nos facilitaron la tarea que ahora estamos haciendo de urgencia online. Nunca hemos debatido seriamente la posibilidad de establecer flexibilidades a los derechos de autor para distintos sectores”, explica la presidenta de la Fundación Vía Libre.

Los libros de texto y las bibliografías fundamentales del mundo académico se encuentran alcanzados por la Ley 11.723, una ley de propiedad intelectual aprobada en 1933, en un contexto tecnológico y cultural diferente al actual. “Argentina es un país que carece de flexibilidades a favor de bibliotecas; entonces la digitalización con fines de conservación, la digitalización con fines de préstamos bibliotecarios, la digitalización con fines de investigación académica, son consideradas delitos penales. La digitalización para el acceso a materiales educativos y a materiales de investigación es considerada un delito penal –enumera Busaniche-. Me parece difícil entrar en una discusión seria con un sector que sistemáticamente se opuso a la reivindicación de los derechos de acceso y participación a la cultura”. La presidenta de la Fundación Vía Libre propone observar la Convención de Berna, normativa sobre la propiedad de las obras literarias, aún vigente como marco regulador de los derechos de autor a nivel global, que establece que “los derechos de autor no son absolutos y que los países pueden arbitrar medidas para fomentar el acceso”. Busaniche sugiere que es posible “flexibilizar las regulaciones” para satisfacer el acceso y participación de sectores específicos, como las personas con discapacidades de todo tipo, las personas que trabajan en el ámbito bibliotecario y los docentes e investigadores. “La Cámara Argentina del Libro, si quiere que respetemos los derechos autorales, debería saber que también hay que contemplar los derechos de acceso y participación en la cultura a los cuales sistemáticamente se han venido negando. Sin lectores, tampoco vamos a tener autores. Y para tener lectores es imprescindible poner en el lugar que corresponde el derecho de acceso y participación”, afirma Busaniche.

Larga vida al libro

Andruetto no sabe cómo será el futuro del libro. “Al principio, la lectura digital parecía que iba a suplantar a la lectura en papel. Después se supo que no; que el papel tenía más perdurabilidad y era elegido por los lectores. Ahora, en esta nueva situación, lo digital cobra otra importancia, pero no sabemos qué va a pasar. Yo creo que coexistirán las dos maneras, pero indudablemente la situación de la cuarentena le está dando un impulso muy fuerte a lo digital”, plantea la escritora cordobesa. Vanoli exorciza el pesimismo. “No sé si va a crecer la lectura digital, porque comprar un libro es un acto poco riesgoso que sin embargo implica una salida a lo público y un desafío, con alta gratificación emocional. No sé cuántas experiencias así quedarán en pie; por lo pronto la gente no va a querer ir a recitales ni a tribunas deportivas, y las librerías son bastante seguras y nunca están muy llenas y eso puede jugarles a favor –argumenta el escritor-. Si se logran repensar como espacios de encuentro quizás salgan ganando y se compren más libros en físico. La lectura digital viene creciendo, pero su curva de aceleración no es dramática. Curiosamente, no hay gente que rechace el papel a no ser por cuestiones de almacenamiento o de precio, pero sí hay mucha gente que rechaza lo digital básicamente porque leer en digital es peor, y además es carísimo”.

En cuanto a la industria del libro, Vanoli prefiere desagregar el análisis. “Hay una industria editorial, de a momentos heroica, proveedora del sistema educativo mayormente, que en algunos casos logra integración vertical y puede llegar a ser rentable, y una industria de la impresión, que en Argentina es obsoleta en términos técnicos y depende del oligopolio del papel. Y después hay un espacio de militantes literarios que imprimen, editan, escriben, participan en festivales, se autopromocionan en busca de amor y son malos comerciantes. Ojalá haya larga vida para ellos”.