“Es un agradecimiento al lugar donde nací y donde hice mis primeros años de estudio”, explica Antonio Seguí, mail mediante. Su modo de agradecer tiene forma de presente y futuro: donó una serie de trabajos recientes al Museo Nacional del Grabado (funciona, hasta su probable traslado a Rosario, en el cuarto piso de la Casa Nacional del Bicentenario, Riobamba 985). No es la primera vez que el célebre artista argentino –reside en París- pone parte de su colección a disposición del patrimonio nacional. Al Museo de Arte Moderno de la ciudad ya había donado unas 600 piezas gráficas y al Centro de Arte Contemporáneo Chateau Carreras, de su Córdoba natal, donó parte de su colección de José Guadalupe Posadas. La reciente donación al MNG motivó una exposición de estos trabajos, los que ya estaban en patrimonio del Museo y otros de la colección personal de su amigo Julio Suaya. Y aunque pandemia mediante la muestra atraviesa un impasse –estaba programada hasta mediados de abril-, es una excusa inmejorable para el intercambio epistolar con el experimentado artista plástico, que probó prácticamente todas las técnicas de grabado conocidas.

Gran parte de esa exploración la hizo en un ecosistema que fascinaría a muchos: en un estudio en París del mítico Berni. “Berni tenía la planta baja y Julio el primer piso”, recuerda Seguí y “Julio” no es otro que Le Parc, otro de los grandes nombres de la plástica argentina. “Ahí trabajé un tiempo en compañía de Alejandro Marcos y de Jack Vañarsky”.

De todas las técnicas de grabado que experimentó, Seguí se volcó con particular entusiasmo al carborúndum. Esta técnica fue desarrollada por el norteamericano Henri Goetz durante su estancia en París a finales de la década del ’60. Goetz buscaba simplificar el tradicional proceso de grabado calcográfico. Para entonces, Seguí ya vivía y trabajaba en la capital francesa y adoptó rápidamente la técnica. “Me sedujo sobre todo la rapidez de la ejecución y la calidad de la materia”, apunta el cordobés. “No quiero establecer jerarquías, pero desde muy joven el trabajo gráfico tuvo importancia en mi obra, creo que experimenté un poco casi todas las técnicas gráficas y cada una de ellas posee cualidades fantásticas”, cuenta Seguí.

Entre su donación, el patrimonio del Museo Nacional del Grabado y lo que aportó Suaya al producir la exposición, hay un excelente muestrario de esa versatilidad y curiosidad tan propias de Seguí: aguafuertes, aguatintas, fotolitografías, linograbados, litografías, litografías a color y serigrafías (una de ellas asombra por su técnica prácticamente perfecta en diez pasadas de color).

Esa multitud de técnicas sirve de vehículo para las distintas aristas del trabajo de Seguí, desde las figuras que remiten a su infancia hasta la aparición de personalidades de la política internacional. Cada clave corresponde a una etapa de su obra, aunque muchas veces esas producciones e intereses se solapan y dialogan. En los carborundums recientes, por caso, aparecen tanto los hombres de sombrero que en alguna ocasión Seguí explicó que aludían a su padre y otros hombres de su familia, como militares. En otros momentos, como las litografías de 1965, se advierten preocupaciones complejas desde lo simbólico, que no podían resolverse mediante la síntesis de sus otros trabajos, y donde en la composición emergían sus lecturas de infancia: las historietas.

“Las historietas quedaron en mi imaginario y se convirtieron en fuente de inspiración para mi trabajo”, reflexiona Seguí. Al enumerar, aparece enseguida el mítico almanaque de Alpargatas. “Los gauchos de Molina Campos me encantaban”, rememora. “Leía además todas las revistas para chicos: Billiken, Patoruzú, Patorucito, El Tony, y más tarde Divito, Rico Tipo”, extiende su universo.

Los hombres con sombrero, tan frecuentes en su obra, forman parte de “la reconstrucción histórica de mi infancia”, revela. También “está presente en la serie de pinturas y objetos que expuse en Paris en 1966 inspirados en los juguetes populares que aparecieron en las ferias durante la guerra y que reemplazaron los más sofisticados que venían de Europa”, señala. Esa iconografía “está presente también en la serie de íconos turísticos de mi ciudad que mostré en la FIAC en 1988 y está presente posiblemente de una forma menos evidente en otras series de mi trabajo donde un cierto humor también remite a mi infancia”, puntualiza.

En cuanto a militares y figuras políticas históricas, Seguí señala que los primeros forman parte de su “abecedario plástico” mientras que los segundos aparecen particularmente en una serie “eminentemente política” llamada “Sin demagogia” que “fueron 20 litografías con los personajes políticos del momento, en el contexto de Mayo del '68”.

Seguí suele decir que sus obras son sencillas en apariencia, que no explicitan su discurso ni la historia que relatan porque espera que el espectador, al verlas, pueda completar él mismo la historia. Sin embargo, medio siglo después de ese Mayo Francés, la política sigue rondando en su obra. ¿Cómo explicar, sino, “Pasar la frontera”, que forma parte de la donación que realizó al MNG y en el que se ve a varias personas cargando sus petates hacia un destino incierto? Ese trabajo es de 2019 y, aún en estos días extraños de fronteras cerradas (y quizás por eso mismo), resulta poderosamente actual. Por eso Seguí no es sólo una figura de pasado dorado, sino también de presente indispensable.