Un fantasma recorre la historia del tango y se llama Charlo. Casi nadie lo registra, cayó en el pozo del olvido. Su nombre es una contraseña de calidad y buen gusto para los obsesivos conocedores del tango, esa estirpe que puede gastar horas discutiendo sobre arregladores de Troilo o sobre si Raúl Berón fue mejor cantor que Carlos Gardel. Charlo brilló en la época de oro en su doble condición de compositor y vocalista. Fue además actor, galán de teatro de revistas, estudiante avanzado de abogacía y hasta esgrimista. Charlo es un secreto; su obra no. Tiene plena vigencia, pero no se la escucha asociada a él: piezas de una belleza insondable como “Fueye” , “Tu pálida voz” , “Cobardía” , “Ave de paso” son parte del repertorio más delicado de la historia del tango. No en vano ha escrito junto a varios de los más grandes letristas: Homero Manzi, Enrique Cadícamo, José María Contursi, Luis César Amadori, Cátulo y José González Castillo. Como un justiciero, el cantante Agustín Fuertes viene al galope a rescatarlo del olvido con un disco consagrado a su figura que se titula, simplemente, Charlo. Las armas de Fuertes son nobles: una voz entonada, bien colocada, y el acompañamiento de la Orquesta Victoria.

Como el de Charlo, el caso de Fuertes está colmado de singularidades. De chico tuvo grupos punks y recién a los 20 escribió su primer tango cuando lo abandonó su novia. “Nunca lo grabé. Empezaba: ‘Tu partida me dejó acorralado / Tu ausencia, tu frío aparecer, tan mal domado…’”, sonríe por videollamada. “Todo bien con el punk, el reggae, el funk, pero supongo que el vuelco al tango tiene que ver con la identidad. Cuando me di cuenta que lo mío iba en serio, me puse a estudiar”.

Foto: Agustín Terri

En el Conservatorio Manuel de Falla conoció a Ariel Varnerín, con quien formó una notable dupla –voces ensambladas, contrapuntos a la manera de grandes duetos históricos- durante quince años. En el 2001 quien era su novia ingresó en la compañía de De La Guarda y él decidió acompañarla en una gira por México. “Fui a ver qué onda, a buscar algo de laburo, a escapar de la crisis argentina. Llevé un demo, un traje y mi guitarra. Me contrataron en un restaurant argentino que tenía como cantor estable a Raúl Cobián ‘Tanguito’, un personaje total, híper polémico, que surgió de El Club del Clan. Se había accidentado y buscaban un reemplazo. Después me fui seis meses a Corea. Y al regreso empezamos con Ariel Varnerín”.

Se separó, tuvo una hija, montó el Café Vinilo, inventó la Milonga de los Lunes –animada por la Orquesta Victoria-, realizó viajes interminables con la dupla, se abrió de Varnerín, estudió teatro con Julio Chávez, puso un restaurant, fundió, fue, vino y al fin chocó con el misterio deslumbrante de Charlo. “Siempre me llamó la atención lo poco conocido que es en comparación con Julio Sosa o Goyeneche. En los ‘40 fue un número uno indiscutible. Cuando investigué un poco, me dije: ‘Ya está: quiero hacer el disco de Charlo, el gran olvidado. Quise rescatarlo sobre todo como compositor. Me junté con Alejandro Drago, pianista de la Orquesta Victoria, para hacer los arreglos. Después aparecieron eslabones que linqueaban con mi propia historia. Él nació en La Pampa, como toda una parte de mi familia. Tenía maneras de dandy, cuidaba la imagen al punto de que impuso ‘la moda Charlo’. Era cajetilla y a la vez sindicalista y peronista. Con el golpe del 55 debió exilarse. La hija me dijo que había sido amigo de Perón”.

Foto: Agustín Terri

¿Conociste a la hija?

-Sí… Unos tangólogos me dijeron que, creían, que había tenido una hija. La busqué por todos lados y ¡la encontré por la guía telefónica! Leticia Walkiria Pérez de la Riestra. El nombre real de Charlo es Carlos José Pérez de la Riestra. Al principio se mostró desconfiada, a la defensiva. Yo quería saber si tenía material inédito. Todo es medio secreto en esa familia. Me habían comentado de una Suite que él había escrito… La Suite nunca apareció pero Leticia me dio un bolero que hicimos a dúo con Noelia Moncada. Se titula “Llámame”, es precioso.

¿Cómo pensaste el disco?

-Los clásicos no podían faltar. Pero buscaba perlitas. En YouTube encontré un tema que rara vez cantaba y que lo presenta en televisión como inédito. Se llama “Tango de la ausencia”, y ahí cuenta que cada vez que lo cantaba se emocionaba de un modo especial, al punto que no podía terminarlo. Eso me encantó, y me convenció de que tenía que grabarlo.

“Tango de la ausencia” tiene letra y música de Charlo y es una demoledora y nostálgica canción: “Al volver después de tantos años /como tantas otras veces / encontré todo cambiado/ Ya no tengo el beso de mi madre / y son muchos los amigos que ya se han ido./ Una pena enorme me enloquece/ Y me siento tan culpable/ por haber tardado tanto (…)”. En la imagen que comenta Fuertes, Charlo la canta al piano como un Bola de Nieve criollo y la versión es, realmente, estremecedora.

Un detalle que conspiró contra Charlo en un principio es que su estilo aparecía excesivamente asociado al de Gardel. Incluso, como el Zorzal, tuvo su Medellín: en 1945 el avión trimotor que lo traía de gira de Acapulco debió hacer un aterrizaje forzoso en el medio del Amazonas. Iba con los guitarristas. Perdieron valijas e instrumentos, pero sobrevivieron.

Charlo llegó a ser amigo de Gardel, y también de Ignacio Corsini, Edmundo Rivero y Homero Manzi. Poco después se casó con la actriz Sabina Olmos. También identificada con el peronismo, vivieron juntos el exilio europeo y se separaron en 1967 (años después, Sabina Olmos se suicidó). Charlo nació en 1905 y murió en 1990, abrazado a su último amor, la pintora, diseñadora de joyas y compositora de tango japonesa Akiko Kawarai. Agustín Fuertes ríe: “Tremendo personaje, ¿no? Yo no sé cómo no se hizo todavía una película”.

La pandemia trabó la presentación de Charlo: está en las plataformas digitales y en cuanto cuadre va a salir en CD. “Ya está fabricado. Pero bueno, mala suerte. Paciencia. Cuando pase el virus lo quiero tocar con orquesta, en el CCK, en La Usina, en lugares así, no comerciales. Tengo ideas para el día después”.

¿Por ejemplo?

-Es que me interesan muchas cosas. Siempre fui de abarcar; el tema, contradiciendo al refrán, es cómo “apretar”. Tengo 43 años, ya probé de todo: ser cantor de tanguería, ganar y perder dinero, vagar por el mundo con la guitarra, montar un espacio de música… Ahora estoy a tope con Charlo. Y cada día descubro cosas nuevas. Mi aspiración máxima es llegar a sentir esa conmoción que observo cada vez que Charlo canta, como para mí, “Tango de la ausencia”. Ahí está la verdad.