Desde hace años la frontera interior de Europa es apenas un mojón donde los niños juegan al fútbol y cruzan al otro lado en busca de la pelota. La frontera exterior es otra cosa. Es un rosario de cicatrices, de piel oscura, mestiza, desollada por los mordiscos del hambre y por tanta pobreza acumulada. Partir siempre es morir un poco, y llegar nunca es definitivo. Las aguas turquesas del Mediterráneo esconden la tumba a corazón abierto más infame de la humanidad. En diez años fallecieron 35.597 almas eternas y transfiguradas por el escabroso viaje metafísico de la inmigración. En ocasiones el mar escupe a la arena blanca un fémur o una vértebra, con aroma a algas y salitre, como metáfora de la sinrazón de una Europa opulenta que mira para otro lado. Sin duda seguirán llegando, como si no existieran, pero llegando, con una lejanía interior orillando casi con la tristeza, como fantasmas, como espectros invisibles de una sociedad dormida e irracional.

La Europa desclasada contempla emigrantes de primera, de segunda e invisibles. Con el aire frío, helado, por el soplo continuo de la muerte, en el cielo de la tarde parisina apareció el arco iris de sus problemas. El emigrante “premium”, el emigrante de lujo, el qatarí Nasser Al-Khelaifi, presidente del París Saint Germain, ha sido imputado por la Fiscalía General Suiza, junto al ex número dos de la FIFA, Jérome Valcke, por delitos de corrupción y sobornos en la compra de los derechos televisivos, del 2018 al 2030, de los Mundiales y la Copa Confederaciones de la FIFA. Dueño de una riqueza exuberante, grotesca y opaca, el también presidente de la la cadena beIN Sports, fue uno de los ideólogos de esa turbia figura conocida hoy como clubes-Estados, un entramado financiero poco transparente donde se cruzan intereses deportivos, empresariales y de fondos soberanos de determinados países. Los oligarcas de este fútbol neoliberal de casino, depredador, son el símbolo de la decadencia, de la semblanza de una desilusión anunciada, bañada por la ostentación y la extravagancia.

La Fiscalía helvética lo sienta en el banquillo el próximo 14 de septiembre acusado de: "cometer una mala administración criminal, agravada por la falsificación de documentos". La imputación de Valcke viene determinaba por aceptar supuestos sobornos millonarios a través de una empresa pantalla que operaba con liquidez sobre el alquiler de una mansión en Cerdeña, Italia, tapadera del Qatar Sports Investiments. el holding de la familia real y de Al-Khelaifi. Había razones para abrigar ciertas dudas sobre la integridad del presidente parisino. Los sobornos en la concesión del Mundial a Qatar dispararon las sospechas. "Es una persecución dentro del ámbito de una conspiración para desprestigiar a mí persona y a mí país", declaró en un comunicado institucional. 

"El infierno son los otros" expresaba Sartre, y se refería a la mirada de los demás, que nos penetra y nos delata. Hoy la mirada sobrevuela sobre la situación delicada del PSG. La suspensión de la liga francesa le deja sin un tercio de su facturación, unos 200 millones de euros, y se le suma el malestar de una plantilla que no quiere renegociar los salarios con la entidad. Deloitte confirma que de los quince salarios más altos de Francia trece corresponden al París Saint Germain. La imputación de Al-Khelaifi, brazo derecho del emir de Qatar, Tamin bin Hamad Al Thani, compromete aún más la ya desdibujada imagen del Reino. La jefatura del Estado lleva consumidos 2.000 millones de euros en el club francés, y sin una Champions en las vidrieras.

En la lógica ultraliberal todo es susceptible de ser privatizado: la sanidad, la educación, los recursos: las emociones y las pasiones también. Por eso el fútbol es un bocado sugerente. Los riesgos no existen: si ganás te llevás tu dinero, si perdés el contribuyente te lo devuelve. Nuestra insatisfacción inducida son sus beneficios.

Cada cierto tiempo la jauría de mastines negros neoliberales del fútbol argentino empiezan a ladrar. El deseo de convertir los clubs en Sociedades Anónimas viene de lejos. Los gerenciamientos son conocidos y los ejemplos se acumulan. La experiencia chilena queda en evidencia con las declaraciones del ex ministro, y uno de los impulsores de la ley, Francisco Vidal, quien declaraba al periódico El Desconcierto: "Impulsamos la ley para salvar la actividad, pero no ha resultado". Ellos se lo guisan, ellos se lo comen. No hay nada peor que olvidar lo evidente.

(*) Ex jugador de Vélez y campeón Mundial en Tokio 1979.