Es tan potente el dispositivo mediático del poder económico que es necesarios hacer aclaraciones obvias. 

Quién puede estar contento o cómodo cuando se alteró en forma tan fuerte la rutina y los vínculos personales y familiares. 

Quién puede estar feliz si por la cuarentena y por precaución no se está viendo a los padres ni hay reuniones con amigos. 

Quién no está angustiado, ansioso y preocupado por la violenta alteración de la vida cotidiana.

Es tan evidente el hastío por esas restricciones que genera incomodidad tener que aclararlas para señalar que la campaña anticuarentena, que lidera el Grupo Clarín con sus diarios, radios y canales de televisión, seguido por La Nación, el Grupo América e Infobae, es tan irresponsable socialmente como mezquina en términos políticos e ignorante de la cuestión económica.

Todo es debatible en democracia pero no se transita el sendero de la racionalidad, en caso de ser bienintencionados, y de la honestidad intelectual, en muchos otros dedicados al entretenimiento periodístico, cuando se hace gala de la soberbia de la ignorancia al desafiar la evidencia científica y empírica. La controversia con la militancia social y periodística anticuarentena se parece a las discusiones delirantes con grupos terraplanistas y antivacunas.

Con fake news y apelando a la angustia personal por la cuarentena, lo que hacen es una provocación abierta a que una parte de la sociedad, atrapada por el cansancio, el miedo económico y la confusión, termine despreciando el destino sanitario de las personas mayores y de los grupos socioeconómicos vulnerables.

Trabajan para que la mayoría de la sociedad acepte que los adultos mayores y pobres se mueran por coronavirus. Esto es lo que ha sucedido en Suecia, Italia, España, que han dejado morir a las personas mayores contagiadas porque sus respectivos sistemas sanitarios han colapsado; o en Estados Unidos y en Brasil, donde el coronavirus se concentra en pobres e inmigrantes. 

Existen datos objetivos, irrefutables, que muestran cuál es el saldo sanitario de la opción anticuarentena. El saldo es un desastre humanitario, fosas comunes, cementerios desbordados y, además, derrumbe económico.

La sociedad argentina posee una larga y rica historia de movilizaciones y resistencias social y política que no soportaría cantidades de contagiados y muertes como se anotan diariamente en Brasil, Chile, Perú, Italia, España, Gran Bretaña o Estados Unidos.

El objetivo político de los militantes anticuarentena es erosionar entonces la elevada aceptación social y política que hoy tiene el gobierno de Alberto Fernández. La campaña la lideran grupos conservadores porque les irrita que CFK y el kirchnerismo tengan un papel destacado en la alianza de gobierno.

O sea, la obsesión patológica con CFK y, fundamentalmente, lo que ella representa en términos de disputa histórica por el tipo de proyecto de país, no respeta ni el riesgo de vidas por la pandemia global.

Si se analiza la historia argentina se descubre que los sectores reaccionarios no han respetado la vida, más bien son cultores de la muerte de los desvalidos, vulnerables y rebeldes: el combate a los gauchos, la matanza de comunidades indígenas en la Campaña del Desierto, la persecución y muerte de anarquistas y socialistas a principios del siglo pasado, el "Viva el cáncer" de Evita, el bombardeo a civiles en la Plaza de Mayo, los fusilamientos de José León Suárez, hasta la muerte y desaparición de miles de personas en la última dictadura militar.

¿Por qué sería diferente ahora con la pandemia del coronavirus?

Ahora bien, es evidente que la economía está sufriendo y mucho con la cuarentena. Pero no sólo sufre la economía argentina; la economía mundial ha colapsado. 

Cada uno de los países en crisis está viendo cómo encontrar una "nueva normalidad" en el funcionamiento de la economía. También se la está buscando en Argentina. Mientras, el Estado tiene que mejorar en rapidez y eficacia la inmensa red de contención previsional, social y económica (empresas y trabajadores) que se diseñó para la emergencia. 

Es una obviedad que la cuarentena tiene costos económicos, pero la apertura como la piden los anticuarentena también los tiene. La economía no se recuperaría si se terminara de un día al otro el aislamiento social preventivo y obligatorio en la región del AMBA. El aumento exponencial de contagios y el crecimiento geométrico de muertos siguientes paralizaría también a la economía.

Es necesario ir adaptando el funcionamiento del sistema económico a esta nueva realidad en los lugares de trabajo y en los medios de transporte.

Nadie se enamora de la cuarentena. Es una mentira más que se suma a la extensa lista de fake news del dispositivo mediático dominante. La estrategia argentina fue preparar el sistema de salud luego del desastre dejado por los gobiernos de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, para luego ir abriendo con prudencia en los lugares donde hay pocos o ningún caso y concentrando la atención en el Área Metropolitana porque es la zona de más riesgo.

Se sabe que la cuarentena no es la solución; es un paliativo. La solución es una vacuna o un tratamiento que baje radicalmente la mortalidad del coronavirus. Todavía no hay vacuna ni ese tipo de tratamiento médico.

Somos contemporáneos de un evento extraordinario, como es esta pandemia global. No es algo que se elige; es una crisis con la que se tiene que aprender a convivir, situación personal y emocional que no es fácil pero que exige reafirmar que el camino en sociedad no es el individual del sálvese quien pueda, sino el colectivo de cuidarse para cuidarnos y de ser solidario con el otro.