La cárcel de Ushuaia fue usada como un depósito del Estado para alojar presos políticos. El dictador José Félix Uriburu dio el golpe el 6 de septiembre de 1930 y envió a Tierra del Fuego meses después, a militantes anarquistas, comunistas, trotskistas y socialistas. Entre ellos estaban el cronista del diario La Antorcha, Horacio Badaraco y el de La Protesta, José Berenger, torturado con una prensa. Agustín P. Justo, el presidente que llegó de la mano del fraude en 1931, siguió mandándolos por barco hacia la isla. Pero su selección de presos apuntó a un sector del radicalismo. El penal estaba a punto de cumplir tres décadas de existencia.

Un grupo de dirigentes de la UCR fue más afortunado si se compara su destino con el infortunio sufrido por aquellos izquierdistas. No llegaron a ocupar el presidio. Honorio Pueyrredón, Mario Guido, Enrique Mosca, Martín Irigoyen –el sobrino del derrocado presidente– y el célebre escritor Ricardo Rojas, vivieron en casas de familia. El autor de El Santo de la espada, no aceptó irse al exilio y permaneció entre enero y mayo de 1934 en la isla en una pequeña casita de madera que hoy es la biblioteca popular Sarmiento. Sobre el penal escribió: “Semejante régimen de vida no puede sino bestializar a quienes lo sufren, sin provecho para la sociedad cuando están recluidos y con peligro para ella cuando salen en libertad”.