Imaginemos a toda la población argentina sin trabajo, de Ushuaia a La Quiaca. Más de 40 millones. Eso pasa hoy en Estados Unidos. Encima rebrota el racismo y el virus ya mató casi al doble de estadounidenses que cayeron en Vietnam. Estallan en ese país muchos focos de furiosas protestas y toque de queda. Arde la primera potencia mundial. Dentro de cinco meses hay una elección que Donald Trump creía en el bolsillo y ahora tiene final abierto.

La Oficina de Estadísticas Laborales empezó a contar el número de empleos en 1939 y nunca había contado cifras tan malas como en este abril. Sólo entonces, echaron a 20,5 millones de personas. El desempleo roza 15 por ciento, también el más alto desde que esa oficina inició su serie. Únicamente en la Gran Depresión de los años ‘30 fue mayor, cuando llegó a 24,9 por ciento.

No hay trabajo porque la economía se fue frenando y hasta el jefe de la Reserva Federal, Jerome Powell, dijo que el desplome que tuvo como detonante la Covid-19 podría hacer retroceder el mayor PIB mundial de 20 a 30 por ciento este trimestre.

Ineficiencia

El historiador Pablo Pozzi, quien hace unos años publicó con su colega Fabio Nigra el libro La Decadencia de Estados Unidos, dijo a Cash que en la base de la economía de ese país, con eje en el complejo militar industrial, fue generándose “una ineficiencia que no tiene solución sin desmontar una estructura ya con 80 años de existencia. Esto causa una decadencia lenta, pero que tiende a acelerarse, y que trata de ser detenida con gasto deficitario, balanza de pagos favorable y más profundo control de recursos, materias primas y mercados”.

Desde México, ante la consulta de Cash el economista Oscar Ugarteche identificó dos elementos centrales: 

1. La pérdida de productividad frente a China, donde “empiezan pero también terminan las cadenas globales de valor”, por lo que la fabricación estadounidense se ha detenido por un período muy largo.

2. La gran cuestión de fondo es que esta crisis no es sólo financiera como en 2008, sino que es “una crisis de cambio de época con clave en el cambio de matriz energética”, del cual Estados Unidos se desentendió por su adicción al petróleo y derroche de energías fósiles.

Trumplandia

Desde que ganó las elecciones presidenciales en 2017 con críticas a la globalización y con el énfasis en recuperar el mercado interno, a Trump no le había ido mal. 

La economía creció y en 2018 tuvo su mejor desempeño en más de una década, creó empleo, muchas empresas manufactureras remontaron posiciones y niveles de actividad (algunas, como no se veía desde la década de 1970) y aumentóó el salario real, mayormente los bajos y medios. 

El contraste fue grande con las dos presidencias anteriores, de flojos resultados, las de George W. Bush y Barack Obama. 

El desempleo llegó a bajar a 4 por ciento y Wall Street festejaba. De algún modo, y más allá de un nacionalismo y proteccionismo de discurso fanático e intolerable, el America First parecía dar ciertas señales de éxito relativo. Pero el temblor subterráneo de la estructura económica seguía. 

El Nobel Joseph Stiglitz lo explica así: “Muchos líderes empresarios siguen hablando del crecimiento continuo del PIB y de los récords bursátiles. Pero no son buenos indicadores del desempeño económico: ambos callan en relación con lo que sucede en el nivel de vida de la gente de a pie, y no dicen ni una palabra sobre sostenibilidad”.

La furia popular que estalló con el asesinato racista de George Floyd y el impacto económico del coronavirus, parecen respaldar la idea de que algo se pudría de antes. Por ejemplo: Estados Unidos es quizá el único caso en el mundo que lleva tres años seguidos de caída en la expectativa de vida. El médico argentino José Escudero, al referir ese dato asombroso, sostuvo: “Mucha gente se suicida, sufre alcoholismo o consume opiáceos recetados por el poderoso lobby farmacéutico". 

Esta semana, Patricio Zamorano, director de la consultora InfoAmerica, dijo desde Washington DC al programa “Voces del Mundo” de Radio Cooperativa/Sputnik que Estados Unidos no presenta sólo casi 41 millones de desempleados, sino además “una situación de hambre que empieza a sentirse en las ciudades y es crítica: gente de clase baja, pero también clase media, hace colas de horas por un plato de comida". La pandemia agravó todo con un sistema de salud para pocos.

Matriz

Ugarteche, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, opina que la caída en la productividad y el cambio de matriz energético están haciendo estragos en la potencia hegemónica

“Todo esto viene de antes de la Covid-19. El mundo entero consume productos de las cadenas globales de valor que empiezan y terminan en China, la producción manufacturera de Estados Unidos perdió posiciones. Y en el tema energético, mientras el mundo lucha por energías limpias, Estados Unidos lucha por el petróleo. China viene llevando adelante el cambio de matriz, importa menos hidrocarburos y, sobre todo, fabrica autos eléctricos a gran escala. Son aún una porción pequeña del mercado mundial, pero están creciendo”. 

Las empresas chinas colocaron autobuses eléctricos en muchas ciudades, entre ellas de América Latina, y “seguirán hasta masificar la red de transporte público. Esta contradicción entre dos posturas frente a la energía es conflictiva y es un capítulo de la llamada guerra comercial” entre las dos primeras economía mundiales.

Ugarteche explica que China también lidera la fabricación de los insumos para la energía limpia, no sólo autos eléctricos, sino “por ejemplo paneles solares que van a Europa, a Estados Unidos y a otras regiones” (como Argentina). 

En definitiva, dice que “este cuadro dificulta la recuperación norteamericana. Es muy difícil su vía de escape petrolera en medio del cambio climático. Su crisis real comenzó a verse en 2008, cuando de las hipotecas se pasó a una debacle financiera. Ese fue el primer soporte de un puente de crisis que ahora presenta su segundo pilar: el de la crisis energética”. 

¿Cómo se saldrá? “Con nuevas tecnologías, nueva matriz energética y con actores diferentes en la economía global de los prevalentes antes de 2008, eso está clarísimo. Esto es algo mayor a 2008: es una crisis de cambio de época y estas se resuelven siempre con la cuestión energética”, afirmó Ugarteche.

Nuevo escenario

Si Trump tiene ahora esta pesadilla, hace muchos años Martin Luther King tenía un sueño. El asesinato de Floyd revivió su deseo, que le apuntaba a tres males a combatir: el racismo, la explotación económica y el militarismo. 

Hace pocas semanas en Inequality.org, un veterano de Afganistán y hoy pacifista, Brock McIntosh, escribía sobre las perniciosas consecuencias económicas (en empleo, presión corporativa, expectativas de ganancia) de un aparato económico preparado siempre para la guerra.

A esto se refiere Pozzi, quien durante muchos años dirigió la cátedra de Historia de Estados Unidos en la UBA, cuando menciona la fatiga del complejo militar-industrial. Este académico no pierde de vista el factor chino y geopolítico. “En este contexto, la recomposición de Rusia y el auge de China se presentan como algo terrible en función de ese deterioro de la economía estadounidense. Más aún porque China sobrevivió la pandemia en buenas condiciones”, sostuvo.

Respecto de Trump, indicó que “es debatible hasta dónde contribuyó al deterioro o, por el contrario, si intentó revertirlo” vía enfrentamiento y guerra comercial con China. De hecho, con él “las ganancias de Wall Street fueron bastante mayores que durante los tres Presidentes anteriores. 

En ese contexto, la guerra comercial con China ha golpeado a ciertos sectores pero favorecido a otros. El magnate jefe de Estado, más allá de sus serios problemas intelectuales, no toma medidas de cuarentena porque tampoco puede frenar una economía que viene en deterioro frente a competidores que están mejor”. 

El resultado “son los más de 40 millones de personas que piden seguro de desempleo y que se suman a desempleados, subempleados y empleados irregulares que había en la pre-pandemia”, explica Pozzi. Para agregar que esto implica que a nivel popular la crisis es más profunda que la de 1929-1933, pero a nivel empresarial no tanto, dado que Trump gastó un dineral en su favor. “Eso incluye 6000 millones de dólares para nuevas armas. De ahí que las calles explotan. Pero sigue teniendo más donantes millonarios a su fondo de reelección que el demócrata Joe Biden”, dijo.

Aquella crisis de hace casi un siglo, que suele tomarse como referencia en cada tropiezo del capital, fue analizada por varios autores, entre ellos John Galbraith, desde ya por el keynesianismo –gracias a quien se superó- y sus rivales del monetarismo –gracias a quienes luego el capitalismo pasó a mostrar su peor rostro- o Charles Kindleberger. 

Más recientemente, tras la crisis de 2008, el egipcio Isaac Johsua, a la izquierda de todos los demás, planteó que en verdad hubo una combinación de factores que cada uno de los anteriores historiadores o economistas pusieron como causa principal: la sobreinversión, el subconsumo, el sobreendeudamiento o la financiarización

En la crisis que abrió la caída de Lehman Brothers hace 12 años quizá primaron más los dos últimos, que lejos de amortiguarse siguieron en alza por el dominio brutal que reforzó el capital financiero más concentrado y especulativo

El gran aporte de de Johsua (“La crisis de 1929 y el emerger norteamericano") es que asoció aquel crack del ‘29 no sólo a la suma de todos esos factores económicos, sino además a la disputa hegemónica entre el ascendente Estados Unidos -cuya estructura había cambiado en el pase de siglo velozmente de una de pequeños productores y granjeros a otra industrial y asalariada- y las tres potencias europeas dominantes de la época y rivales entre sí: Gran Bretaña, Francia y Alemania. Ahora, es indudable que la hegemonía norteamericana está amenazada y que esos vientos de cambio no vienen del Atlántico, sino del Pacífico.

El impacto de la caída norteamericana en el Producto mundial no podrá ignorarse. Aunque su peso relativo viene retrocediendo hace tres décadas, sobre todo por la emergencia china, todavía supone casi un cuarto del PIB global, como si este fuera una mesa y EE.UU., China, la Unión Europea también en retroceso y el resto del mundo fueran sus 4 patas, siendo la norteamericana todavía la más grande, no la más fuerte. China sola -aunque su deterioro resulte de la pandemia mucho menor que el de todo el resto- no podrá por si sola sostener esa mesa. En todo caso -en el largo plazo, acaso en este mismo siglo- podría ser la principal constructora de una nueva.