Se celebran cien años de Agatha Christie. El número, más que rotundo, histórico, hace referencia a la aparición de su primera novela policial, El misterioso caso de Styles. Un buen comienzo, auspicioso, algo inseguro hacia el final, en la resolución del enigma, ingenioso pero sobrecargado de venenos, pastillas, combinaciones farmacológicas y efectos secundarios. Nada menor: es la novela en la que aparece por vez primera el tan simpático como insondable Hércules Poirot, el detective hombrecito. “Mediría un escaso metro sesenta de estatura, pero su porte era muy digno. Su cabeza tenía la forma exacta de un huevo, y acostumbraba inclinarla un poco hacia un lado. Llevaba un bigote engominado de aspecto militar. La pulcritud de su atuendo era increíble; dudo que una herida de bala pudiera dolerle tanto como una mota de polvo”.

No eran tiempos muy propicios para entrar en la literatura. Apenas se había terminado la Gran Guerra, y en los últimos años se publicaba poco y arreciaban los rechazos editoriales; los primeros años de combates retrasarían la salida de obras como las de Joyce y Proust. Y también es cierto que lejos de todo vanguardismo, algo estaba cambiando en las sociedades que participaban activamente de la guerra. En Inglaterra, muchas mujeres entraron al mercado laboral por la ausencia de los hombres que estaban en el frente. Agatha misma, fue una destacada enfermera de la Cruz Roja. Paradójicamente, o no, toda clase de mujeres eran impulsadas a su independencia, y cuando la guerra terminó, ya no querían perderla.

Por esos mismos años, otra escritora joven y prometedora como Dorothy Sayers, publicaría también su primera novela detectivesca, El cadáver con lentes. Los dos comienzos fueron brillantes, consistentes. Dorothy Sayers tuvo una juventud mucho más turbulenta que Agatha, aunque nunca hay que olvidar que esta última protagonizó en 1926 uno de los episodios más resonantes, escandalosos y enigmáticos de la literatura mundial, cuando desapareció por varios días y apareció en una suerte de clínica de reposo anotada con el nombre de la amante de su primer marido. Sayers escribió varias novelas policiales y coronaría su carrera con una apreciable traducción de la Divina Comedia. Desde el inicio, Agatha Christie fue Agatha Christie; a partir de los años 30 comenzaron a acumularse sus títulos más famosos. Los tiempos cambiaron estrepitosamente desde entonces, pero ella nunca perdió vigencia ni estrellato. Era astuta, sabía lo que hacía, y sabía lo que no tenía que hacer. No tenía que aparecer como una escritora frustrada por no poder salirse del género y ser partícipe de la gran literatura. Amaba el género desde la adolescencia y tenía sentido del humor. Cuando su cuñado le reprochó una vez que sus asesinatos eran muy “limpios”, Agatha le contestó con Navidades trágicas, que arranca con un pater familia acuchillado, y con tanta sangre alrededor que parecía que habían degollado un chancho.

Tres posibles marcas de lectura se insinúan en El misterioso caso de Styles: Wilkie Collins, Conan Doyle y Chesterton. La mansión situada inmejorablemente en Essex, donde una familia de ricos que son más excéntricos de lo que ellos mismos creen en su blindada respetabilidad, debe su atmósfera a las ambientaciones de La piedra lunar y La dama de blanco, aunque claramente Agatha Christie decide desde el comienzo erradicar todo elemento penumbroso o decididamente fantástico de su propio relato. Las elucubraciones del dúo de Hastings, joven narrador y testigo pobretón de las excentricidades de los ricos y el mismo detective, sin dudas remiten a Watson y Holmes, y los métodos de investigación de Poirot, sus conocimientos sobre venenos, huellas dactilares y todo aquello que conduce la investigación por el camino de los indicios que obsesionan a los grandes razonadores pero que Scotland Yard ignora olímpicamente, vienen en línea directa de las aventuras de Sherlock Holmes. Pero el alma del detective, su aire algo irreal y ausente, proviene de una cruza bastante audaz entre la mente de Holmes y el alma del Padre Brown. Pero, entonces, ¿trajo algo nuevo esa novela iniciática escrita bajo la guerra y publicada en 1920, primero en los Estados Unidos y al año siguiente en Inglaterra?

En varios momentos de la trama se trae a cuento la guerra en la novela. De hecho, Hércules Poirot se encuentra en Inglaterra refugiado del avance del nazismo en la Europa continental. Pero también hay varias referencias a la economía de guerra que impera en la mansión, al sensacionalismo periodístico que agita el caso del envenamiento de la filatrópica dama Emily Inglethorp como una fuente de gran distracción para los lectores de periódicos en medio del drama de la guerra, y hay referencias a un caso de espionaje. Pero además de estos datos desperdigados aquí y allá, que por supuesto no tienen demasiado relieve en sí, aunque aclimatan certeramente el contexto, alejándolo de las acusaciones de diletantismo que solía caerles a los escritores de novelas “a la inglesa”, casi todos los personajes tienen turbulencias ligadas a la cuestión del dinero, y esas turbulencias enturbian los vínculos, los amoríos y los lazos familiares. Los Cavendish y los Inglethorp son unos desamorados. Hay cazafortunas evidentes, obvios, pero en verdad, todos lo son. Todos quieren su porción de torta, todos quieren que esa mujer de 70 años, obsesiva en hacer y deshacer testamentos, estire la pata de una vez.

Sólo Poirot se muestra idealista acerca de la ulterior finalidad de que se reestablezca el orden: no es estrictamente por el orden mismo o el imperio de la ley sino porque pueda alcanzarse “la felicidad de un hombre y una mujer”. Ése es el fin supremo, el happy end anhelado aún después de tanto veneno, aquello por lo que vale la pena esclarecer los misterios y los asesinatos.

Y siguiendo la huella de ese ideal nos damos cuenta de que la irrupción femenina de Agatha Christie en la novela policial, tenía un matiz interesante que quizás fue perdiendo por la cantidad de libros que dio a conocer prácticamente hasta su muerte, cada vez más volcados a la búsqueda de fórmulas eficaces entre el ingenio deductivo y los ambientes exóticos que distrajeran a un público progresivamente fatigado de mansiones, amos, criadas y mayordomos.

Una chica que irrumpió en la posguerra y tuvo éxito con un libro que reivindicaba la felicidad de los seres comunes en medio del desastre. Gente trabajadora, empobrecida, algo maliciosa, tipos arruinados, poetas fracasados, mujeres interesantes que manipulaban venenos. Y una sociedad desalmada.

Esa mujer, hace cien años, publicó una buena novela bien calibrada, bien ejecutada y “de su tiempo” llamada El misterioso caso de Styles. Y luego se convirtió en Agatha Christie para siempre.

En homenaje a los 100 Años de Agatha Christie, el sello Booket publicó El misterioso caso de Styles, su primera novela aparecida en 1920, junto a otros títulos de la autora, Cita con la muerte y Diez negritos, entre ellos.