En los concursos de belleza no se suelen romper moldes ni estereotipos; más bien, todo lo contrario. Pero el día que Sasha Gigliani viajó a Bolivia para competir como Reina Hispanoamericana 2019, algunas reglas cambiaron. "Llegué con un vestido negro, los tacos y la pelota abajo del brazo. Quería representar a las mujeres deportistas, reales”, cuenta la futbolista que se desempeña como delantera en Vélez Sarsfield. Sasha se subió a la pasarela sin pestañas ni pelo postizo, y claro que la juzgaron, pero eso no le importó. "Toda mi vida supe hacer oídos sordos. Todavía hay gente que te tilda de 'marimacho' por jugar al fútbol y de 'rapidita' por ser modelo. Nosotras vinimos a cambiar eso”. Es que sólo basta con pensar: ¿quién le diría algo a Cristiano por haber elegido el mismo camino?

–¿Es verdad que te decían que no tenías piernas de modelo?

–Sí, me decían que tenía piernas grandes para la pasarela. Por eso me dediqué de lleno a los certámenes de belleza. En las agencias no me aceptaban y yo realmente quería que eso pasara. Entonces elegí llevar adelante mi lucha y demostrar que podía, así tal cual era. Cuando en mi CV ponía que era Miss Argentina o Reina de alguna provincia, los managers lo pensaban dos veces.

–Decidiste luchar para que te acepten como sos.

–Sí, porque yo no le veía nada malo a mi cuerpo. En un momento, me decían tanto lo de mis piernas que me lo empecé a creer. Pasé a estar súper flaca, pero eso no me servía para hacer lo que a mí me gustaba, que era jugar al fútbol. No me sentía yo. Creo que pude romper estereotipos muy grandes, pero el recorrido fue tremendo.

–¿Cómo unís la exigencia física del fútbol y el modelaje? ¿Te asesoran?

–Sí, tengo un nutricionista que me ayuda muchísimo. Siempre me dice que mi alimentación depende de mis objetivos, y si yo quiero jugar al fútbol necesito masa muscular. Por lo tanto, tengo que comer carbohidratos porque me dan energía para entrenar. Con el tema de las lesiones, por ejemplo, uso canilleras de hockey para protegerme las piernas. Me informo mucho, siempre trato de mantener mi cuerpo en armonía. Si voy a representar a las mujeres de Argentina, tiene que ser de una forma verdadera.

–¿Alguna vez se te superpusieron las disciplinas?

–Por suerte, no. Yo iba a los programas de televisión y me llevaba las toallitas húmedas para sacarme el maquillaje e irme a entrenar. Llegaba a la cancha sacándome las pestañas postizas, pero jamás faltaba a un entrenamiento.

–Jugás desde que sos muy chica. ¿Cuál es tu primer recuerdo con la pelota?

–El primero es en Saladillo, en el club Oro Verde. Yo era la única niña en un equipo de varones y jugaba de titular, con una camiseta roja que me quedaba gigante. Mi abuelo Faustino era el director técnico y me llevaba a los entrenamientos. Él me hizo conocer al fútbol.

–Me imagino lo importante que debe ser en tu vida.

–Sí, totalmente. Si hoy me pedís que te hable de un ídolo, te hablo de mi abuelo. Él fue pionero. Quería que las nenas jugaran al fútbol y creó al primer equipo de mujeres de Saladillo. A mí me decía "la gladiadora", porque siempre luchaba por lo que quería. Ahora tiene 80 años y aún me sigue dando clases técnicas.

–Jugaste hasta los 15 años con varones. ¿Dirías que te favoreció en algún aspecto haber jugado fútbol mixto?

–Sí, creo que es muy fructífero el fútbol mixto porque los chicos hasta los 12 años son libres de prejuicios. A esa edad podés enseñarles todo, cómo tratar al de al lado, cómo crecer con el otro. Si vos crias a un nene explicándole que las nenas y los varones tienen los mismos derechos, la generación va creciendo con esos valores. Entrenar con ellos me hizo tener el cuchillo entre los dientes. Mis compañeros me respetaban a la par.

–Desde Pibas con Pelotas alentamos el fútbol mixto en la infancia. Sin embargo, hay mucho prejuicio con respecto a esto.

–Creo que viene de un tabú de la sociedad súper viejo. Yo pude entrenarme con hombres porque mi familia siempre lo aceptó, pero hay gente que piensa que las nenas son frágiles. Ahora ves, por ejemplo, el caso de Mili Menéndez, jugadora de Selección. Ella le enseñó a su hermano a jugar al fútbol.

–Hablando de la actualidad del fútbol femenino, ¿con qué soñás?

–Cuando era chica, proyectaba irme a jugar afuera, porque pensé que acá nunca iba a pasar. El fútbol femenino creció un montón, pero todavía falta. A mí me gustaría que todas las jugadoras tengan un viático, un sueldo mínimo, y no pase solamente por algunas futbolistas de la Primera A. Tuvimos que llegar a un punto extremo para lograr la semi-profesionalización. Intentemos no llegar a otro. Hoy el fútbol femenino necesita el apoyo de las marcas, de la AFA y el capital necesario para crecer.