Los dos balazos que recibió cuando tenía 17 años casi acaban con su vida. Le dejaron la mitad del rostro paralizado. Esa vuelta, antes de cruzarse con la policía, perseguía una de las camionetas que transportaban la recaudación de Correo Argentino. Estuvo dos meses internado en el hospital. Cuando volvió a la calle, no tenía pensado dejar de robar. Desde muy chico había aprendido: a los 9 entró a un local de ropa deportiva por la noche y se llevó todos los buzos y pantalones que pudo. Para Gastón Brossio no había otro modo de seguir. Esquivó a la policía hasta los 20, cuando cayó preso. Pasó más de 14 años en cárcel hasta que salió en septiembre pasado. Fue una sola “equivocación”, como él la llama, la que torció el rumbo de su vida: la escritura.

“Nunca había leído un libro. En los ‘buzones’ leí mi primero, una vez que estaba guardado por mala conducta. Buenos días Espíritu Santo, de Benny Hinn”, recuerda Gastón cebando un mate cargado de azúcar en el departamento que comparte cerca del cementerio de Chacarita. “La ventana que tenía daba a otra celda. De ahí un pibe al que nunca le vi la cara me palomeó el libro. Ese libro me hizo re llorar. Lo primero que reflexioné fue cómo un libro, con simples letras, podía causar emociones. Ahí me dispuse a leer, a leer, a leer. Tenía 21, hacía menos de un año que estaba preso.”

Gastón comenzó a prepararse: quería convertirse en escritor. Terminó el secundario en la cárcel y lo trasladaron al penal de Devoto. Siguió estudiando en el Centro Universitario Devoto (CUD), dependiente de la UBA, que funciona allí. Hoy le faltan siete materias para la Licenciatura en Filosofía y Letras, y cuatro para la de Administración de Empresas. Desde que salió de prisión trabaja corrigiendo textos para ciegos en Filosofía y Letras de la UBA, y presentó un proyecto al Estado para financiar la construcción de una sede del CBC en Fuerte Apache, barrio donde se crió.

En prisión, el CUD le había dado la posibilidad de “liberar su alma”: tenía al menos una hora por día para sentarse solo ante una computadora. Escribió cinco libros y todas las canciones del disco Sin cadenas en la mente, de la banda Portate Bien, formada en la cárcel de Devoto. Con la plata que ganaba en la fajina diaria pagó la edición de su libro 79, el ladrón que escribe poesías (Tren en Movimiento). En agosto de 2015, cuando ya podía “salir de transitoria”, lo presentó en la Sala Borges de la Biblioteca Nacional.

Los versos de ese libro recorren un sendero autobiográfico que desnuda la violencia institucional, el desamparo y las poesías malditas como camino de redención. “Llegar a los poetas malditos para mí fue entrar en otra forma de inteligencia. Artaud, Rimbaud, Baudelaire, Poe. Son otra forma de lucidez –asegura Gastón–. Como William Blake, Rembrandt o Van Gogh. Todos han sufrido mucho en su vida, y yo creo que la escritura es diez por ciento inspiración y noventa por ciento transpiración. Siempre escribí desde mi sufrimiento.”

A los 15, cuando ya era un ladrón consumado, Gastón Brossio formaba parte de “la banda de Rosendo”. Cayeron bajo cargos de homicidio, robo y tenencia de armas de guerra. Dos de sus compañeros, de 16 y 17 años, fueron los primeros pibes condenados a cadena perpetua en el país, en una sentencia luego revocada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Cinco años después, él fue condenado por “homicidio en ocasión de robo”: 23 años de prisión que logró reducir a 15 a partir de su buena conducta y los estudios dentro de la cárcel.

“Yo hice muchas cosas malas, más que algunos. También se me murieron muchos amigos. Cosas reales. Y si con todo eso malo que hice y que me pasó hoy puedo hacer cosas buenas, ¿por qué otro no? Yo estaba en guerra con el estado, con la yuta, y a fin de cuentas vivimos todos en el mismo barrio. En esa guerra yo pude salir y comprender que el enemigo es otro, uno más grande. Seguir hablando de bajar la edad de imputabilidad es seguir diciendo que la violencia se frena con más violencia, que el hombre es lobo del hombre, y a mí lo que me permitió liberarme fue el arte. Yo soy un caso más para entender que la violencia no cura ni ayuda a nadie.”