Melina Moguilevsky es muy joven (tiene 30 años) y porta cierta sabiduría que parece corresponder a otra edad. Por su trabajo y la exploración vocal y armónica que implica, por el modo en que encara su carrera, por lo que canta y dice en sus canciones. Suena madura en sus respuestas y en Mudar, el destacado disco que presentará hoy a las 21 en Café Vinilo (Gorriti 3780). Sin embargo esa madurez se combina con una frescura encantadora (en ambos casos), lo cual vuelve a su propuesta entre las más interesantes del panorama actual de la canción en la Argentina.  
Algo que luce a primera escucha en este segundo disco, es que las canciones, todas de su autoría, suenan bien en letra y música, y también en el modo en el que una y otra se encuentran. La búsqueda musical es ardua, de riesgo, con diferentes ropajes musicales según cada canción, y también con la voz aprovechada como un instrumento más, con toda su riqueza y sus posibilidades. Pero la búsqueda poética también tiene una sensibilidad especial. “Desde chica, al mismo tiempo que empecé a hacer música, escribí poemas y cuentos, y en mi casa había un estímulo para la música y también para las letras. Y a mí me enorgullece cuando la gente se acuerda las letras, algo que me está pasando mucho: se ve que hay algo que logro condensar en la forma de la canción”, dice Moguilevsky. 
La grabación de este disco, cuenta la cantante y compositora, llevó más trabajo del que imaginaba: “Fue maratónico, porque a medida que avanzaba el disco me fui permitiendo darle a los temas lo que empezaban a pedir, como los arreglos de cuerdas y de vientos, que se me aparecieron sobre la marcha, con la música ya toda arreglada”, recuerda. “Pero me lo permití y así, en el  proceso mismo del disco se fueron agregando varias capas de producción. Y estuvo bueno habilitarle a cada tema lo que cada música pedía”. En ese “habilitar” suenan, junto a Moguilevsky, Tomás Fares en piano y voz, Lucio Balduini en guitarra, Ezequiel Dutil en contrabajo, Martín Rur en vientos y Mario Gusso en batería y percusión.
–Entonces, el proceso de grabación y producción siguió siendo de creación…
–Siempre lo es en un punto, pero en este caso más. Y el resultado es que es un disco que pasa de temas de lo más minimalistas como “Pájaro nadador”, que suena tal cual lo toco en vivo, solo con guitarra y voz, a otros que tienen varias capas de producción, que arregló Javier Mareco, porque también tuve ganas de tener la experiencia de sumar a alguien que participara desde los arreglos. Es un disco que tiene un recorrido particular en cada tema y sin embargo lo siento súper orgánico, hay un concepto común.
–¿Por qué Mudar como título concepto del disco? 
–Mudar resume, justamente, el concepto del disco. Me fui dando cuenta a medida que empecé a hablar del disco, que es bastante existencialista, toma preguntas que fueron apareciendo en este último tiempo en mi vida: qué pasa cuando las cosas cambian, como uno sigue siendo uno y a la vez es muchas cosas, cómo es necesario no quedarse pegado a una sola versión de uno, a una sola forma de hacer música, a una sola forma de decir… 
–Su música no puede ser “encasillada” en un género. ¿Eso le trae dificultades?  
–No pasa solo conmigo, pasa en la vida: hay una necesidad fuerte de encasillamiento, para tratar de sentir control sobre eso de lo que se habla, que se parezca a algo de lo que uno tiene referencia. Y hubo cuestiones de la vida que me hicieron dar cuenta de que es inútil aferrarse a esas creencias. Algo así dice “Tanto”: “¿Qué querés saber tanto? ¿Pensás que entender te pone a salvo?”. A través de varias cuestiones de la vida me di cuenta que uno piensa que entiende algo hasta que te pasa, y te sorprende: no era como vos lo entendías. Ahí está el Mudar: no encerrarse, no aferrarse a las creencias, estar un poco más atento a las preguntas que a las respuestas… Desde la música no siento que me represente un genero en particular; siento que tengo muchas influencias y atravesé en el proceso de mi carrera varios géneros, así como escucho mucha música distinta. Pero no compongo pensando en un estilo, aunque claro, lo que uno tiene como influencia está: puede ser un aire más folklórico, o pop, o armonías que vienen del jazz… no es que lo busco sino que las cosas que tengo adentro van apareciendo.  
–Formar parte de una familia musical (es la hija de Marcelo Moguilevsky) evidentemente definió su elección profesional. ¿Qué más diría que le dio?
–No sé si la definió, lo que es seguro es que puso la música a mano, como una posibilidad de elección.  Porque a mí nunca me pasó lo que me cuentan amigos o alumnos, que en la casa les dicen: eso está bien para hobby pero no es para vivir. Creo que haber tenido un papá músico y una mamá artista plástica y psicoanalista, me habilitó a tener la libertad. Pero creo que realmente fue una elección mía. Si bien estudié desde muy chiquita, siempre fue un pedido mío y fue escuchado. Fui libre de hacerlo, de dejar de hacerlo cuando no tenía ganas, y de volver a elegirlo. 
–¿Qué enseña a sus alumnos?
–Doy clases particulares y a grupos, seminarios de la voz como instrumento. Y lo que intento enseñar es cómo abrir esas posibilidades de la voz, que son infinitas. Y que nadie tiene una sola forma de usar la voz, lo que pasa es que a veces no se conoce, o no se tiene la libertad de abrir otros timbres, de usar otros recursos. A veces se diferencia mucho al cantante del músico, y se olvida que la voz también es un instrumento creativo, se pueden hacer ritmos, melodías, sonidos, técnicas extendidas… 
–Formó parte de La Asombrosa Banda de Zamba, ¿qué sacó de esa experiencia?
–Fueron dos años muy lindos. Yo no conocía mucho Zamba, ni Pakapaka, simplemente fui a un casting para una banda. Y fue raro porque no soy de ir castings, pero algo acá me convocó. Y a medida que me fui metiendo, fui conociendo el trabajo que hacía Pakapaka en los festivales territoriales, fuimos a pueblos muy chiquitos, rurales, lugares super marginados donde jamás habían visto un show en vivo… Fue muy movilizante, sobre todo, eso. Sumado a que hice una linda banda de amigos, guardo el mejor recuerdo.