A Night of Horror: Nightmare Radio      6 puntos

Argentina/Nueva Zelanda, 2019.

Dirección: Luciano Onetti, Nicolás Onetti, Pablo S. Pastor, Matthew Richards, Oliver Park, Jason Bognacki, A.J. Briones, Joshua Long, Sergio Morcillo y Adam O’Brien.

Guion: Mauro Croche y Michael Kraetzer.

Duración: 104 minutos.

Estreno: Cablevisión Flow

Un locutor conduce en soledad un programa de radio nocturno desde un estudio que, por la ausencia de equipamiento tecnológico de punta, parece anclado en un tiempo distinto al presente. Con un tono pausado y tranquilo, digno de la franja de la medianoche que ocupa, responde llamados de oyentes dispuestos a compartir historias que mezclan lo real con lo mitológico, la fantasía con la leyenda urbana. Todo lo anterior podría corresponder a un fragmento más oscuro de The Vast of Night, la sorprendente producción de ciencia ficción retro-minimalista de Amazon Prime. Pero se trata del inicio de A Night of Horror: Nightmare Radio, una antología de microrrelatos de terror y suspenso producida con fondos neozelandeses, coordinada por Luciano y Nicolás Onetti y con dirección de varios referentes de todo el mundo, los hermanos argentinos incluidos, que luego de haber circulado por distintos festivales durante el año pasado llegó hace unos días a la plataforma Flow. 

Como ocurre con nueve de cada diez antologías de este género, A Night of Horror recupera un tipo de relato propio de un campamento juvenil, fuertemente arraigado en la tradición oral. A fin de cuentas, se trata de una sucesión de cuentos mínimos, nunca grandilocuentes, cuya prioridad es generar un efecto terrorífico aun cuando esto implique suspender todo atisbo de incredulidad. Siguiendo esa lógica comparativa, aquel locutor, llamado Ron, sería quien ilumina su rostro con la linterna para devolver cada mensaje con una historia alusiva, al tiempo que él mismo terminará siendo el protagonista involuntario de una de ellas –que dirigen los Onetti– sobre el final. Es una vuelta de guión que no termina de cuajar, pues no solo es una subtrama extemporánea a la dramaturgia general sino que como única herramienta para asustar esgrime los efectos de sonido típicos del cine de género adocenado que llega(ba) semana tras semana a la cartelera comercial.

Aunque también es cierto que ese desenlace forzado es representativo de un film cuya curva de tensión, a diferencia de la de contagiados de coronavirus, tiene su pico al comienzo, para arrancar la pendiente negativa una vez atravesada la mitad del metraje. Los mejores cortos son los dos primeros, uno de los cuales imagina a una fotógrafa que, junto a su hija y durante la época bautismal de la fotografía, retrata cadáveres por encargo. Lo sobrenatural hará su aparición cuando, de buenas a primeras, la imagen invertida que devuelve la lente del armatoste que hace las veces de cámara sea distinta a la de la niña muerta que ella ve, dando como resultado un ejercicio que asusta sin estridencias. El otro tiene como protagonista a un preso, condenado por la violación y el asesinato de una joven, que en una interpretación casi literal de la Ley del talión empieza a sufrir como castigo las amputaciones asignadas por el padre de la víctima, iniciando así una sugerente espiral de violencia y crueldad. El resto está resuelto con mayor o menor pericia, pero no escapa a los tópicos habituales de aquellas películas con fantasmas o entidades del más allá sedientas de venganza.