Pocos humoristas gráficos actuales tan prolíficos como Gustavo Sala. El dibujante marplatense –radicado hace ya algunos años en la ciudad de Buenos Aires- publica en el Suple No de Página/12, pero también en las revistas BarcelonaRolling Stone, y tiene cantidad de libros publicados, a veces recopilando esos materiales, otras con chistes hechos específicamente en torno a un tema para un libro. Detrás de esos cargamentos de tinta hay decenas de cuadernos berretas inundados de bocetos y horas pidiendo cafés con leche en bares de todo tipo. Y aunque la cuarentena le impide su ritual laboral, Sala sigue trabajando. Aún más, acaba de lanzar un libro digital, Cuadernos violentos, que vende por mail (gustavohernansala@gmail.com) o a través de su instagram (@tintadown). Allí recopila 200 bocetos, ideas incompletas o abandonadas, pruebas de tapa y dibujos sueltos. Un modo de acercarse al modo en que el humorista construye su particular universo de risas.

-¿Cómo surgió armar este libro?

-Hablando con un amigo de la dificultad de la industria editorial en estos momentos en que está todo parado y las librerías cerradas. Como se complica editar cualquier cosa en papel, él me sugirió intentar hacer algo en digital, aprovechando también cierta sensibilidad en determinada gente para ayudar a artistas, músicos, pintores y, en este caso, historietistas. Y viendo que otros colegas estaban en iniciativas parecidas, se me ocurrió ver qué onda.

-Tu experiencia en autoedición está más vinculada al fanzine, sobre todo en tus comienzos. ¿Cómo fue este proceso en digital?

-Si bien no tengo cultura de ver historieta en la pantalla ni mucha experiencia en eso, me puse a trabajar. Al principio pensé en hacer algo de cero, pero clavé la vista en una montaña de cuadernitos escolares berretas que uso para bocetar y apuntar ideas, y dije “ah, ¿por qué no recopilar cosas piolas de estos cuadernos?” Son cosas que no están pensadas para ser vistas ni publicadas, sino solamente producción para ver qué termino publicando y corregir mis propias ideas.

-Solés trabajar en las mesas de los bares, incluso hasta entintás tus trabajos ahí. ¿Cómo llevás el trabajo en cuarentena?

-A mí, como veo que le pasa a otra gente vinculada a la producción cultural, me generó un absoluto bloqueo de producción, ideas, inspiración, entusiasmo... Yo estaba medio configurado con ir a buscar mis ideas a los bares de Buenos Aires. Mi dinámica establecida era ir con estos cuadernitos escolares al Bar de Cao, a La Poesía de San Telmo, al Varela-Varelita, en la Academia del centro, el Celta o el que sea, y que tenga el clima correspondiente e inspirador para que una idea decente aparezca. Me sentaba a apuntar dibujos e inspiraciones. La mayoría de las ideas que publico son generadas en estos bares. De pronto, al cortarse esa posibilidad y estar todo el tiempo en mi hogar, se cortó esa gimnasia y la mente un poco se me hizo un nudo. Extraño muchísimo esa cosa de salir. El cerebro ya me había generado una gimnasia de salir no volver hasta no tener una idea.

-¿Por qué te interesaba mostrar estos bocetos?

-Me pareció interesante mostrar dibujos crudos, el trabajo brutal, honesto, el dibujo que no pensás para publicar sino para vos; o, en todo caso, para mostrárselo a unos amigos cercanos y que te den una opinión. Como dibujante, me gusta espiar los bocetos de los colegas, ver cómo se desarrolló una idea de una historieta que terminó en el libro, cómo aparecieron los primeros trazos. Incluso los descartes: a veces son más interesantes las cosas que el artista decide dejar de lado que lo que se termina publicando. Un dilema que tenemos muchos dibujantes es que a veces el boceto hecho así nomás, fresco y rápido, tiene una fuerza más interesante, o una cosa más orgánica que lo que termina siendo publicado. A veces, cuando uno boceta o está dibujando tranquilo hay un estado donde fluye todo felizmente. Y ante la presión de pensar que te va a leer cierta cantidad de lectores, un editor, que se va a imprimir en determinada calidad, que va a tener un recorrido, todo eso pone a la mente en un estado de presión. Ahí uno quiere que el dibujo sea más lindo, más trabajado, con más rayitas, y eso enfría el trabajo final y se va perdiendo la cosa orgánica y cruda que tenía el bocetito. Entonces, en este material aparece mucho de ese dibujo rápido o bruto. Hay mucho material descartado también que viéndolo ahora en perspectiva tenía alguna fuerza interesante.

-¿Consumís habitualmente este tipo de libros? ¿Qué buscás en ellos?

-Me parece que a veces en los libros de bocetos aparecen la sinceridad del dibujante, sus errores y dudas, toda la fragilidad que en los libros publicados uno trata de disimular. Uno se conoce y trata de no quedar tan expuesto, entonces no se mete en lugares de riesgos. Pero en los bocetos, apuntes y dibujos hechos para uno aparecen esas dudas, esos miedos, esos tachones, esas figuras humanas horribles, esos dibujos mal construidos que a pesar de todos esos errores formales tienen otra gracia u otra verdad que a veces se pierde en el trabajo final que ve el lector o lectora.

-A veces se ve mucha elaboración en los cuadernos de bocetos.

-Pero yo hablo de los cuadernos de bocetos reales, porque también están los bocetos de artistas, esos moleskines caros, coquetos, con una mística fashion. Ahí esos supuestos “bocetos” son acuarelas con un laburo tremendo o trabajos recontra pulidos donde es evidente que sí están pensados para que alguien los vea y los admire. A mí me gusta el trabajo crudo donde no hay lector a la vista, donde ese peligro no está. Acá es exponerse a que me bardeen un poco por los desastres que vas a encontrar en estos Cuadernos violentos.