Jesús     8 puntos

Chile/ Francia/Alemania/Grecia/Colombia, 2016.

Dirección y guion: Fernando Guzzoni.

Fotografía: Bárbara Álvarez.

Duración: 85 minutos.

Intérpretes: Nicolás Durán, Alejandro Goic, Gastón Salgado, Sebastián Ayala.

Estreno en iTunes y Google Play.

Presentada en los festivales de San Sebastián y Mar del Plata, la segunda película de ficción del realizador chileno Fernando Guzzoni --a la que los cuatro años transcurridos desde su estreno no la afectan-- lleva un título tan engañoso como lo fue el de La vida de Jesús, del francés Bruno Dumont. En ambos casos se describe un mundo que no tiene el más mínimo rastro de beatitud. Por el contrario, puede llegar a ser desapasionadamente cruel, visto por sus creadores con el mismo aparente desasimiento que aun en las situaciones más extremas muestran sus personajes. En ambos casos los protagonistas son un grupo de jóvenes sin empleo, que viven no exactamente al margen de la sociedad (no se trata de lúmpenes, sino de chicos de clase media) sino en un solipsimo sin salidas. Tanto como en el film de Dumont, los jóvenes de Jesús parecen canalizar su falta de perspectivas en la violencia, dirigida allí contra los inmigrantes árabes y aquí contra quien podría ser un igual a ellos.

La secuencia inicial es igualmente engañosa, en tanto muestra al protagonista y sus amigos en un momento de plenitud. Bañados en una luz azulada y con una cámara que los recorre gozosamente, Jesús (Nicolás Durán), Pizarro y los demás cantan y bailan coreográficamente sobre un escenario, vestidos como estrellas, en un concurso de pop coreano que no podrán ganar. Jesús ocupa un departamento propio aunque no trabaje, aspira pegamento en la plaza con sus cofrades, mira con ellos ajusticiamientos en vivo en un sitio llamado mundonarco.com, tiene un padre (Alejandro Goic, protagonista Carne de perro, película previa de Guzzoni) que alternativamente lo comprende y lo castiga, concurre a alguna disco donde no se lo ve disfrutando y ocasionalmente tiene sexo con uno de sus amigos. Todo con la misma anomia.

La escena central de Jesús, que dura unos diez minutos, es también su pièce de resistance, en tanto se espirala de modo aleatorio, como si los actores la estuvieran improvisando. En una plaza, Jesús, Pizarro y un tercer “amigo” llamado Beto encuentran a un joven inerte, en el piso. De modo indeterminado, comienzan tratando de ayudarlo, pasan a golpearlo y patearlo (el otro sigue bamboleándose, semiinconsciente) y terminan peor. El hecho no debería sorprender tanto, si se tiene en cuenta la incineración a la que fue sometida una mujer en situación de calle, la semana pasada en esta ciudad. De allí en más sobrevendrá una serie de traiciones cruzadas producto del miedo, que develan la falta de códigos del grupo y llevan a un desenlace familiar extremo. La falta de perspectivas de los protagonistas habla también de una sociedad en la que no pueden encajar: en un momento se comentan por radio las manifestaciones estudiantiles en Chile de cuatro años atrás.

Guzzoni expresa la oscuridad del mundo que registra filmando con diafragma semicerrado, de modo que a lo largo de toda la película los protagonistas se ven cercados por una sombra espesa que cubre todo el encuadre, quedando solo su cuerpo bajo una luz tenue. Las noches son cerradas y los días, de tan oscuros, parecen noches. A la deriva de los personajes le corresponde una deriva del relato, hecho de elipsis narrativas entre escenas. La modalidad es de observación, pero lejos de ser pasiva ésta adquiere una intensidad infrecuente. Esto se logra sosteniendo firmemente los planos, aunque sin llevarlos al estiramiento. Sacándole el jugo en algunas escenas a la profundidad de campo, en más de una ocasión Guzzoni sigue a sus personajes en planos secuencia. Pero estos son breves, sin incurrir en esas maratones sin corte con las que muchos cineastas contemporáneos exhiben su destreza técnica.