Laura va. Pedalea tan rápido en la bici para entregar su pedido a tiempo, que de la cintura para abajo todo parece habérsele esfumado. Sólo le quedan los brazos sujetando manubrios y celular, y los nudos de la espalda soportando el peso de una caja que alguna vez tuvo que comprar a la aplicación para la que reparte. Lo último que recuerda de ese espacio -un kilómetro en tres minutos para no perder “beneficios”- son las rodillas estrelladas contra el asfalto mojado de la ruta 25, en Pilar. Maldice al auto que se le cruzó, al coronavirus, al mango con cincuenta que recibe por cada pedido y a todos aquellos que le dicen “trabajadora esencial”. “Esencial es mi vida y todos los días me mandan al muere”, le recrimina a un algoritmo, a un robot, a esa cosa invisible para la que se desloma.

El jueves 16, el oficialismo porteño y bloques aliados sancionaron en la Legislatura una ley que regula la actividad de trabajadores de deliverys, califica a las empresas de plataformas como “intermediarias” de oferta y demanda, y las exime del cumplimiento de toda normativa laboral y tributaria. Lejos de definir categorías para poder regular derechos y obligaciones, el proyecto de Vamos Juntos fue un camino de ida por la Comisión de Tránsito y Transporte para modificar el Código de Tránsito y el Régimen de Faltas de la Ciudad, y en definitiva adecuar la modalidad de reparto por aplicaciones. Se estableció un Registro Único de Transporte en Motovehículos en la Ciudad como repartidorxs y se impuso un régimen “societario e impositivo” para quienes se inscriban. Traducido, lxs repartidorxs tienen más cargas, siguen sin ser reconocidxs como trabajadorxs y no se configuraron deberes de pago de las plataformas, que seguirán cobrando a los comercios una comisión de entre 20 y 30 por ciento por encargo. Pura ganancia para empresas enmascaradas como “plataformas colaborativas” y una retribución salarial en picada, en momentos que se necesita un ingreso de 43.000 pesos para no caer en la línea de pobreza en la Ciudad.

Mica, ese nombre, y sus 27 años, será todo lo que sabremos de ella para proteger su identidad por temor a represalias, además de reconocerle una voz capaz de demoler paredes, y de que integra la Agrupación de Trabajadores de Reparto, ATR, una sigla que la enorgullece por la construcción lograda en tres años de lucha, desde las tomas y movilizaciones por los despidos masivos de la plataforma PedidosYa. Sabe que la desregulación de las aplicaciones de delivery impacta directamente sobre sus compañerxs, creándoles más endeudamiento y obligaciones. “Es un golpe muy duro para lxs trabajadorxs y un fraude laboral. Nos redujeron a una ley vial, cuando el Ministerio de Trabajo es el que debería intervenir y exigirles a las empresas el cumplimiento de normas laborales, de seguridad y de higiene, sobre todo en esta pandemia de coronavirus.” El peso de la carga cotidiana, dice Mica, es un fuego que le mantiene vivos el enojo y el nervio. Y el cuerpo, un mutante diseñado la medida de las empresas y no de los deseos y la autonomía. “Es el capitalismo de plataformas, qué más”, interpela.

Laura Cáceres y Mica se movilizaron aquel jueves a la Legislatura con sus agrupaciones, que fueron atacadas por personas identificadas con Asimm, la Asociación Sindical de Motociclistas y Mensajeros. “Nosotrxs les pedimos que amplíen la lucha contra esta precarización que nos imponen las patronales, pero responden con patotas que sólo quieren amedrentarnos a lxs que no estamos afiliadxs a sus sindicatos”, lamenta Laura, que milita en la Asamblea Nacional de Trabajadores de Reparto (ANTR) y en la Red de Trabajadores Precarixs. “Llamamos a todxs lxs trabajadorxs a repudiar estos métodos típicos de la burocracia sindical, y hacemos responsables al Gobierno de la Ciudad y al Gobierno nacional de las agresiones sufridas”, alerta Mica.

Se estima que existen unxs 160.000 trabajadorxs de plataformas digitales en todo el país: cerca de 60.000 son de reparto. La legisladora Myriam Bregman, del Frente de Izquierda -único bloque junto con AyL que votaron en contra del proyecto-, sostiene que mientras tribunales de todo el mundo establecen una relación de dependencia entre las plataformas y lxs trabajadorxs, en la Argentina los grandes empresarios intentan imponer una reforma laboral de hecho, y parte de ese objetivo es ir a una “uberización” de la economía, reforzando las cadenas de desigualdad. “Quieren cortar la responsabilidad de las empresas con sus dependientes mediante el uso de plataformas, algo que hoy es ilegal porque lo prohíbe la Ley de Contrato de Trabajo, aunque no la hagan cumplir. El ´capitalismo de plataformas´ es austero porque con sólo invertir en software ganan millones. Esta ley favorece a las empresas que se están llenando de dinero con la pandemia, pero quienes apuestan a ese negocio saben que el gran límite a su rentabilidad es la organización de lxs trabajadores.”

Plataformas de precarización

La Ciudad de Buenos Aires no es el mejor lugar del mundo para trabajar, pero al menos no hay tantas zonas liberadas. “Lxs compañeros de provincia vienen para tener mayor garantía de trabajo, bancándose pagas de miseria.” Mica remarca la situación, denunciada en la historia de los tres paros internacionales de repartidorxs de apps y en el conteo de las siete muertes de repartidores, cinco en lo que va de la cuarentena, que le pone carnadura a la virtualidad de esa explotación. Reclaman justicia por los compañeros fallecidos, ART a cargo de las empresas, seguros “de verdad”, ciento por ciento de aumento de las tarifas, reactivación de todas las cuentas cerradas en represalia y que sus voces sean escuchadas para regular la actividad.

La nueva ley considera intermediarias a las empresas y establece el tope de comisión que deben cobrarles a los comercios, pero no habla de cuánto deberían pagarles a lxs trabajadorxs.

-Es que de arranque esta ley se trata de motos y bicicletas, no de trabajadorxs de reparto. Exige nuevo empadronamiento, nuevos seguros, nueva ropa, nuevos gastos que los descarga sobre lxs trabajadorxs y no sobre las empresas de aplicaciones, que son las que prestan el servicio y las que deberían garantizar derechos. La regulación legitima una relación de dependencia encubierta a través del monotributo. En el Ministerio de Trabajo presentamos expedientes que no pasan de la mesa de entradas. Cada día salimos a trabajar por dos mangos y hace años que no nos aumentan el monto base del pedido, de entre 40 y 70 pesos. El sistema de contratación es la nebulosa desde donde te bajás una aplicación.

¿Cómo es cada día de trabajo?

-Tenés días buenos y días malos, depende de la hora y la zona. Y no es tan así que te manejás como quieras, porque si por cada pedido te llevás 40 pesos, tenés que trabajar más de doce horas promedio. Hay compañerxs que trabajan hasta dieciséis horas diarias para llegar a un sueldo digno. Algunas empresas tienen bono por lluvia o te pagan 5 pesos por cierta cantidad de kilómetros. No hay licencias por enfermedad, ni aguinaldo, ni vacaciones. Todo es muy arbitrario.

Y en esa arbitrariedad se les va la vida.

-Nosotrxs decimos que no son accidentes de tránsito, son asesinatos laborales. Cada uno de esos compañeros murieron en jornadas de más de diez horas cargados, manejando cansados, mirando el teléfono todo el tiempo porque si no contestás rápido te suspenden y te bloquean, y no podés trabajar. La sexta muerte en lo que va de la pandemia fue en La Paternal. El Gobierno porteño aprovechó esa desgracia para tratar una ley de regulación vial y hacer creer que va a frenar las muertes, cuando lo que se hizo fue aplicar un ataque a los ingresos de lxs trabajadorxs. Por ende, tenés que trabajar más horas y va a haber más muertes. Es una cagada, porque todos los días salimos con la soga al cuello, no sabemos si vamos a volver. Y las familias de esos muertos, además de haberlos perdido, tienen que pagar el sepelio, porque no tenemos ningún tipo de cobertura.

Laura Cáceres (foto: Estefanía Demarin)

¿Cómo recae el peso de esta precarización sobre mujeres y disidencias?

-Son las más perjudicadas. En el caso del colectivo lgbti+, terminan teniendo las salidas laborales más precarias, porque en los lugares formales no lxs contratan sólo por pertenecer a ese colectivo. Venimos construyendo reivindicaciones de género desde antes de la emergencia sanitaria, y obviamente las discriminaciones se profundizaron en esta cuarentena. Además, como no existe un convenio colectivo ni somos consideradas trabajadoras, si alguna una compañera decide tener un hije o está gestando debe dejar de repartir, lo que equivale a dejar de percibir un ingreso, porque no podés pedalear diez horas diarias, a riesgo de perder ese embarazo. Para estos casos no se contemplan puestos administrativos o pasivos, ni tampoco licencias pagas por maternidad. Si no entregás, no cobrás. Te cercenan la posibilidad de tener una familia, ¿porque cómo hacés para parar la olla?

Mica enumera cuestiones vitales. Las empresas no garantizan lugares de aseo o de descanso para esas jornadas leoninas, ni locaciones con baños para trabajadoras y trabajadores, que siempre dependen de la buena voluntad de los comercios donde retiran o entregan la mercadería. “Y ni siquiera. Encima te la pasás mirando con un ojo que no te choreen la moto o la bici. Es perjudicial para todxs, pero en particular para las compañeras que menstruamos. No tenemos sitios de higiene, y ni hablar de insumos sanitarios. Vivimos expuestas a infecciones. Ahora dicen que nos van a entregar alcohol en gel y barbijos. Me gustaría saber quiénes y dónde.”

El acoso sexual es uno de los grandes problemas asociados a un triple vector de ajuste sobre los cuerpos, silenciamiento y falta de autonomía. Las denuncias por acoso “son terribles”, detalla Mica, porque, entre otros disgustos, las aplicaciones habilitan los números personales de los celulares de repartidorxs a clientes y comercios. “Todos los días los tipos de los locales o los clientes se zarpan, desde tirándote onda o invitándote a salir, hasta mandándote fotos que ni podés ver de lo horribles. Son situaciones espantosas y no hay una plataforma adonde podamos recurrir o denunciar lo que nos hacen. Sin embargo, los clientes tienen el poder de calificarnos, y si nos califican mal, nos caen sanciones o nos suspenden.”

Están expuestxs a una extorsión y un sometimiento permanentes.

-Exacto. Tenés que tratarlos bien aunque se zarpen. Muchas veces salen a recibir el pedido en calzoncillos. Nos exponen todo el tiempo y el protocolo soporte de cualquiera de las empresas sólo protege al pedido y al cliente. Ni hablar que el soporte está en otros países, ni siquiera puede responder a cosas concretas que tengan que ver con la Argentina. No tienen idea de lo que les estamos hablando. Compañeros que fueron atropellados le hablaban al soporte, y éstos, en lugar de llamar a una ambulancia, les preguntaban cuándo iban a llevar el pedido porque si no se lo descontaban. 

¿Y si te contagiás coronavirus en la jornada laboral?

-Somos “esenciales” para el trabajo pero no para los derechos laborales. Ahora las aplicaciones sumaron pedidos para retirar productos de los supermercados, donde se registra una altísima tasa de contagios entre su personal, pero no hay protocolos de resguardo o aislamiento para la piba o el pibe repartidor que retiran productos de sucursales donde hubo casos de coronavirus. Tampoco hay protocolos de cuidado para los shoppers, los pibes que hacen las compras adentro del supermercado. Un compañero tuvo que ir por su propia voluntad a hacerse un test, por la falta de cobertura. Le confirmaron que tenía coronavirus, lo mandaron a hacer la cuarentena y dejó de cobrar. Punto.

Es una bomba de tiempo.

-Sí, porque además si una piba o un pibe no tienen las condiciones para cuidarse y están yendo de supermercado en supermercado, van a distribuir coronavirus a todas las casas donde entreguen. Para les usuaries es un riesgo enorme. Al final es más peligroso pedir delivery que salir a comprar. Tenemos un slogan que dice “mientras nosotros contamos los muertos, las empresas cuentan sus ganancias”.

Al final, los cuerpos nunca cuentan.

-¿Y a vos qué te parece?

                                                                        ***

La revuelta repartista

El mandato es seguir adelante. Con los gastos, con las deudas, con las tareas de cuidado y la ayuda a la familia. A sus 21 años, Laura se autoconvence de que el feminismo también es hacerse cargo, aun en las peores condiciones de vida. Y eso llegó a incluir el viaje cotidiano de Pilar a Ciudad con su bicicleta. En la aplicación donde trabajaba antes le hicieron pagar, “de una”, 500 pesos por la mochila y 300 por el casco. En la de ahora, con sede en Pilar, la cosa se alivianó un poco y la nueva mochila se la van descontando por semana. “Tendrían que proveernos de todas las cosas. Hace poco tuve que gastar 1.500 pesos porque de tanto andar en la bici, las ruedas se fueron poniendo lisas y hubo que cambiarlas. Una tarde terminé mi turno con las cubiertas destrozadas y caminé las diez cuadras que faltaban para entregar el pedido en horario, si no me quedaba sin el cobro.”

¿Cómo colaborás en la economía familiar?

-Vivo sola y pago un alquiler, pero estoy ayudando a mi mamá y a mi hermana, que son empleadas domésticas y se quedaron sin laburo. Sus patrones no las registraron y no les pagan mientras dure la cuarentena. Trato de hacer doble turno de reparto para poder transferirles guita, porque están muy mal económicamente. A mi mamá le siguen pagando en una de las casas, pero con un solo sueldo no pueden subsistir.

¿Qué balance hacés de la sesión del jueves 16 en la Legislatura?

-Desde la Asamblea Nacional de Trabajadores de Reparto ya veníamos movilizándonos contra esta ley que nos perjudica de lleno. Me parece una locura que legisladoras y legisladores hayan validado que nos sigan exponiendo a esta explotación laboral, y me dolió que el Frente de Todxs se abstuviera de votar y nos diera la espalda. Nos dejaron a merced de las reglas de juego de estas megaempresas. ¡Oigan, somos las pibas y los pibes de reparto que todos los días salimos en una bicicleta en condiciones precarias! Me pareció una actitud muy hipócrita que avalaran la truchada de que somos nuestros propios jefes y los socios de las empresas. También les pedimos a los sindicatos que hagan asambleas de base para encarar una lucha conjunta, pero hasta ahora no hicieron nada y les jóvenes que trabajamos en esto seguimos muriendo.

No es casual que una de las propuestas principales del neoliberalismo sea proponer la “inclusión financiera” de las mujeres. “La ´farsa´ de la inclusión a través de las finanzas supone imponer la idea de que devenir empresaria de una misma es el ideal al que todas aspiramos y que los bancos apoyan”, describen Luci Cavallero y Verónica Gago en Una lectura feminista de la deuda. “La empresaria es la figura complementaria a la víctima.” Como si entablara con Cavallero y Gago un hilo invisible, Laura asegura que a la dictadura de las finanzas se le oponen más asambleas y organización en la calle. “No somos víctimas ni microemprendedoras, y somos la primera línea que va al frente en medio de la cuarentena a ritmos insostenibles. En la Red de Trabajadores Precarixs estamos creando una trama de repartidorxs, trabajadoras de casas particulares, personal de call center, gastronómicxs y desocupadxs. Somos un cuerpo colectivo que resiste para que dejen de imponernos condiciones de mierda.”

La voz se le ensombrece cada vez que vuelve a relatar los siniestros que se producen en la “economía de plataformas”. El lunes, un repartidor migrante chocó por la neblina. Los robos se multiplican especialmente contra las compañeras y disidencias que hacen el turno de la noche. Sigue pidiendo justicia por Franco Almada, un repartidor de 19 años que murió en abril tras ser atropellado y abandonado por un automovilista en Quilmes. Y por Lucas Peralta Luna, que a principio de mes murió atropellado por el conductor de una camioneta que iba a toda velocidad en Villa Crespo. “Te quema. Todo el tiempo estamos expuestxs, nunca sabés si vas a volver a casa. Vivís con miedo a que te choquen, a que te roben, y para las mujeres la noche significa estar en alerta permanente.” Laura cuenta que una de las empresas dejó de “hacerle caer pedidos” a un compañero por ser activista. “Antes trabajaba todos los días, ahora con suerte le caen dos pedidos en una jornada. En cambio, el sistema donde trabajo es por ranking. Si estás entre los mejores rankings te pagan unos pesos más por kilómetros y podés elegir horarios, pero para llegar a esos niveles tenés que recontra reventarte todo el día en la bici, y a la noche sí o sí tenés que laburar, si no te bajan de ranking.”

¿Cuándo comenzó tu militancia?

-Trabajo en este sector desde enero, pero siempre activé. En la Asamblea ya veníamos discutiendo, y cuando se decretó la cuarentena empezamos a organizarnos. Milito en el PTS hace un año y medio, pero comencé a salir a las calles a partir del primer Ni Una Menos. Me movilizan profundamente los derechos de las mujeres, vengo de una familia muy golpeada, vivíamos en una villa. Y tomé la lucha en el cuerpo.

Se burla de la relación tóxica que mantiene con su bicicleta, cuando asume el amor-odio con esos fierros que se convirtieron en su prolonganción. “La detesto. A veces me duelen demasiado los huesos porque es matador estar nueve horas girando con tanta carga. Y a la vez la miro y la quiero. porque es lo único que tengo para poder comer yo y mi familia. Ese dicho de que cargamos una mochila muy pesada es una realidad de un montón de pibas y pibes de barrio en mis mismas condiciones, que además tienen que soportar la discriminación y la persecución policial en los barrios. Lxs jóvenes estamos viviendo tiempos muy difíciles. Nos persiguen, nos criminalizan por rebelarnos o nos matan por nuestras identidades de género, nos excluyen y nos hambrean. Pero de todos modos la vamos a seguir peleando desde las asambleas. Porque ya estamos hartos de cargar tanto sobre nuestras espaldas.”