Abel Córdoba es uno de los próceres de la historia del tango. Su impecable fraseo y portentosa expresividad, lo ubican entre las figuras más destacadas del género. Fue, durante treinta y un años, vocalista de la orquesta de Osvaldo Pugliese. A un cuarto de siglo de la muerte del pianista, su cantor recorre los capítulos más destacados de una trayectoria que ya es leyenda.

Abelardo González nació en la Ciudad de Buenos Aires, en el barrio de Caballito, el 19 de julio de 1941. La llegada al mundo en la apodada “Reina del Plata” fue circunstancial pues sus padres eran oriundos de la localidad de San Francisco, provincia de Córdoba. Hacía allí, entonces, regresó la familia cuando el pequeño tenía solo treinta días de vida. El tango comenzó a subyugarlo a través de las piezas de Carlos Gardel que canturreaba su padre y de las melodías alumbradas por un primo bandoneonista. De niño sintió admiración por Oscar Larroca. El cantor, tras pasar por los conjuntos de Domingo Federico, Osvaldo Manzi y Roberto Caló, se sumó al combo dirigido por Alfredo De Angelis. La agrupación actuaba en el “Glostora Tango Club”, popularísimo programa transmitido por LR1 Radio El Mundo. “Escuchaba cada emisión de manera devocional porque Larroca era mi favorito. Yo - confiesa - empecé imitándolo”.

Larroca integró la orquesta de De Angelis desde mediados de 1951 hasta finales de 1958. La agrupación, además de las presentaciones porteñas, realizaba funciones en ciudades del interior del país. Una noche, con apenas quince años, González concurrió a la Sociedad de Bomberos Voluntarios de San Francisco para ver al ídolo en acción. Junto a un puñado de amigos aguardó su llegada detrás del escenario. Cuando el cantor apareció, quedó paralizado. Fue uno de sus compañeros quien lo encaró para contarle que un imitador suyo deseaba conocerlo. “Frente a mi héroe, y entre las autobombas, interpreté uno de los clásicos de su repertorio: ‘Lágrimas de sangre’”, recuerda emocionado. La voz del adolescente impactó al astro del tango. De hecho, terminó recomendándolo a los integrantes de Juventud Triunfadora, combo cordobés pergeñado a imagen y semejanza del conjunto de “El Colorado”. Abel, luego de una prueba en los estudios de L V 3 Radio Córdoba, fue incorporado. “Si actuábamos en alguna audición, y el locutor no nos mencionaba, los oyentes pensaban que éramos Alfredo y sus muchachos”, asegura con una carcajada.

Tras un tiempo en las filas de Juventud Triunfadora, González se independizó. Junto a un quinteto, dirigido por el bandoneonista Norberto Pivatto, recorrió toda la provincia de Córdoba. Su nombre artístico, por entonces, era Abel Galé. Con el terruño conquistado, decidió ampliar sus horizontes y se instaló en Buenos Aires. Cantó en ignotos bodegones y hasta salió segundo en un concurso de noveles valores en el Club Atlético California, en el barrio de Villa Urquiza. Durante aquellos días, no tuvo la chance de probarse ante alguna de las tantas orquestas porteñas. Las exiguas posibilidades laborales, y una profunda estrechez económica, dictaminaron el retorno a San Francisco. “Estaba sin un peso. Cuando se me rompió la última camisa - reconoce - volví a la casa de mis padres”.

De regreso a su ciudad, comenzó a presentarse en bares y cabarets. Una noche, en la Confitería Oriental, se topó con Luis Félix Mela Carballo quien era presentador y representante de la orquesta de Osvaldo Pugliese. El animador, conmovido por su actuación, le aseguró que lo recomendaría ante el pianista. “Esas palabras me hicieron temblar, pero no las tomé muy en serio porque ‘El Negro’ era medio charlatán”, sostiene. Sin embargo, a los pocos días, fue citado a un encuentro con el compositor en un hotel de la localidad de Rosario. El combo de Don Osvaldo buscaba nuevo vocalista y Abel era uno de los trescientos aspirantes al puesto. La prueba final, junto a otros tres competidores, tuvo lugar en Buenos Aires. “Interpreté ‘Whisky’ y ´Por la vuelta’. Luego de una tensa espera, apareció Mela y anunció: ‘por unanimidad ha sido elegido el cantor de Córdoba’. Entonces, empecé a mirar para todos lados buscando al afortunado. De los nervios, tardé en darme cuenta que el elegido era yo”, relata aún conmovido.

La orquesta de Osvaldo Pugliese tenía un seleccionado de maestros. La fila de bandoneones estaba integrada por: Osvaldo Ruggiero, Víctor Lavallén, Julián Plaza y Arturo Penón. Los violines corrían por cuenta de Oscar Herrero, Emilio Balcarce y Julio Carrasco. La agrupación la completaban: Norberto Bernasconi, en viola, Enrique Lannoo, en cello, Alcides Rossi en contrabajo y Jorge Maciel en voz. González debutó en esa máquina tanguera el 10 de octubre de 1964. “Sentía una enorme responsabilidad pues estaba en el lugar que había sido de Alberto Morán”, manifiesta. El bautismo fue con el seudónimo que lo acompañaría por siempre: Abel Córdoba. Una ocurrencia del presentador Julio Jorge Nelson, quien fusionó la apócope de Abelardo con el nombre de la provincia de la cual provenía el cantor. A principios de 1965, el combo se embarcó en una gira por Japón. El tour, programado para tres meses, se extendió a seis debido al éxito obtenido.

El suceso en tierra nipona contrastaba con la retracción del tango en Argentina. La aparición de “El Club del Clan”, programa televisivo dedicado a un puñado de artistas juveniles cuyos temas oscilaban entre el twist, el bolero y la cumbia colombiana, fue un golpe letal. Las estrellas de la llamada “Nueva Ola” coparon los clubes donde antes reinaba el 2x4. La declinación de los grandes bailes populares (iniciada tras el derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón en septiembre de 1955) acotó un mercado ya en crisis. En octubre de 1968, nació el Sexteto Tango. La agrupación (integrada por Ruggiero, Lavallén, Balcarce, Herrero, Plaza, Rossi y Maciel) fue ideada por sus miembros como una alternativa laboral. La notable repercusión del proyecto generó el desmembramiento del conjunto de Pugliese. “Osvaldo, desanimado, pensó en crear un quinteto. Su mujer – destaca el cantor – lo convenció de reamar la orquesta”.

A principios de 1969, con una renovada formación que incluyó bandoneonistas de la talla de Daniel Binelli, Juan José Mosalini y Rodolfo Mederos, el conjunto volvió al ruedo. Durante los siguientes veintiséis años, con diversos cambios de alineación, deslumbró a espectadores de Estados Unidos, Holanda, España, Japón y China. El 26 de diciembre de 1985, el combo pisó las tablas del Teatro Colón. “La sala estaba abarrotada por un público fervoroso. Fue - resume el vocalista - una jornada memorable”. El 25 de julio de 1995 murió Pugliese. “Era, además de excepcional compositor, un hombre de inquebrantable convicción política”, define. La muerte del pianista cerró un capitulo medular de la historia del tango y de la vida del cantor. “Estoy orgulloso de haber sido parte de la mejor orquesta de la Argentina”, afirma.

Las primeras grabaciones de Córdoba fueron con ex integrantes del conjunto de Pugliese. Registró piezas para discos de Color Tango, del contrabajista Fernando Romano y del violinista Gabriel Rivas. Con la agrupación del bandoneonista Roberto Álvarez realizó conciertos en Holanda, Bélgica, Italia, Suecia y Dinamarca. Uno de los más aclamados fue el ofrecido junto a la Orquesta Sinfónica de Bursa, el 5 de marzo de 2015, en Turquía. El debut solista llegó con “A la Cofradía Tanguera”, un compendio de joyas del 2x4 junto a las guitarras del combo de Hugo Rivas. Su último álbum, hasta la fecha, es Con voz y pinta de tango, donde entremezcló clásicos con creaciones contemporáneas. “Tuve una vida feliz porque la atravesé haciendo lo que amo. Soy - concluye - un privilegiado”.


Repertorio y política

En los treinta y un años como cantor de la orquesta de Osvaldo Pugliese, Córdoba registró cincuenta y cinco piezas. La primera fue “Enamorado estoy”, una romántica entrega de José Márquez y Oscar Fresedo, que apareció en un EP a finales de 1964. “La grabación corresponde a la única toma que hicimos. A Osvaldo le gustó y así quedó”, revela. Junto al vocalista Jorge Maciel dejó para la posteridad cuatro tangos. Entre ellos una magnífica relectura de “Nido gaucho”. Con el malogrado Adrián Guida apenas un par: “Milonga para Gardel” y “Aquél encuentro”. Participó en catorce álbumes de estudio donde ofrendó brillantes versiones de “Whisky”, “Se tiran conmigo” y “Manón”.

Dentro de un repertorio de pareja calidad, se destacan algunas obras de claro posicionamiento político. Tal es el caso de “Con voz rebelde”, compuesto por Carlos Zein y Eduardo Corti. “Es mi tango la bandera que se alzará donde quiera...por ellos: los olvidaos”, dice una de sus estrofas. “Fue una de las primeras canciones testimoniales que interpreté. Allí - corrobora - Pugliese dejó en claro su ideología”. En la misma línea se ubican “Si se calla el cantor”, de Horacio Guarany, y “Los hermanos” de Atahualpa Yupanqui. Ambas aparecieron en El Andariego, primer disco del pianista para el sello EMI, lanzado a principios de 1973. “Don Ata, durante un encuentro en Paris, me felicitó por ese trabajo”, cuenta con orgullo. “El tema de Guarany gustó mucho, la gente lo pedía en los conciertos”, agrega. “Hubiese querido registrarlo otra vez para cantarlo mejor. En realidad – admite – nunca estoy conforme con mis grabaciones”.