Estamos ante la presencia casi absoluta del pasado. Vemos lo que fuimos con una avidez que puede carecer de toda crítica. En ese marco no es difícil imaginar que un día nos animemos a enviarle un mensaje a un ex.

Amor de cuarentena hace de la desesperación una aventura. Hay un desandar psicológico en el texto de Santiago Loza que puede funcionar como un ejercicio para cobijar el confinamiento en una suerte de efervescencia del análisis minucioso de nuestros amores pasados.

Esta historia tan parecida a la realidad, que nos pertenece plenamente, como si la dramaturgia fuera dictada por nuestra pasión, se desarrolla como audios de WhatsApp que nos llegan durante quince días al celular. Un grupo de actores y actrices construyen un artefacto dramático que podría definirse como un teatro para una sola persona. En este caso la elegida fue Camila Sosa Villada. El objetivo implica a quien escucha como el destinatario de los mensajes, lx impulsa a asumir el rol del o la ex de quien habla, tratando de diluir el lugar de espectador en un experimento tan arriesgado para nuestras emociones como reflexivo. La imaginación es esencial para convertir la trama en algo similar a la lectura de una novela de la que formamos parte como un personaje silencioso.

Lo que a mi me ocurrió fue que me sentí tan identificada con Camila, con su energía diáfana, con esa luminosidad que tiene al decir, que sentí que ella era yo. La escuché como si hablara mi cabeza y comprendí que cuando le enviamos mensajes a otro, tal vez, estamos componiendo un monólogo para curarnos de ese amor.

La dirección de Guillermo Cacace propone una actuación desde la ausencia, sin el respaldo de un partener ni la percepción cautelosa del público. Sosa Villada debe crear una situación que se supone ficticia, desamparada de los recursos propios del teatro pero sostenida desde una historia que se adivina demasiado parecida a las anécdotas sueltas de toda situación amorosa. En esa certeza de realidad que se evapora ante la soledad de un audio, la dramaturgia de Loza entra en esa conflictividad diaria, en el momento inesperado en que el mensaje llega.

Sosa Villada nunca deja de lado la seducción y es allí donde la actriz y escritora dispone de una teatralidad para que no podamos dejar de escucharla. El texto de Loza logra una semblanza de esta época donde estamos adheridxs a los dispositivos digitales que nos incitan a pasar a la acción. Es tan corriente enviar un mensaje, decir lo que nos pasa, volcar el inconciente como texto o audio que es casi inaplicable resistirse a ese estado de diario íntimo permanente. En el discurso de Loza también hay un análisis de estos dispositivos que nos vuelven tan egoístas como contradictorixs.

La dulzura en la voz de Sosa Villada (que no evita cierta ironía) demuestra que existe una voluntad de cordialidad alejada de todo reproche. En Amor de cuarentena la necesidad de compartir estos momentos de aislamiento con alguien amado está por encima de cualquier rencor. El amor es algo que dura más allá de la separación como un estado, un deseo al que se sigue perteneciendo.

Tanto en la voz de la actriz como en las palabras del autor se respira la certidumbre que a ese mensaje va a faltarle el cuerpo. El texto es puro pasado aunque ocurra en este presente tan palpable. Y no tiene que ver solo con la nostalgia de esa felicidad que la protagonista descubre como el rastro de una civilización perdida. Está claro que estas formas de teatro que se practican desde la urgencia no pueden remediar ese lugar esquivo que asume el presente. Son siempre lejanas aunque consigan escucharse hermosas.

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