A pesar de que ya han pasado 83 años de la que es considerada la primera gran tragedia de la aviación comercial, las imágenes de la explosión y caída del gran dirigible Hindenburg siguen generando horror con solo verlas. Son apenas 20 los segundos que la enorme nave tarda en caer envuelta en llamas desde la primera explosión, ocurrida en su parte posterior cuando se encontraba a casi 100 metros de altura, hasta que la estructura termina de colapsar ya en el suelo, mientras una columna de espeso humo negro se eleva cubriendo el cielo y decenas de personas corren desesperadas a su alrededor.

Entre tripulación y pasaje, 35 de los 97 que iban a bordo murieron en esa funesta tarde del 6 de mayo de 1937. El accidente representó además el final del uso de estos lujosos aparatos en el transporte de pasajeros y la caída de uno de los símbolos más potentes con que el régimen nazi se promocionaba en todo el mundo antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, apenas dos años después. En torno a aquellos hechos está organizada la trama de la miniserie de origen alemán Hindenburg: el último vuelo, cuyo primer episodio se puede ver hoy viernes a las 22 por la pantalla del canal Europa Europa.

La acción comienza algunos días antes de aquel último vuelo con el que el Hindenburg uniría Frankfurt con Nueva York, un lapso que la serie aprovecha desde lo narrativo para exponer el complejo mapa político de la época. Ahí se le brinda al espectador información vital, ya que buena parte de la tragedia estuvo motivada por las tensas relaciones diplomáticas y comerciales que se daban entre el gobierno de los Estados Unidos y el Tercer Reich alemán

La serie utiliza como guía y héroe al personaje de Merten Kröger, un ingeniero creado para la ocasión que en la ficción forma parte del equipo de diseñadores del más grande de los dirigibles fabricados por la empresa Zeppelin. A través de él, el público accede a reuniones y fiestas en las que se enterará que en la década del ’30 los Estados Unidos tenían el virtual monopolio del helio, el gas noble e inerte al que su nula inflamabilidad lo convierte en el ideal para elevar dirigibles. Pero a causa de las fricciones políticas, la potencia americana se negaba a comerciar con el Reich, obligando a utilizar el altamente inflamable hidrógeno en lugar helio, convirtiendo al aparato en un potencial explosivo que tenía casi las mismas dimensiones que el Titanic.

La referencia al malogrado transatlántico es oportuna, en tanto que El último vuelo tiene innumerables puntos de contacto con la estructura narrativa de la famosa película de James Cameron. No por nada la crítica alemana la definió como “la Titanic del aire”. Por empezar el propio Kröger protagoniza una subtrama romántica que lo vincula con Jennifer van Zandt, la hija del magnate del helio estadounidense, que se encontraba en Alemania junto a su madre para tratar de ayudar a levantar el embargo contra el Reich. Igual que en la película que recrea el desastre marítimo, acá también hay un tercero en discordia: un empresario alemán vinculado a una importante compañía química con muchos intereses jugándose en ese vuelo del Hindenburg que terminaría siendo fatal. Ese final anunciado y conocido por todos que también caracterizaba al film de Cameron, es utilizado en la serie para generar momentos de tensión.

El último vuelo también le hace lugar a la sospecha nunca probada de una bomba a bordo del Hindenburg. Un hecho que la versión oficial descarta, determinando que la explosión tuvo origen en la energía estática acumulada en el ambiente, producto de la misma tormenta eléctrica que ya había demorado el descenso del dirigible. A pesar de eso, la versión de la bomba siguió formando parte del imaginario colectivo en torno al desastre. A diferencia de la película La tragedia del Hindenburg (Robert Wise, 1975), donde se le atribuye la posible bomba a un grupo subversivo que buscaba desprestigiar al régimen de Adolf Hitler, la serie le da a esa teoría un sentido opuesto. Así, la bomba a bordo tendría como fin dejar mal parados a los estadounidenses, obligándolos a levantar el embargo.

Aún con sus subrayados, su obvia utilización de la trama romántica o la presencia de personajes arquetípicos que buscan representar el arco dramático clásico de las películas o series sobre el nazismo (que acá incluyen a una familia judía que escapa del régimen y cuyo destino final es la Argentina), El último vuelo se las arregla para mantener el interés por sus acciones. Buena parte de dicho éxito se encuentra en la detallada recreación de época, que no ahorra en locaciones imponentes y en el despliegue de gran cantidad de extras. La reconstrucción de los interiores del Hindenburg es rica en detalles que dan cuenta de la monumentalidad de aquel aparato, incluyendo los lujosos camarotes, las zonas de esparcimiento para pasajeros y la laberíntica estructura interna que la tripulación debía controlar.

Pero el gran impacto de la serie se asienta en la reproducción del horror final, en cuyo desarrollo seguramente fueron invertidos buena parte de los casi once millones de euros que costó su producción. Sus imágenes renuevan y amplifican la dimensión de aquella tragedia, una de cuyas imágenes incluso llegó a ilustrar la tapa del primer disco de Led Zeppelin, uno de los más icónicos de la historia del rock.

Hindenburg: el último vuelo se compone de dos episodios largos (una hora y media cada uno) y los mismos se podrán ver hoy y el viernes 14 de agosto a las 22, con repeticiones los días jueves 13 y 20 de agosto a las 22:35. La señal Europa Europa está disponible a través de los servicios de Telecentro (427), Cablevisión (315/365) y DirecTV (1515).