La desigual distribución de la riqueza en el fútbol les reserva a las futbolistas mujeres su escalón más bajo. Ya lo recordó hace unos pocos días la mediocampista del Rayo Vallecano y de la Selección Argentina, Ruth Bravo: "Dicen que Neymar cobra más que todo el equipo de Atalanta y se sorprenden. Neymar cobra más que todo el fútbol femenino de Sudamérica y eso no le sorprende a nadie".

Tampoco hubo sorpresas cuando ni una sola jugadora de fútbol de todo el planeta pudo meterse en la lista de Forbes de los 100 deportistas mejor pagos del mundo (que entre 99 y 98 son siempre varones...). Ninguna futbolista en la historia del ránking lo integró jamás.

Quienes leen este diario tampoco podrían sorprenderse de la réplica a nivel local de la situación, en un fútbol que para ellas ni siquiera es completamente profesional. Aquí se contó la historia de las cuatro jugadoras de Primera División que enfrentan al coronavirus en plena pandemia desde sus otros trabajos, esos que compatibilizan con  entrenamientos y partidos para poder vivir.

Pero no son casos aislados; son muchas las jugadoras que tienen otro trabajo en el fútbol argentino. Y ni hablar de aquellas que no están entre las ocho elegidas para percibir el salario básico de 20.250 pesos que, como mínimo, cada club de la máxima categoría les paga gracias al subsidio girado por la AFA.

La desigualdad es global y es estructural. No radica sólo en los ingresos, ni siquiera esencialmente allí. Como ya lo ha contado en el caso argentino el trabajo periodístico de la compañera Ayelén Pujol, se sostiene en la invisibilización de prácticas, protagonistas y e historias -con y sin mayúsculas- donde eran y son ellas las que dominan la pelota.

El argumento contra su lucha se ha vuelto un vacío lugar común: "No puedes ganar lo que no generas". ¿Y qué es lo que generan las futbolistas, además de sus goles y sus barridas y sus gambetas, en todas las canchas del mundo? La lucha de Martina Raspo, la niña santafesina que salió a denunciar que no la dejaban jugar por los puntos sólo por ser mujer, ¿no es fruto significativo de esas que viven con los sueños pegados al botín? Una que juega un Mundial televisado con su apellido en la espalda, ¿no ha irrumpido en las tiernas infancias visibilizando otros modos de ser y habitar este mundo? Es posible, sin embargo, que los resultadistas de siempre insistan repitiendo lo mismo... Aunque muchas veces sea sólo para seguir creyéndolo.