Messi no está. Messi se fue. Lo fueron. Cuatro fechas out por putear a un juez de línea (nada más digno, amigo futbolero, que putear a un juez de línea). Lo suspendieron de madrugada, por fax, unos peritos en lecturas de labios cuyos monitores están en Suiza, a más de 11 mil kilómetros del “la concha de tu madre” de Lio. Debe ser porque la AFA, desde la muerte de Julio Grondona, quedó a merced de internas entre cuatros de copas y perdió peso donde hay que pesar, allá en Zurich.

Deben ser nuestros hermanos uruguayos, chilenos, brasileños, poniendo con avidez lo que hay que poner, o sea, lobby. Debe ser el fantasma de Havelange, aquel villano mandamás de la FIFA y archienemigo del Diego en el milenio pasado. O la misma mano negra que puso al Patón Bauza de DT. Quedarnos otra vez sin Messi, como cuando amagó con renunciar a la Selección, es un enorme “dream is over”. Una previa, como para entrar en tema para saber qué se sentirá si, al final, no clasificamos para el Mundial de Rusia.

La suspensión del crack, para peor, llega al mismo tiempo en que las no-estrellas que lo rodean en la Selección están peor que nunca. Mascherano ya no corre, Higuaín es campeón mundial de memes humillantes, el Kun Agüero… bueh. No es sólo el olor a generación chamuscada: es olor a crack inigualable, irrepetible, adorable… chamuscado también. Queremos que Lio logre lo que logró Maradona, no lo que lograron los cracks sin corona como Johan Cruyff o el Trinche Carlovich. Por eso la pregunta, ésa que tiene cada vez más sentido desde que Lio debutó, hace 13 años: ¿está bueno ver un partido de fútbol en el que no juega Messi?