Desde Londres

       La reapertura de las escuelas es un desafío para todos los gobiernos del mundo: las tribulaciones del gobierno británico son solo un último ejemplo. En Estados Unidos, Finlandia, Francia, Alemania, Holanda e Israel el interrogante que recorre como un fantasma la decisión gubernamental es el mismo: ¿representan los niños un peligro en la cadena epidemiológica?

La idea de que la escuela primaria y secundaria es “risk free” va de la mano de otra idea con respaldo estadístico: a menor edad menor riesgo (si no hay condiciones clínicas – diabetes, etc – que compliquen el cuadro). En los primeros meses de la pandemia este dato incontrovertible produjo un salto interpretativo a nivel epidemiológico: la idea de que los niños son prácticamente inmunes y no contagian. El mito de la inocencia infantil se extendía al reino mismo del virus.

En el debate de cara a la reapertura de las escuelas el próximo 1 de septiembre, el gobierno británico se recostó en los números de la organización oficial de estadísticas, la ONS, para respaldar su decisión. Según la ONS de más de un millón de niños que asistieron al pre-escolar y la escuela primaria en junio, solo 70 chicos y 128 educadores contrajeron el Covid-19. El gobierno de Boris Johnson agregó otro dato de la ONS. Según el organismo, hubo 10 muertes por Covid 19 de menores de 19 años entre los casi 47 mil decesos que se contabilizaban a fines de junio en el Reino Unido

Esta información no basta para comprender el impacto epidemiológico del recomienzo de las clases. En Berlín, casi 40 escuelas registraron casos de coronavirus dos semanas después que los estudiantes regresaran a las aulas tras las vacaciones de verano. El impacto intergeneracional es uno de los grandes temores: los niños pueden contagiar a padres y abuelos. En la última semana la tasa de infección en Alemania se elevó a 11,5 nuevos casos cada 100 mil personas.

En mayo el gobierno israelí, confiado en que había vencido el coronavirus y desesperado por reactivar la economía, reabrió las aulas. En días hubo un rebrote en una escuela de Jerusalén que rápidamente se convirtió en la epidemia más importante en un establecimiento educativo del país. Cientos de escuelas tuvieron que cerrar sus puertas y miles de estudiantes y profesores fueron confinados. “Si hay un número bajo de casos se genera la ilusión de que se acabó la enfermedad. Ese fue el error, el espejismo. Hay que abrir muy gradualmente el sistema educativo, con límites y muchísimo cuidado”, explicó al New York Times, Hagai Levine, profesor de Epidemiología y presidente de la Asociación Israelí de Médicos de Salud Pública.

En junio hubo un caso de contagio masivo de menores en Georgia, Estados Unidos. En un camping veraniego de 600 adolescentes, unos 360 terminaron infectados. El informe del Center for Disease Control and Prevention (CDC) llegó a una conclusión terminante sobre la presunta inmunidad o ausencia de contagiosidad de los menores. “El virus se expandió a toda velocidad en este centro juvenil lo que produjo un alto nivel de contagio en todas las edades”, señaló el CDC.

A conclusiones similares llegaron otros informes científicos. A fines de julio un estudio del Hospital de Niños Ann y Robert H Laurie de Chicago señaló que los casos de niños analizados mostraban que tienen el mismo volumen de coronavirus en nariz y garganta que los adultos infectados. En otro contundente adiós a la inocencia infantil, el informe mostró que los niños menores de cinco años podían albergar hasta 100 veces más de virus en comparación con los adultos. Un estudio en Alemania convergió con este análisis.

En Wuhan, China, se comparó los datos de dos ciudades: Wuhan, cuna del coronavirus, y Shanghai. El estudio halló que los niños eran tres veces menos pasibles de contagio que los adultos, pero que cuando se reabrieron las escuelas, tenían tres veces más contacto directo que los adultos y , por tanto, aumentaban sus niveles de contagio. La conclusión de los investigadores fue que si bien no basta con el cierre de las escuelas para neutralizar un rebrote, hacerlo permite reducir entre el 40 y el 60% de los contagios y, por tanto, disminuir el impacto epidemiológico y intergeneracional.