A priori no parece una tarea muy complicada la de reflexionar sobre el posible perfil queer de una película protagonizada por cinco personajes forrados en látex de colores chillones y accesorios metalizados, sobre los que además no se conoce nombre, identidad ni género y que suelen combatir el mal con movimientos más cercanos al aquadance que a las artes marciales. Vale también recordar una frase del egipcio Haim Saban, productor y creador de la serie en 1993, pronunciada en referencia al show televisivo Super Sentai, que inspiró su posterior obra: “Veía a estos cinco muchachos vestidos de spandex luchar contra monstruos de hule y me enamoré”. Así fue que Saban creó una de las primeras series para niñxs con súper héroes multiétnicos que además incluían a súper heroínas como protagonistas. No obstante, en la última y muy divertida película de los Rangers, dirigida por Dean Israelite, las cosas no son tan obvias ni evidentes.

La historia de Power Rangers es sencilla, o no tanto: cinco adolescentes marginales se conocen un sábado por la tarde en el salón de detención de su escuela secundaria, castigadxs por realizar actos de rebeldía. Entre charlas, alianzas de escape, inconformismos y algo de casualidad, lxs cinco se terminan encontrando en los alrededores de una montaña, que uno de ellxs hace volar por los aires, para descubrir unas monedas mágicas que les otorga poderes extraordinarios. Al decidir explorar el misterio hasta el fondo chocan con la terrible noticia: el planeta Tierra va a desaparecer en manos de la ambiciosa humanoide Rita Repulsa, enfundada en su traje verde (¿militar?) con la ayuda de su monstruo de oro Goldar, y solo ellxs cinco podrán detener el avance del materialista monstruo y su capitalista dueña si se transforman en los Power Rangers. 

Rosa, rojo, amarillo, negro, azul, coreano, latina, afroamericano, rebelde, feminista y ¿lesbiana?, son algunas de las características de estos nuevos Rangers que además, si bien, como ha sido la tradición del show, el Ranger rojo siempre oficia de líder del grupo, en esta versión cada unx sigue libremente sus propios instintos muy por encima de cualquier autoridad, para favorecer el colectivismo organizado. Sin duda la Ranger amarilla, Trini, feminista, ingobernable y apostando a una clara construcción de un perfil lésbico es el plato fuerte del film, migrante y nómade desde el minuto uno, ajena a las leyes escolares y paternales, orgullosa de su marginalidad, carente de nombre y apellido, andrógina por elección y convencida guerrera latina contra un monstruo dorado en la era Trump. 

No está de más recordar que para convertirse en un Power Ranger, ya desde la serie Mighty Morphin Power Rangers y también en esta película que en ella se inspira, las personas deben transformarse a sí mismas no colocándose un antifaz o un traje guardado en un armario, sino atravesando una verdadera mutación personal, un proceso complejo que solo funciona si el ansia de cambiar es genuino. En las redes sociales ya se pueden leer las opiniones de las consabidas mentes obtusas que amenazan con boicotear el film por las características queer del personaje de Trini. Nada nuevo ni original. Frente al odio y la estupidez imperante, no podemos sino parafrasear el clásico grito Rangers, con un pequeño agregado especialmente dedicado a aquellas: It’s Morphin’ time, bitches!l