Fue sin dudas el disco del volantazo. Gustavo Santaolalla venía de exprimir todo lo que se podía aquel experimento folk-rock-psicodélico del viejo Arco Iris y quería aire nuevo. Vida nueva. Otra sensualidad. Una música más fresca, directa, hedonista… más liviana que aquellas inextricables maravillas setentosas que había propuesto en Agitor Lucens V. O el folklore militante de Inti Raymi, otro discazo. Pero para cambiar de música, claro, había que cambiar de vida. Y para hacerlo había que cambiar de hogar, también. De paisaje. De gente. En efecto, fueron los pasos que tuvo que ir dando el hombre para dar con un disco suyo -“el” disco suyo- publicado en 1982, que sorprendió a propios y extraños: Santaolalla. El de “Ando rodando” y toda su declaración de principios: "De la tierra prometida / solo me quedan heridas". El de esa tapa que ensambla su electroencefalograma con su electrocardiograma -mente y corazón- que hoy renace, remasterizado por su socio Aníbal Kerpel y por primera vez publicado en las plataformas digitales.

“Ese disco representó una novedad para la Argentina, porque la new wave era una cosa muy temprana. Recuerdo que durante la grabación venían los chicos de Virus, que aún no habían grabado su primer disco, porque era bastante fuerte la cosa. Hubo mucha gente de mi generación que se sumó a ese movimiento, que mezclaba gente joven con otros que veníamos de antes, y que estaba defraudada con el negocio del rock, que se había convertido en algo corporativo, con bandas como Boston, Kansas o Stix. Obviamente, por abajo venían los Sex Pistols, los Ramones y todos esos grupos… Y Santaolalla es un poco el álbum mío que muestra esa faceta en la que yo estaba. Fue el punto de partida de algo nuevo”, contó el también productor en un video online.

Para llegar a su primer disco, Santaolalla tuvo entonces que, primero dejar Arco Iris, lío incluido con sus compañeros. En especial, con Ara y Dana Tokatlián. Después, tras el excelente pero fugaz trabajo con Soluna, irse a Los Angeles, empujado además por las brumas insoportables de la dictadura cívico-militar. Y finalmente empaparse de ese punk del que habla, del post-punk, del reggae, del ska, y de aquellos subgéneros aledaños, de garage, que dominaban la escena entonces. Gravitó además que Kerpel también decidiera aggiornarse a la era, después de llegar al paroxismo progresivo con Crucis, y que los dos decidieran armar una banda clave para que la mutación estético-ideológica de ambos pudiera plasmarse: Wet Picnic, aunque no fuera ésta la banda que grabó Santaolalla, sino otra formada por la base de GIT (Alfredo Toth + Willy Iturri); Alejandro Lerner, en piano; Oscar Kreimer, en saxo; Ruben Rada, en congos y coros; y Oski Amante, en percusión.

El contexto de Santaolalla está también impregnado por el color, por el toque lumínico que su creador había aportado -aunque para una música más telúrica- en Pensar en nada, disco de su amigazo León Gieco que produjo en 1980, durante una de sus escapadas relámpago a Buenos Aires. Un color modernoso que su primer disco solista muestra en la conversión al reggae de “Vasudeva”, bella pieza de Arco Iris; el hit pop-poderoso (“Ando rodando”), el ska de “Si me llaman por teléfono no estoy”; o el toque melanco de “Hilda y el hermano”. “El disco tiene otra cosa bastante nueva respecto de mis composiciones hasta el momento: es la utilización de viñetas, en las que se cuenta una historia de otros. 'Hilda y el hermano' muestra la historia de dos personajes típicos del barrio, que se pone en la vereda a tomar mate”, dijo el músico, intentando otra manera de servir el pasado en copa nueva.