En todo hogar ha ocurrido una masacre. La casa está desmembrada, hecha un revuelo, los objetos conviven odiándose o embelesados en alguna forma de batalla. Protestan en el desacomodo de las formas. La televisión vieja habla sola, se manifiesta sin clamores, con esa tristeza de una Checoslovaquia después o antes de la guerra.

Como no ver en la instalación 65 sueños sobre Kafka la marca de Tadeusz Kantor, su disposición del espacio donde las cosas no son detalles sino fuerzas corpóreas que no vienen a representar sino a señalar la ausencia de vida. En el fondo de la escena descansa, abandonado un muñeco antropormófico del Proyecto Filoctetes que Emilio García Wehbi realizara en el año 2002 en las calles de Buenos Aires. La falta de performers en esta instalación ideada por García Wehbi y Maricel Álvarez, que puede visitarse de forma presencial en la Fundación Cazadores, responde a las limitaciones que la peste marca sobre el teatro y, de algún modo, en este confín de objetos sin consuelo, se cuenta el drama de nuestra época. La intervención humana sería aquí casi un delito, una puesta en riesgo, una contaminación. Las cosas viven sin nosotrxs y nos evocan.

Lo onírico se convierte en un concepto que desarma la puesta en escena. Las luces operan como la presunción de una acción que puede desencadenarse en cualquier momento. Los discos que giran hablan de esa construcción maquínica que pensaron Deleuze y Guattari. Hay algo que perdió su eje y sigue sucediendo, una inercia sobre la que los sonidos se meten como una tempestad, un factor del afuera que resopla y delata su pertenencia a un tiempo que no es exactamente el presente de la escena. Sin actores y actrices el teatro se convierte en pasado.

Stifters dinge, la obra que Heiner Goebbels montó en el año 2016 en el Teatro Colón era un artefacto atrayente donde las personas, entre bambalinas, cumplían el rol de activar una sucesión de pianos que sonaban gracias a un impulso fantasmático. El protagonismo estaba en el funcionamiento mecánico. Si Kantor, al discutir la noción de actuación también ponía en crisis al sujeto, en Goebbels se entendía una lectura destructiva de nuestro tiempo, un cuestionamiento al antropocentrismo.

La propuesta de García Wehbi y Álvarez dialoga con esta idea de un teatro sin intérpretes, aunque la experiencia inicial (que pudo desarrollarse antes que se dispusiera la cuarentena) incluía a una serie de performers. La obligación de ajustarse al protocolo sanitario fue capitalizada por lxs artistas para pensar el actual desasosiego. Detenerse a mirar una escena que ocurre como si los objetos hubieran sido tomados por una suerte de animación que ya no responde a la fantasía sino al más desolado realismo, es también un gesto de religue. Nuestro lugar frente a esas formas que parecen respirar, que demuestran su agenciamiento como señalan los escritos del filósofo inglés Timothy Morton, obliga a descubrir una ontología en los objetos ¿Por qué creímos durante tanto tiempo que gobernábamos a las cosas, que ellas no podían nada sin nosotrxs? Esta instalación deviene en material filosófico, en un ensayo que se escribe en el espacio.

Cambiar el punto de vista, moverse respetando las distancias, permite entrar en un procedimiento similar al que realizó Félix Guattari cuando pudo identificar en las cartas de Franz Kafka un repertorio de sueños. Allí trazó un recorrido dislocado sobre una biografía. La campana que suena consigue lastimarnos un poco, ser un factor de realidad si el imán de cada pieza nos suspende por un instante. Hay allí una noción de orden que entra en conflicto con la violencia de las cosas.

65 sueños sobre Kafka puede visitarse los jueves y viernes de 17:45 a 21 hs con inscripción previa en [email protected] Entrada gratuita