Quizás hay un lugar aunque a veces sea estrecho

en la cancha y en la vida siempre intento ir derecho

Si el fútbol y la música urbana tienen en común la pasión del barrio, Mili Rivero, número 11 de Banfield, se para con sus 20 años para rapear y patear desde su casa en Claypole, en la zona sur del Gran Buenos Aires. Le pone rima a su fútbol en las calles donde aprendió a jugar y desde donde se proyectó hacia la vida. Son las mismas calles que recorre su abuelo Juan, que con su carro y su caballo tracciona desigualdades y vende huevos para sostener a la familia. Las que camina su mamá, que fue vendedora ambulante, atendió abuelos en un geriátrico y ahora se puso un almacén en su casa para seguir criando a sus cinco hijes. Son las esquinas donde Rivero hizo del fútbol y de la música su lugar en el mundo.

“Arranqué a jugar en la plaza La Belgrano, donde está el club. Mis abuelos viven enfrente y bueno, ahí íbamos con los chicos, al potrero. Yo hago todo con Juan, mi hermano mellizo. Así que empezamos los dos a jugar y ahora también a rapear con Profeta 77, el grupo que tenemos con amigos. La canción se llama Suspiro, la escribí en la pandemia porque extrañaba tanto al fútbol que lo quería expresar”, dice ahora, desde Claypole.

El bolso en el hombro, la SUBE en la mano

recuerdos como escombro jugando en el barrio

cada entrenamiento fueron fruto del peldaño

el camino no era el mismo, pero el sueño no ha cambiado.

El video circuló en la redes sociales. Vestida con la ropa de Banfield, Mili Rivero rapea. Si su fútbol tuviera música sería, dice, la de les artistas que admira: Wos, Trueno, Replik, Nicki Nikole, Cazzu, Yoss Bones. Y la que brotó también de su barrio.

“El rap son letras combativas, callejeras, artistas que crean buenas letras. Me gusta escribir, cantar, jugar a la pelota y mezclé todo”, cuenta. El fútbol, para Rivero y las mujeres que lo practican, parece tener también un poco de todo eso. “El fútbol es una parte de mí, un sentimiento que no puedo controlar -reflexiona-. Pero hablarlo me re cuesta. Rapearlo me sale mejor”.

El vínculo entre el freestyle rapero y el freestyle futbolístico comparte una palabra que quizá representa, en la cancha y en la música, a esta nueva generación: la libertad.

-¿Cuándo jugás sentís que luchás por algo?

-Por nuestros derechos, por tener lo que nos merecemos. Falta el apoyo de la gente de arriba, que entiendan que el fútbol no tiene género, que es igualitario, como dice mi letra.

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Unos meses atrás, Julia Dupuy, jugadora de la Selección de Futsal, también improvisó un rap para el juego que aman: “Te voy a contar la Copa América vamos a jugar; acá no hay xenofobia ni nada de eso; somos todas hermanas con distinto acento”.

Además, Alianza Lima de Perú presentó a su plantel con los versos y rimas de la rapera Gillow: “Yo vivo la pasión del fútbol desde muy chica; jugando y en la pista, y eso ami me identifica; y aunque muchos no lo puedan ver normal; soy mujer y yo amo el fútbol. Dime ¿acaso eso está mal?”.

La jamaiquina Tiffany Cameron, que jugó el Mundial 2019, también conjuga el fútbol con este estilo. Su canción favorita es “For the Love of the Game” (Por el amor al juego), que dice: I didn’t do it for the money; I didn’t do it for the fame; I didn’t do it for the glory (“No lo hice por el dinero, no lo hice por la fama, no lo hice por la gloria’).

Rivero escribe sus propias letras. MR es su nombre artístico y en la cancha la representa el 11 de su camiseta. Es un número simbólico en su propia historia. Tenía esa edad cuando jugaba torneos con La Belgrano en un equipo con varones y un árbitro le dijo que no lo podía hacer más.

Todavía recuerda aquel día: “Estaba por empezar el partido. Yo ya había hecho la entrada en calor. Me dijo: ‘No vas a poder jugar más en la Liga porque sos mujer y te estás desarrollando. Es por precaución, no queremos que los hombres te peguen'”.


Las palabras le dolieron tanto que dejó. Era la segunda pequeña gran frustración de su vida: el deporte que le gustaba era el hockey, pero la economía de la familia no daba abasto para comprar el palo ni nada por el estilo. En su casa practicaba con un palo de escoba y una pelotita de tenis. Hasta que apareció el fútbol, que era de fácil acceso. Aunque, claro, estaba el machismo.

“Nunca me dejé llevar por los comentarios. En su momento me bajaba el autestima porque te decían ‘marimacho’ o ‘andá a jugar a las muñecas’. Hoy no es tanto, pero todavía te miran con sorpresa, como si fuera algo raro”, dice.

En casa, su familia le decía que el fútbol era para varones. Pero Rivero insistió. Empezó a jugar con Las Lobas, un equipo del barrio al que considera su familia. Ahí se tuvo que curtir: entraba en la adolescencia, pero sus compañeras ya eran adultas. Ahí también cambió de puesto: dejó la defensa y pasó a jugar arriba.

Llamado el gran deporte que llega al corazón

con ese pasaje no hay vuelta ni devolución

el fútbol que expresás con sana adicción

Entrenando y aprendiendo sin dar explicación

En 2017 se probó en Racing y quedó. Fue parte del plantel que logró el ascenso a Primera. Cuenta que dejó La Academia porque quería ser abanderada en el último año del secundario: logró el objetivo. Pero no volvió al club, se quedó con Las Lobas y tiempo después probó suerte en Banfield. Ahora juega de titular, ubicada de volante por izquierda. Se siente a gusto: en el torneo que se suspendió por la pandemia, llevaba cinco goles. “Tres de zurda”, remarca.

Como Banfield graba los partidos y los sube a Youtube, hace poco se los mostró a sus abuelos: se sorprendieron y mostraron aprobación, ahora sí.

El sueño de Rivero es jugar en la Selección. Y seguir haciendo música porque, dice, “el rap, como el fútbol, es auténtico”.

Saliendo del barrio

con una Lucha continua

por un fútbol igualitario