La producción mundial creció 240 veces en los últimos 500 años. La población en el mismo período aumentó 14 veces. Son datos que muestran dos cosas: el potencial enorme de las sociedades para transformar la naturaleza y el fracaso rotundo para distribuir los resultados.

Se puede decir que se terminaron las hambrunas: el hambre extremo. Pero ningún economista o historiador se animaría a afirmar que las personas –usando los instrumentos que se quiera para el cálculo- viven 20 veces mejor ahora que 5 siglos atrás. El punto es evidente: se produjo más pero no se repartió en forma equitativa.

¿La concentración es o no es un problema? El debate es muy intenso, pero posiblemente haya un aspecto importante: la desigualdad es imposible de justificar si implica que todos los seres humanos no alcanzan condiciones iniciales mínimas para desarrollarse.

Esto se replica de distintas maneras. Las características de la bolsa estadounidense puede ser una forma de empezar a abordar la cuestión. La mitad de las acciones que se operan en ese mercado pertenecen al 1 por ciento de los norteamericanos. La mitad de la población de Estados Unidos de menor ingreso tiene menos del 1 por ciento de las acciones bursátiles.

En tiempos de estabilidad económica el debate sobre la concentración, equidad y oportunidades tanto individuales como colectivas pierde protagonismo. En tiempos de turbulencia recupera vigor para ser uno de los focos de atención de intelectuales del establishment occidental. Esto último empieza a ocurrir con la crisis sanitaria.

El premio Nobel de Economía Edmund Phelps, en una de sus últimas columnas de opinión, lo puso en palabras claras: “Amplias franjas de la sociedad están profundamente frustradas. En las economías avanzadas, una sensación generalizada de malestar dio lugar de nuevo a discutir lo que el Estado puede y debe hacer para garantizar la justicia económica”.

Aseguró que “en gran parte de mundo sigue habiendo signos de pobreza como la desnutrición entre los trabajadores. Estos resultados son señales sombrías de que algo anda mal: el problema no es sólo la desigualdad sino un alto grado de injusticia”.

Paul Krugman es otro premio Nobel de Economía que la semana pasada se enfocó sobre los problemas del bienestar en Estados Unidos. Criticó la idea que la recuperación de un millón de puestos de trabajo informada en las últimas estadísticas sea un dato para celebrar. Aseguró que todavía falta sumar 11 millones de empleos para volver a la situación de febrero y que la recuperación de la economía está pasando por alto a los que menos tienen.

“Lo que algunos economistas y muchos políticos olvidan a menudo es que la economía no se trata fundamentalmente de datos, se trata de personas. Me gustan los datos probablemente más que a cualquier otro. Pero el éxito de la economía debe juzgarse no por estadísticas impersonales, sino por si la vida de las personas está mejorando”.

Estas discusiones sobre la injusticia económica y los instrumentos necesarios para mejorar la calidad de vida de la población tienen amplio margen para marcar la agenda. La dimensión de la crisis mundial no parece tener precedentes. Los últimos datos del Instituto Internacional de Finanzas proyectan que sólo una de las economías poderosas del mundo terminará creciendo en 2020: se trata de China que alcanzará un incremento de la actividad cercano al 4 por ciento. En tanto, la caída de la PIB mundial se ubicará en contraste en torno del 4 por ciento.

Para entender el nivel de la crisis puede detallarse que en 2009, con el estallido de la burbuja hipotecaria y la posterior crisis financiera, la economía internacional perdió menos de un punto del Producto. Y, a diferencia de esta oportunidad, países como India y otros mercados asiáticos habían conseguido crecer.