#VIVO - 7 PUNTOS
(#Saraitda / Corea del Sur, 2020)
Dirección: Il Cho
Guion: Il Cho, sobre el guion original de Matt Naylor
Duración: 98 minutos
Elenco: Yoo Ah-in, Park Shin-hye, Hyun-Wook Lee y Chae Kyung Lee

Estreno en Netflix.

Si no fuera porque los datos oficiales afirman que el rodaje se realizó entre octubre y diciembre de 2019, sería inevitable pensar que #Vivo se filmó durante los últimos meses, entre medidas sanitarias restrictivas por la pandemia de la Covid-19. Sucede que esta producción surcoreana –cuyo lanzamiento en salas en agosto fue uno de las primeras grandes apuestas comerciales de aquella industria luego de la reapertura de los cines– dialoga directamente con un contexto atravesado por el distanciamiento, los cubrebocas y el alcohol en gel como elemento imprescindible. Lo hace porque su disparador dramático es la repentina aparición de un virus desconocido, pero también porque tematiza cuestiones como el encierro, la incertidumbre ante un mañana desconocido y la soledad forzada. Todo, desde ya, en un relato que licúa géneros con tal convicción que convierte al espectador en el pasajero de una montaña rusa de emociones.

La película va directo al grano. El bueno de Oh Joon-woo (Yoo Ah-In, visto previamente en Burning) llega a su departamento, prende la computadora, saluda a sus seguidores en redes sociales y se conecta a un videojuego online, cuando un grito callejero lo pone en alerta. Y con razón, pues lo que observa desde la ventana es a una estudiante mordisqueando con ganas el cuello de su madre. Apenas después el noticiero muestra videos con escenas similares mientras un periodista afirma que se trata de un virus desconocido que afecta el hemisferio derecho del cerebro. Por si no fuera suficiente, las víctimas son “asintomáticas” durante unos cuantos minutos, volviendo imposible saber quiénes están sanos y quiénes incubando una enfermedad que los volverá zombies caníbales. Tal como ocurre desde que en 1968 George Romero filmó La noche de los muertos vivos, estas criaturas son el vehículo perfecto para encarnar una otredad peligrosa y desconocida, canalizando los temores sociales de una época.

Pero a diferencia de los de Romero, que caminaban a paso lento aunque sin pausa, los de #Vivo corren sin jamás cansarse. Mientras la calle sea una peregrinación de zombies sin rumbo y las autoridades médicas no determinen cómo detenerlos, solo queda encerrarse y esperar por una cura. O un rescate. ¿Suena familiar? El involuntario poder anticipatorio es una carta que Netflix ha sabido usar para un oportuno estreno mundial en plena pandemia, aunque lo que le toca Oh Joon-woo es mucho peor, dado que ni siquiera puede ir a un supermercado porque a) no existe más o b) apenas pisa la vereda una horda de hambrientos irá directo a comerlo. Además, la caída de las conexiones vuelve obsoleto todos y cada uno de sus dispositivos móviles, poniendo en evidencia que sus actividades diarias no son nada sin un andamiaje tecnológico capaz de sostenerlas. La buena noticia es que la película invierte esa reflexión comunicacional, dado que Oh Joon-woo batalla principalmente contra sí mismo para mantener la cordura cuando hay pocos elementos para hacerlo.

Esa búsqueda de equilibrio mental en una situación extrema traza un vínculo con ese clásico inoxidable de la literatura distópica que es Soy Leyenda, escrito por Richard Matheson en 1954. Tal como le ocurría al que se pensaba como único sobreviviente de un apocalipsis, la aparición de una vecina enciende la esperanza de un futuro posible personal y, por qué no, de toda la humanidad. #Vivo detiene entonces su ritmo frenético para dispensarle a estos personajes un par de momentos de enorme intimidad aun cuando sus ventanas estén separadas por varios metros, uno de los síntomas más visibles de la amplia fuente de géneros con que el realizador Il Cho nutre su relato. Porque si bien es cierto que el encierro implica opresión y falta de movimiento, la progresiva multiplicación de los zombies obligará a la pareja a iniciar una huida –narrada con el mejor pulso del cine de acción– puertas adentro del edificio, cruzándose en el camino con seres tanto o más peligrosos que esos hombres y mujeres ávidos de un buen cuello para cenar.