El ataque de pánico es un trastorno psicológico que hace unos pocos años podía confundirse con enfermedades físicas porque los síntomas de aparición súbita, sin motivo aparente y de pocos minutos de duración, son: taquicardia, dolor en el pecho, opresión torácica, sensación de pérdida de control y miedo a morir. Hubo casos en que la percepción de las personas que lo sufrían lo asemejaba a un ataque cardíaco. Pero no. Se trata de un trastorno psicológico que puede padecer cualquier persona súbitamente. El que lo sufrió en carne propia y decidió contarlo es Ernesto Ardito, co-director del notable documental Raymundo, sobre la vida del cineasta desaparecido Raymundo Gleyzer. Ardito tuvo ataques de pánico entre 2008 y 2011. “Fue una experiencia bastante pesadillesca. Me di cuenta de que se generaba un círculo vicioso de una soledad extrema porque no sabía explicarles a los demás de qué se trataba la cosa,  ya que no era una enfermedad que los demás pudieran ver como real”, cuenta en la entrevista con PáginaI12. “A la vez, está mal visto en muchos ámbitos el tema de un trastorno mental. Entonces, mucha gente que sufre ataques de pánico lo calla”, comenta el cineasta. Ardito recién se dio cuenta de lo que padecía al tener una charla con alguien al que le pasaba exactamente lo mismo y, entonces, asumió que tenía una herramienta poderosa para hacer circular la información entre la gente que lo sufre y que desconoce de qué se trata: el cine. Por eso escribió y dirigió el documental Ataque de pánico, que se estrena este jueves en el Gaumont y en la flamante plataforma digital Cine.ar Play, del Incaa (ex Odeón).

  “Empecé a investigar en bibliotecas todas las publicaciones sobre el ataque de pánico y el trastorno de ansiedad desde el aspecto psicológico, psiquiátrico y neurológico. Fui armando una investigación que, en principio, era para mí, por esa obsesión que uno tiene de agarrarse de la ciencia para encontrarle una explicación a las cosas. Pero también surgió la idea de un documental que hiciera circular realmente qué significa el ataque de pánico para aquellos que lo están sufriendo, pero también para los familiares de quien tiene el trastorno, compañeros de trabajo, amigos, etcétera”, argumenta el director. El film cuenta con testimonios de personas que relatan sus penosas experiencias y también se nutre de  información que brindan especialistas en el tema, desde psicólogos a profesionales médicos. Si bien el documental muestra el aspecto psicológico del trastorno, también se orienta en buscar un origen social que hace que se produzcan los ataques de pánico de manera más frecuente y en mayor cantidad de personas. En ese sentido, el documental de Ardito bucea en una mirada social para entender cómo la cultura del miedo, propia de la sociedad moderna, interviene de la peor manera en la vida cotidiana de los sujetos. Para focalizar en esa mirada social, Ardito recurrió a aquel suceso trágico -en todo sentido- que fue la crisis del 2001, para indagar cómo repercuten los fenómenos sociopolíticos en la salud mental de los individuos. 

–¿Tener un trastorno de ese tipo implica luchar contra el miedo propio, pero también contra el prejuicio ajeno?

–No sólo eso sino que hay un sistema de vida actual que es el que atenta directamente contra esto. La explicación que yo encontré es que no solamente tiene que ver con lo científico sino también con lo sociológico. 

–Si bien hablan personas que sufren ataques de pánico y especialistas, su postura se orienta a algo más social, no sólo psicológico. ¿Por qué?

–Yo me puse a investigar por qué se había generado un gran incremento del trastorno de ansiedad en los últimos diecisiete años, en la Argentina. El fenómeno más grande tuvo que ver con la crisis del 2001. Tal fue el impacto que hasta en las mismas guardias de los hospitales, los médicos clínicos aprendieron cómo diagnosticarlo; es decir, no solamente los psicólogos y los psiquiatras. Antes era una pesadilla porque mucha gente no sabía qué tenía, y si no caía en el profesional correcto no se lo iban a diagnosticar. La crisis de 2001 tuvo que ver con la incertidumbre de que no sabíamos qué iba a suceder. O sea, desaparecía el Estado como sistema de contención, la seguridad laboral, que era un sistema que nos daba alguna seguridad como para seguir adelante. Esto tiene que ver también con que las personas que sufren ataques de pánico tienen la necesidad de controlar todo lo más posible. Por eso, el síntoma más fuerte tiene que ver con la sensación de muerte.  

–¿Pudo investigar más casos de ataques de pánico por el vértigo de la vida moderna o, en realidad, ahora se conoce más sobre el tema?

–Aumentó, pero son las dos cosas porque, a la vez, se conoce más. Muchos diagnósticos del siglo XX eran errados: había personas a las que las internaban en hospitales psiquiátricos, otras no salían más de sus casas (esto está emparentado con la agorafobia: el miedo de salir al exterior). Había gente que no salía de su casa por diez años. Ahora, el hecho de poder diagnosticarlo bien, de poder medicar y seguir un tratamiento puede hacer que ese proceso dure un mes. En el aspecto sociológico es multicausal. Si hablamos también de la sociedad de control, desde los medios de comunicación a partir de la cultura del miedo, esto tiene un impacto muy fuerte en la psicología del ser humano. Estamos recibiendo todo el tiempo noticias alarmantes. Eso nos pone en una situación de fragilidad. Por más que suceda algo en otro país, lo sentimos como próximo y nos parece que nos puede afectar. 

–¿Cree que la sociedad actual enferma?

–Por supuesto. No sólo se ve por los medios. También en el trabajo. A veces, un sistema de valores competitivo está relacionado con ver al otro como un posible enemigo y eso va generando también un desequilibrio en el sistema de alarma. Tenemos un sistema de alarma normal: si viene alguien a atacarnos, se despiertan un montón de síntomas como sudoración, palpitación, etcétera. Y esos son los síntomas que también aparecen con el ataque de pánico. Lo que pasa es que el ataque de pánico es un sistema de alarma que falla, que se despierta por otras razones. Pero esas razones por las que se despierta también son las que nosotros tenemos que cambiar en nuestra vida o reconocer por qué sucede. Es el cuerpo el que nos muestra esa alarma.

–Su postura se contrapone un poco al psicoanálisis porque usted observa causas más psicosociales y no sólo del individuo en sí. ¿Cómo fue, en ese sentido, el diálogo con psicoanalistas en relación a este tema?

–Esto es como una especie de rompecabezas, donde no sólo se aportó desde el psicoanálisis sino también desde la psicología o desde la neurología. Empezaron a dialogar entre ellos, por más que las corrientes tienen diferentes explicaciones. Se generó un desarrollo de la película, donde todo caía en el modo de vida que tenemos. Al menos yo, que no soy psicólogo ni psicoanalista y observo a la sociedad, le encontraba cierta explicación desde ese lugar. 

El documental propone una mirada social sobre el tema.