”Fuimos por una pregunta básica, pero teníamos en la mano una tecnología”, reflexiona la investigadora superior del Conicet Raquel Chan, directora del grupo de investigación que descubrió el gen HB4 del girasol, que permite que algunas especies pueden adquirir mayor tolerancia a la sequía. Aplicado en plantas de interés económico -como el trigo y la soja-, implica un rendimiento 22 por ciento mayor en producción de estos cultivos.  En diálogo con PáginaI12 cuenta cómo descubrieron la tecnología y en qué estado se encuentra hoy para su comercialización. 

-¿Qué motivó esta investigación?

-Con el equipo de investigación del Instituto de Agrotecnología del Litoral venimos trabajando para responder una pregunta muy simple, que tiene que ver con cómo se adaptan las plantas al medio ambiente a nivel molecular. Para que una planta se adapte a su medio hay muchos factores involucrados: agua, luz, temperatura, etcétera. La falta de agua es el más impactante en la producción. A su vez, la planta tiene una capacidad de adaptación al medio ambiente, que depende de las especies. En esos procesos hay involucrados entre 20 mil y 50 mil genes y proteínas, algunos de los cuales tienen mucha importancia para esa respuesta de adaptación. El girasol es la especie más resistente a la falta de agua, así que tomamos uno de sus genes y se lo insertamos en una planta que no lo tenía. Esa planta que recibe el gen pasa a ser un transgénico. Le pusimos un gen exógeno y descubrimos que en el girasol era efectivo en términos de que mejoraba su rendimiento frente a distintas condiciones de riego y con respecto a otras plantas sin el gen. El razonamiento fue, si le ponemos el gen a una planta de mayor interés económico, tenemos nueva tecnología en mano. 

-¿En qué consiste el convenio con Bioceres?

-Al entender que contábamos con una tecnología novedosa que podía aportar de forma positiva a la producción agropecuaria, la Universidad del Litoral y el Conicet realizaron un convenio con Bioceres. Es que para aplicar la tecnología en plantas de interés agronómico, hace falta inversión en patentes, agrónomos que hicieran ensayos a campo de verdad, e incluso espacios para hacer estas pruebas; además de asegurarse una producción a escala. 

-¿Cuáles son los argumentos que de quienes se oponen a la comercialización de este descubrimiento?

-Hay al menos dos grupos de personas en contra de esta tecnología. Por un lado los ambientalistas, que cuestionan cualquier producto que sea modificado. Hubo mucha mala propaganda de transgénicos a principios de los 2000, y la gente asocia transgénicos a glifosatos, porque efectivamente el transgénico más difundido es el resistente al glifosato. Pero este no es el caso. Por otro lado, están los grupos económicos, a los que no les conviene que Argentina sea pionera en desarrollar una tecnología de tolerancia a la sequía, y mucho menos que se la apropie una empresa relativamente chica como es Bioceres.

-¿En qué estado de aprobación está esta tecnología para su comercialización?

-Para que en un país como el nuestro se apruebe un producto transgénico, debe pasar por tres áreas del Ministerio de Agricultura: la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia), el Senasa y la Dirección Nacional de Mercados Agropecuarios. En esta última aún no emitieron dictamen. Bioceres se encargó de financiar y gestionar los temas regulatorios.  Conabia requiere una demostración de que el nuevo producto no es dañino para el medio ambiente, o por lo menos igual de dañino que el producto sin el gen. Los resultados fueron positivos. Senasa exige corroborar que el producto no tenga más alérgenos o tóxicos que el original. También se demostró que no es dañino para la seguridad alimentaria humana y animal.  

-¿Cuál es la función de la Dirección Nacional de Mercados Agropecuarios?

-Define que el producto no le genere un problema económico al país. Para el caso de la soja, el convenio comercial con China establece que hasta que nuestro principal comprador no apruebe el producto no podemos comercializarlo. Nos exige los mismos ensayos que se hicieron en Argentina, pero en su tierra. Bioceres los está realizando hace cinco años y aparentemente está en la recta final. Con el trigo, nuestro principal cliente es Brasil y no hay un convenio, pero sí una cuestión de mercado. Aquí es más complejo porque Bioceres pide que se apruebe la comercialización del producto, supeditado a que Brasil lo apruebe; pero Brasil no va a aprobar si el país de origen no da el visto bueno. 

-¿Cuán importante es la aprobación de este producto para Argentina?

-Sería importantísimo ser pioneros en esta tecnología que se realizó gracias a una exitosa asociación público-privada y que generaría muchas divisas para el país. Asimismo, su no aprobación es un mensaje negativo para la investigación. Es decir, interpretamos que no deberíamos investigar más para conseguir tecnologías de este tipo, porque se la vamos a seguir comprando a empresas extranjeras.

 

Raquel Chan, investigadora superior del Conicet.