Nos invade una profunda indignación y también una profunda tristeza. Indignación porque observamos como crece la pobreza y la exclusión social y a la par escuchamos las voces ululantes de quienes aún en medio de la emergencia hacen obscena ostentación de sus privilegios. En estos meses los ricos se enriquecieron más y los pobres y empobrecidos se empobrecieron más.

Las políticas de shock están a la orden del día, bancarización masiva y compulsiva, imposición a rajatabla del teletrabajo, flexibilización laboral, precarización de la vida en todas sus expresiones a nivel global. Muerte por doquier, miserias materiales y morales.

Por supuesto que el reparto de calamidades es selectivo. El despliegue represivo del capital y del Estado es inocultable. La sensación de tristeza se vincula con la aceptación servil de órdenes gubernamentales contradictorias.

Los liberticidas que no son libertarios invocan la libertad como valor, la cual si no se relaciona con la igualdad es una falacia. Como bien señaló en estos días un joven militante anarquista, causa pavor y náuseas ver un vehículo de guerra explícita surcando las calles.

Es evidente que en gran medida los medios masivos de comunicación marcan la agenda pública. Ahora bien, corresponde interrogarse hasta dónde se difunden datos confiables sobre la pandemia de covid. Los datos que difunden por un lado conmueven y por otro tienden a naturalizar el paisaje de horror. Números y números. ¿Sólo números?

Además de las muertes por la pandemia de covid-19, ¿en cuánto creció durante los últimos meses el número de personas hundidas en la depresión, el alcoholismo y otras adicciones a las drogas legales e ilegales, duras y blandas? 

Muchas preguntas sin respuestas coherentes y un silencio que aturde. Corrosión y deterioro de las subjetividades. ¿La “nueva normalidad”? ¿El control total? Cabe recordar a Michel Foucault cuando afirmaba que cuando hay opresión también emerge la resistencia.

Carlos A. Solero