A veces, los medios de comunicación suelen ser inspiradores de ficciones cinematográficas. Eso le pasó a Martín Kraut cuando en 2012 leyó la noticia sobre dos enfermeros uruguayos que confesaron haber aplicado eutanasia a varios pacientes en una clínica de Montevideo. Sintió que ese podía ser el germen de su ópera prima, La dosis. El cineasta siguió el caso mientras escribía en paralelo distintas versiones de un guion que cada vez se alejaba más de lo que supuestamente había sucedido, ya que La dosis toma el espíritu de ese conflicto, los debates que produjo y las temáticas que sacó a flote con un enfoque totalmente libre. Carlos Portaluppi encarna a Marcos, un enfermero experimentado que trabaja en el turno nocturno de una clínica. Es aplicado y profesional, pero tiene un secreto. Gabriel (Ignacio Rogers), un nuevo enfermero, pronto lo descubrirá e irá tomando progresivamente control de su vida. Marcos se encuentra atrapado, sabe que sólo al exponer su verdadera identidad podrá detenerlo. El film se estrena este jueves a las 22 por Cine.ar TV, y a partir del viernes se podrá ver en la plataforma Cine.ar Play, gratis durante una semana

La dosis es una de las grandes promesas del cine independiente argentino, con una actuación descollante del actor que encarnó a “Morcilla” en El marginal. "Me interesó la temática de la historia que está inspirada en un caso real de dos enfermeros que practicaban eutanasia a pacientes en estado terminal", cuenta Portaluppi en diálogo con Página/12. "Como empezó a crecer la tasa de mortalidad en la Unidad de Terapia Intensiva de una clínica se hizo una investigación y terminaron confesando finalmente los dos que hacían esas prácticas". El actor señala que ese fue el motor inicial y la búsqueda del guionista y director de la película como punto de partida. "También tuvo eje en otros dos casos: uno en Alemania y otro en Japón, y más recientemente nos enteramos que en Estados Unidos hubo un hombre que se cargó más de cuarenta pacientes en estado crítico en terapia intensiva en un lapso de 20 años. Ese hombre tuvo una condena de 357 años de cadena perpetua. En el caso de Uruguay no hubo condena porque no les pudieron probar nada.", relata Portaluppi.

Al actor le parece interesante lo que aborda la película "porque abre un camino, inicia un debate con un tema como la eutanasia" ya que le parece que "es necesario el diálogo y escuchar qué sucede con estos pacientes que están en agonía infernal. También hay que ver qué sucede desde el lado clínico, desde el médico, el paciente, para ver qué posturas hay al respecto", plantea el protagonista de La dosis. "La mía no es una postura pro-eutanasia sino más bien de iniciar un diálogo. Hay países en Europa que tienen contemplada esta situación. Acá todavía es un tabú.

-El director también señaló que, a veces, el sostenimiento y la mantención del paciente son un negocio muy importante y redituable cuando se sabe que no hay chances. ¿Qué piensa de la política del sistema de salud en ese aspecto?

-No tengo una postura definida al respecto, porque desconozco cómo es el tema a nivel político-económico en el ámbito de la salud. Sí puedo decir que tuve la experiencia de acompañar a mi hermano durante cinco meses internado en una clínica, donde tuvo varias internaciones en la Unidad de Terapia Intensiva porque fueron catorce cirugías las que pasó. Te puedo decir que en condiciones muy complejas porque, a veces, no había elementos para poder brindar la atención adecuada, que había que traerla de afuera en algunos casos. Pero así y todo el profesionalismo con el que fue atendido y de la asistencia de los médicos, enfermeros y residentes fue de manera impecable. Le pusieron mucho amor al acompañar a mi hermano en esa oportunidad. Un día, yo estaba esperando el regreso de una de las tantas cirugías de mi hermano, con mi cuñada en un pasillo del Hospital de Clínicas, y se me cayó un metro y medio de cielorraso a los pies. Esto sucedió en 2015. Pero bueno, me parece que el sistema salud es un tema al que hay que prestarle muchísima atención. Lo hemos visto acá con el inicio de la pandemia que no se contaba con los recursos necesarios para poder afrontar una situación como ésta. Pero ¿quién estaba en condiciones? Sólo algunos países más desarrollados que el nuestro. Así que es un tema que hay que prestarle atención, más en estos tiempos.

-¿Mediar entre la vida y la muerte es de lo más extremo que puede tener una profesión?

-Por supuesto que sí. Los médicos y los enfermeros están ahí en esa línea, de un lado y el otro de la vida y la muerte. Son los que más cerca están del asunto.

-¿Cómo crees que puede ser leída esta película en estos tiempos en que se habla tanto del esfuerzo de los trabajadores de la salud?

-La lectura dependerá de cada espectador de acuerdo a cómo la sienta. A mí me parece que es un reflejo de cómo se vive, cómo se respira dentro de una sala de terapia intensiva, el estrés, la tensión, lo mal pago que están. Mi personaje está alimentándose ahí con latas de arvejas. Entonces, me parece que va a llamar un poco la atención en cuanto a la realidad que viven en este momento ya que, incluso, están haciendo reclamos por mejoras en las condiciones laborales y económicas. Sobre todo la más humanitaria y más básica es la necesidad de tener a mano los requerimientos indispensables para la profilaxis y para evitar contagios de cualquier tipo. Desde ese lugar, muestra un poco y acerca el mundo que rodea al ámbito de la sanidad pública.

-¿Cree que desde que hicieron la película y con todo lo que pasó en el medio puede adquirir nuevos significados en medio de esta pandemia?

-No sé qué resignificación tendrá porque aborda un tema que puede acercar a un debate: la eutanasia. Me parece que eso es lo importante y no los tiempos que corren de la pandemia en sí misma porque claramente no fue hecha en épocas de pandemia.

-De lo que sí habla la película es del poder que tienen ciertos médicos y enfermeros de turno.

-Sí, está claro cómo son los vínculos, cómo son las relaciones ahí adentro, pero también deja en claro la toma de decisiones que, a veces, tienen que ver con cuestiones humanitarias. La película arranca con un paciente que está en crisis entre la vida y la muerte. Por un lado, se decide abandonarlo y mi personaje decide luchar hasta el final para salvar la vida. De hecho, logra una cierta estabilización del paciente que está a punto de morirse. Hay como una recriminación de un superior médico con respecto al enfermero. Le dice: "Te felicito, Roldán, lograste que viva una semana más".

-En ese sentido, es una película que plantea debates éticos, ¿no?

-Absolutamente. Sí, totalmente. Está enfocada desde ese lugar: desde la ética, la moral y de que las personas tengan la posibilidad de elegir cortar o no el sufrimiento. Hay otro paciente que le pide acabar con el sufrimiento y él le dice: "No, no, tenés que aguantar porque vos podés salir con vida de acá". El tiene la convicción de que el otro pueda salir. Y se niega a dar el paso para cortar esa cadena de hechos sucesivos que viene haciendo él con el aplicar dosis de una medicación para cortar el sufrimiento.

-¿Qué le sucedió al internarse –valga la metáfora- en este mundo de las terapias intensivas? ¿Cómo trabajó la composición del personaje? ¿Habló con médicos y enfermeros?

-El acompañamiento personal que tuve con mi hermano en esos cinco meses que comentaba fueron durísimos. Era una etapa en que estaba a punto de estrenar una obra de teatro. Con mis otros hermanos, lo trajimos a mi hermano con un avión sanitario desde la provincia de Corrientes y lo recibí en Aeroparque. Desde ese día hasta que murió mi hermano, fue un cúmulo de experiencia de verlo sufrir; a veces, pedir basta por el dolor que venía atravesando, pero también era ver la entereza con la que él afrontaba. Era un hombre de mucha fe y mucho sentido del humor. En cada entrada que tenía en esa clínica no paraba de contarles chistes a los médicos, a los residentes, y todos se morían de la risa. Fue una experiencia de vida muy dolorosa para él, la sufrió muchísimo. Fue doloroso para todos ver el sufrimiento que llevaba a cabo. Y todo ese ir del teatro a la clínica, de la clínica a mi casa, de mi casa a la clínica, de la clínica al teatro era como un triángulo que fueron cinco meses acompañando mi cuñada que era la única que podía estar ahí porque toda la familia estaba en Corrientes, y que no se despegó un instante. Aprendimos muchísimo de lo que es el cuidado de un paciente en estado crítico. Fue una situación novedosa para todos. Nunca me había tocado atravesar acompañar una internación tan larga a alguien. Y encontrarse con todos estos problemas que decía, de que un día no había gasas, que otro día no había antibióticos. Era ir a pelear con la obra social para que le cubriera tal antibiótico. Fue realmente todo muy complejo, pero por mi hermano hacíamos todo lo que podíamos y lo que no podíamos también lo hemos hecho.

-¿Y esa experiencia la capitalizó posteriormente en el personaje?

-Por supuesto, porque yo estaba a la par con los enfermeros y veía prácticamente todo.

-¿Definirías a tu personaje como un ser solitario?

-Sí, es un hombre que está solo en la vida, que no arranca, quedándose solo después de una separación, con una mudanza, un alquiler que se le está haciendo insostenible. Es un hombre que está solo y que su mundo es su oficio. Está ahí, se alimenta de la manera en que lo hace, en los pequeños huecos que tiene entre atender un paciente y otro. Es su mundo.

-¿La película también aborda la sinuosa relación entre lo instituido y lo instituyente?

-Sí, el personaje nuevo que entra hace que el hombre que está trabajando ahí desde hace veinte años, sienta amenazado su espacio. Se siente como invadido en cierta medida. Le genera un alerta. Hay una competencia. Y no sólo eso sino que se empieza a generar una competencia hasta en la práctica misma que ellos realizan. Es una fuerte oposición la que se le plantea Marcos con la llegada de Gabriel.

-¿Cuánto de oscuro y cuánto de luminoso tiene su personaje?

-El personaje es oscuro porque si bien lo que hace es por una razón humanitaria, es algo que no deja de ser un acto criminal para nuestras leyes.

-¿En qué te afectó la pandemia como actor?

-Me afectó como persona más que como actor porque esta pandemia nos afecta a todos por igual. En el sentido de encontrar interrumpida la actividad y yendo al campo más profesional, recién ahora empieza a aparecer un protocolo para ver si podemos filmar. Yo estaba haciendo una película en marzo y nos quedaban cinco semanas por delante y aún no sabemos cuándo vamos a poder retomar el rodaje porque los protocolos que tenemos para poder volver al rodaje son realmente muy complejos y van a tener que agregar semanas. Y eso va a prolongar mucho más los tiempos diarios de filmación, por las precauciones que hay que tomar, que está muy bien. El parate económico es el de no tener ingresos desde hace seis meses.

-¿Qué significa poder estrenar una película en este contexto?

-Significa que no voy a poder tener el placer de disfrutarla en una sala. Por suerte pude verla en la sala de la DAC, en una función privada que tuvimos a principio de año con el equipo técnico. Pero extraño mucho poder verla en la sala con amigos y familia. 

El teatro no se abandona

La postal de todos los teatros cerrados no la soñó Carlos Portaluppi ni en su peor pesadilla. "Cuando empezó la pandemia, nos dijeron: 'Cerramos por catorce días'. Y hoy ya son siete meses. Era algo inimaginable", admite el actor. "Al mes o a los dos meses, empezamos a darnos cuenta realmente de lo serio que era el asunto y hubo que aceptar la realidad y prepararse, de alguna manera, para poder sobrevivir con estas condiciones", completa Portaluppi.

-¿Qué significa para usted el espectáculo teatral por streaming?

-Es una alternativa que tenemos. Nada reemplaza al teatro presencial. No es lo mismo la experiencia de estar respirando a la par con el público. No tiene comparación. Yo he hecho algún streaming. De hecho, el 7 de noviembre se repone Amami Alfredo. Es una producción de Opera 3.0, con un recorrido por La Traviata, de Giuseppe Verdi, donde yo acompaño como actor desde mi casa a tres cantantes que están en el Teatro Picadero con un pianista. Ellos son Fabián Veloz, Santiago Sirur y Patricia Deleo, con Gabriel Vinker al piano, bajo la dirección musical y escénica de Pablo Quinteros y Florencia Bendersky. Desde mi casa tuve que hacer la grabación, la interrupción a cada acto contando y narrando todo aquello que no se puede ver porque tampoco podíamos estar todos juntos filmando en el teatro por una cuestión de protocolo. Una nueva proyección se va a ver el 7 de noviembre porque la primera anduvo muy bien (entradas en plateanet.com).