La Mary se ha trepado al techo con las nenas para ver asomarse la luna azul. Es la segunda luna llena del mes pero poco tiene de azul y mucho del nácar acostumbrado. Está enorme sobre las casas. Festejan Halloween en medio de la peste. Más abajo, algunas ventanas dejan ver una cara de demonio confeccionado con papel de diario como si fuese una falsa Navidad. 

Los rebotes de las patrullas de policía sí producen un reflejo azul que les pega en los pies y baila sobre el tanque de agua. Debajo, en el bar, como si nada. Los jovencitos ríen fuerte y sin mascarillas, como si fuesen un todo, sin temor a la muerte y al contagio. Y la cerveza corre y los brindis y los aplausos, porque moderadamente están festejando un cumpleaños como a escondidas pero al aire libre. Por eso la policía ha acudido y tras revisar las mesas por si queda algún trocito de luna que puedan llevarse a la boca desaparecen por una callecita lateral donde apagando las luces del vehículo, la pareja de ratis se pone a darse besos mientras el universo cae lentamente, sin ruido y sin destellos. Son dos muchachos rubiones con sus uniformes también azules que de pronto se separan porque otra luz proveniente de un camión que reparte flores plásticas a lo delivery los ha encandilado. 

La Mary se sonríe, vigila las crías que juegan con las formas de las nubes. Los respiraderos de las fábricas parecen faraones rezando y algunos, con forma de ovnis giran imperceptibles por el viento del sur que se viene levantando. Las tres empiezan a tener frío. “Mamá, ¿la luna azul es la luna de miel?”, inquiere la de ocho. “Sí, y mucho más: es el reino del amor, nena”. “El reino del amor, el reino del amor…” canturrea la de cuatro que arrastra un conejo de hule que la protege de la ausencia de papá y del miedo que suele tener algunas noches cuando presiente que algo acecha bajo su camita.

--Mamá, ¿el papi también puede estar mirando la luna azul?. 

--Seguramente… siempre estaba en la luna -dice ella sin pensarlo. 

Y las chicas la miran a ella y a la luna misma que asoma ahora como llamada por la conversación sobre la cabeza de la Mary que parece una bruja, como esas caras dientudas con rostro de zapallo. La más chica pide bajar porque ha sentido pánico de que su mamá se convierta en un monstruo y se la coma. La más grande explica que si su papá está en la luna va a volver teñido de azul. “Pero si vuelve de día va a volver todo dorado por el sol.” 

Abajo, en el baño, la Mary se observa frente al espejo del baño. Todo ha sucedido velozmente: el noviazgo, el casamiento, las nenas, la huida de Aldo. Se siente extraña por no tener miedo. Palpita nostalgias de un futuro que no puede ver. Araceli González la mira y le guiña un ojo desde el frasco de champú. Ella le devuelve el gesto y ambas confraternizan abrazadas, suavemente acariciándose mientras que por la ventanita entra ahora la auténtica luz final de la luna y le pone un halo de romanticismo al bañito exiguo. Araceli le pasa las manos por la nuca y se despide hecha pedacitos de brillos para volver a su lugar de Genia de la Lámpara Sedal. 

Habrá que cocinar algo. Tiende la mesa como si tendiera la cama. Las nenas han desaparecido en sus dormitorios y juegan a esconderse y asustarse. En un momento tocará el timbre el Cableador Mágico y ella lo esperará con un malbec en el mantel cuadriculado, el incienso y los cuatro cenarán como si no pasara nada y la peste y la muerte no existieran. 

“Allá en Europa, la nueva cepa del corona se come las defensas que como barricadas invisibles la gente pone en cada puerta. El virus muta, se defiende de los humanos con una rabia y un tesón dignos de elogios, salvo por las morgues repletas y los bares con jovencitos y jovencitas que propagan y extienden la vida útil hasta que llega a alojarse en la garganta exánime de alguno de sus abuelos, entonces allí entenderán el mal de los males que ellos portan, que el mundo entero agita. Ya no es el comunismo ni el imperialismo ni la bomba atómica. Ahora es el fin de los fines. Los aztecas, los mayas lo habían predicho. Si perturban a la Serpiente Emplumada se arma la hecatombe. Y el reptil sagrado resultó un ser viviente de los bosques al que molestaron y abriendo sus fauces dejó caer sobre nosotros su baba”, el tipo anuncia esto como un gol, con una voz quebrada por la emoción de contar que se acerca el Fin del Mundo. 

La Mary apaga la tele. Se arregla el corpiño que Araceli le ha dejado desprendido, enciende un pitillo de la planta que cultiva en el balcón y siente una plenitud enorme. La luna azul le habla y le acaricia el cuello. “Si vamos a morir, que sea rápido”, y le deja un beso en la boca al Cableador Mágico mientras las nenas escondidas detrás del sofá los imitan y se ríen, se ríen sin presentir ni la muerte ni la infelicidad.

 

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