Al igual que sucede con la lucidez, una exacerbada sensibilidad también puede llevar a la locura. Una clase de locura tan íntima que puede pasar desapercibida para los demás, los otros que a veces sólo pueden ver síntomas: angustia o alegría injustificada. El silencio.Hay que estar dentro de esa clase de seres complejos para comprender la verdadera dimensión de lo que significa la imposibilidad de materializar en palabras sensaciones tan frágiles, siempre amenazando con desgarrar su tejido: el contacto con lo real. ¿Esa clase de sensibilidad viene con uno al mundo? ¿Acaso se hereda? ¿O empieza en algún recodo secreto de la infancia? 

 No hay uno solo personaje de los que conforman El lado solitario del río de Fabio Wasserman que no estén atravesados por estos interrogantes sin respuestas posibles. No hay verdades en lo más profundo del desamparo existencial, parecen decir a lo largo de los nueve cuentos escritos con una prosa poética de alto nivel y estructurados como un mecanismo de relojería; cuentos que dialogan con una herencia literaria bien definida en su concepto de universos cerrados, donde los finales no hacen otra cosa que desandar el principio. “La escritura la vivo como un acto de intimidad, hay algo revelador que muchas veces uno busca sin saber que lo está buscando”, afirma Fabio Wasserman que se formó en la Universidad de Ciencias Sociales (UBA), aunque su recorrido por la literatura comienza desde muy joven.“A los diecisiete años le hice una entrevista a Borges y, podría decir que ese fue mi primer encuentro con la literatura. Había terminado la guerra, los pibes muertos en Malvinas, los desaparecidos por la dictadura genocida, la represión de adentro y de afuera comiéndose la intimidad. Así llegué al departamento de la calle Maipú. Borges hablando de literatura y yo, tratando de construirme. Lo que se dice dos ciegos. Muchos años después lo conocí a Pablo Ramos, estuve en su taller, que fue un espacio muy revelador para mi forma de vincularme con la escritura”. 

 En 2008 Fabio Wasserman fundó la editorial Del Subsuelo y esa experiencia le dio la oportunidad de publicar a escritores que admiraba y que no encontraba en ninguna librería. “Me pude dar el gusto de editar y conocer a Juan José Manauta”. Recorridos íntimos, así enfatiza su relación con la literatura. “En ese silencio surgió este libro de cuentos, despegando historias que parecen una, como si fuese una gran amalgama de soledades. Pero la soledad es fecunda, uno la reproduce porque está construido de eso y busca lo que más teme. Los cuentos del libro tienen algo en común, algo de ese vacío que tenemos todos y del que no podemos desentendernos aunque escribamos libros, seamos padres, nos falsifiquemos de todas las maneras que seamos capaces de inventar para seguir viviendo”. Y es justamente en el cuento que abre la serie, “Una carta inesperada”, donde el abandono de un padre recorre toda una vida llena de silencios hasta que un día la muerte pareciera dar una última posibilidad para algo parecido a la reconciliación por parte del hijo: “Una semana después de cumplir los doce, mamá me dijo que al otro día él iba a venir a buscarme y en ese instante solo pensé en preguntas. Hice una lista en el cuaderno del colegio, eran muchos renglones escritos, un gran cuestionario que me había inventado con aclaraciones y repreguntas a supuestas respuestas que podía darme, anotadas prolijamente una debajo de la otra. Pero antes de dormir taché casi todas, y las pocas que quedaron las pasé a un papel que guardé doblado en el bolsillo del pantalón. Ese día me llevó a un bar. Le miré las manos, no paraban de temblar. Me dio susto pensar que estaría enfermo y tuve un miedo extraño, miedo a que se rompiera”, dirá el narrador para poner de manifiesto una constante que surgirá en esa infancia, una mezcla de debilidad y fortaleza, donde la imaginación ocupa el centro, la necesidad de ser querido. “No le dije que iba a buscar a papá, solo dije que me iba de marinero. El cierre del bolso se abría por el medio, le había puesto las zapatillas, los borcegos, poca ropa, el cepillo, una campera, cartas viejas, la foto de ella y 35 pesos en un monedero de plástico. Mamá me dejó que volviera al río, sabía que antes del anochecer iba a estar de vuelta en casa”. 

En la misma línea narrativa se encuentran “El cielo que aún no llega” y “Hogar”, cuentos que pueden pensarse de manera complementaria por su profundo nivel de reflexión en torno a la relación entre un madre y su hijo, una enfermedad primero, esa terrible enfermedad que llena la mente de lagunas de silencio y luego la internación en un geriátrico, la vejez dentro de una cultura como la nuestra y lo que se espera de un hijo que al mismo tiempo debe continuar con su vida. Ya se sabe: ningún cuento narra una única historia; pero en el caso de Fabio Wasserman su originad no pasa por la cuestión de la historia subterránea sino en el modo en que logra conjugar distintos planos de una supuesta misma realidad. Vale decir en la historia personal que cada uno de los personajes lleva encima desde mucho antes de mostrarlos en una situación determinante para la vida; y por eso cobra tanta significación un gesto, acaso un breve diálogo, una acción aparentemente banal como sucede en el cuento “El pez y la arena” donde una pareja irá a pasar un fin de semana en una casa de playa para intentar salvar sino el amor, al menos algo que permita comprender el dolor que genera confundir la fidelidad con la lealtad. 

En “El hombre seguro”, surge con naturalidad el humor con un dejo de absurdo a partir de la separación de una pareja y una valija de ropa de mujer olvidada debajo de la cama. Sin dudas uno de los cuentos más logrados de El lado solitario del río por lo acertado en la construcción psicológica del personaje que hace uso de las prendas de la mujer para establecer un diálogo feroz consigo mismo. Cuentos escritos durante años, guardados y vueltos a corregir, El lado solitario del río de Fabio Wasserman es esa clase de libros que un escritor demora lo suficiente en publicar hasta sentir que su verdad está lo suficientemente madura