Vestidos con atuendos del Ku Klux Klan o con ropas de combate como para una guerra, exhibiendo obscenos patíbulos con muñecos ahorcados que representan a gobernantes y políticos populares, los grupos de manifestantes anticuarentena y antivacuna (en realidad antidemocracia), montan en los espacios públicos la escenografía del lamentable espectáculo del impudor y la ausencia de límites que recorre la época.

Es que estos tiempos de pandemia han contribuido a poner sobre la superficie pasiones y prejuicios que hasta no hace mucho, salvo en períodos nefastos para la humanidad, se intentaba mantener más o menos ocultos bajo cierta discreción y pudor. No son muchos los que se aventuran hasta esos territorios del goce mortífero exhibido en público, pero más vale estar alerta ante el peligro que las identificaciones inoculan. Sabemos que en las películas de catástrofes, la invasión de las plagas comienza con la aparición de unos pocos ejemplares revoloteando y zumbando en los vidrios de la ventana o por debajo de las puertas. El fenómeno no se reduce por cierto a lo local. Recientemente en las manifestaciones a favor de Donald Trump, después de su derrota electoral, se pudo observar a algunos individuos aislados, pero muy exaltados, llamando directamente a una guerra.

La no aceptación de la pérdida, la negación de la falta, el creer que el todo es posible, la atribución de la frustración electoral a maniobras de fraude por parte del adversario político, parecieran ser hoy la regla de las derechas en el mundo. No hay aceptación de la derrota.

El “Más allá del principio del placer” descrito por Freud en relación con la vida psíquica, ha pasado a ocupar en muchos casos el centro de la escena: el mundo, o al menos una parte de él, empieza a acontecer enteramente por el lado de la pulsión de muerte. Lo que antes se sublimaba o procuraba disimularse (aunque frecuentemente se filtrara a través de la no coincidencia de los enunciados con las enunciaciones), hoy se exhibe sin culpas ni autocensuras. Se exhiben impúdicamente el odio, el racismo, la discriminación, los anhelos de sometimiento al otro, la violencia, la mentira deliberada, el insulto. Una mostración irrespetuosa de lo abyecto. Además, aquello que hasta no hace mucho en cierto modo avergonzaba: la incultura, el desconocimiento, la desinformación, ahora se positivizan y proclaman públicamente.

Hoy ser racista, segregacionista, impiadoso, violento, neofascista, daría prestigio a quienes alardean histriónicamente esos rasgos y posiciones subjetivas; individuos que ostentan su brutalidad y agresividad casi como signos de clase. Para algunos queda bien mostrarse rudo, severo, belicoso, intolerante, mendaz, insensible. Para los individuos que lucen esos caracteres, la psicopatía pasaría a constituir una señal de pertenencia identificatoria que otorgaría un pretendido lugar imaginario de orgullo social. Pero es el poder neoliberal el que proporciona el credo, el verbo, que legitima esas conductas carentes de reparos y frenos inhibitorios.

La “grieta” de la que hoy tanto se habla y que involucra a buena parte de la población mundial, no es simplemente una discordancia entre quienes adhieren y quienes repudian a un determinado gobierno, sino una fractura entre los colonizados por el poder dominante (que está llevando al mundo a lo peor) y los que se resisten a ello, el desacuerdo entre dos concepciones no sólo de la economía y las finanzas sino también de la vida misma en el planeta.

Por ahora el accionar antidemocrático (de los grupos colonizados por los preceptos del discurso neoliberal), aun cuando las fundamentaciones que pretenden sostenerlo sean demasiado débiles, se desarrolla (aunque mendazmente) en nombre de la democracia, de la defensa de las libertades individuales, de los argumentos antivacuna, de la preservación de la constitución, etc. Quizá no esté lejos el día en que esa acción ya no necesite de relatos ni mentiras ni justificaciones de índole alguna y se despliegue sólo por obediencia irrestricta a los mandatos de la pulsión mortífera desatada. El racismo, los prejuicios, la discriminación, la violencia, la brutalidad, sin preámbulos, sin explicaciones, sin excusas, sin relatos, sin rodeos verbales, sin palabras, sin lenguaje.

Espero que ese día no llegue. 

*Escritor y psicoanalista