De actrices, mudanzas y crecimientos. Dos de las películas presentadas por estos días en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata registran el paso de la infancia a la adolescencia o bien de esta última a una joven madurez, aunque no necesariamente puedan catalogarse fácilmente con la etiqueta coming-of-age. Es el caso de la argentina Las mil y una, segundo largometraje de ficción de la correntina Clarisa Navas, que viene de abrir, diez meses atrás, la sección Panorama del Festival de Berlín, primer escalón de un recorrido internacional en un año plagado de eventos no presenciales. En la no-actriz Sofia Cabrera, excompañera de básquet de la realizadora, Navas encuentra a su Iris ideal: una chica tímida y algo nerviosa de diecisiete años, habitante del barrio popular de la capital correntina conocido como Las Mil Viviendas, un ámbito que puede ser protector pero también mostrar sus afiladas garras. A Iris le gustan las mujeres, aunque insista en afirmar que no es lesbiana, y la llegada de una chica un par de años mayor que ella, Renata (la actriz Ana Carolina Garcia), le abre las puertas y ventanas a una nueva etapa de su vida.

Desde la escena que abre el juego –un magnífico plano-secuencia que sigue a la protagonista mientras hace rebotar su pelota contra el piso, al tiempo que revela la laberíntica estructura de los monoblocks– la directora de Hoy partido a las 3 construye un universo fílmico que toma su inspiración del mundo real. Un relato con alcances corales en el cual la familia, los amigos y los vecinos tienen mucho que ver con el personaje principal. Pero más allá de la deriva que Navas le aplica inteligentemente a la narración –los dos hermanos de Iris, en particular, ocupan su buen espacio en la pantalla– es el día a día de la “heroína” el que termina transformándose en el corazón del film. Con las mejores o las peores intenciones, Las mil y una puede ser catalogada como “de temática LGBT”, pero es mucho más que eso: a Navas parece interesarle más la particularidad de cada una de sus criaturas que cualquier rótulo ligado a la identidad o la disidencia. Eso también es hacer cine político, sin gritarlo a los cuatro vientos.

La surcoreana Moving on, ópera prima de la realizadora Yoon Dan-bi, comienza con una mudanza: sin esposa a la vista, papá y sus dos hijos –la adolescente Ok-joo y el hermano menor– cargan la camioneta y recorren algunos kilómetros hasta la casa del abuelo, que no anda bien de salud. A poco de instalarse en la espaciosa casa, llega también la tía de los chicos, quien parece estar atravesando un momento de crisis matrimonial quizás terminal. Con los peones ocupando su lugar inicial en el tablero, la película de Yoon avanza sin prisas ni grandes conflictos a la vista aplicando las reglas de un género cinematográfico con larga tradición en el cine oriental, en particular el japonés: el drama cotidiano centrado en la familia, territorio que Yasujiro Ozu supo llevar a su máxima expresión de exquisitez y trascendencia. Los choques generacionales, las disputas entre miembros del clan, las diferentes visiones del mundo y de la vida aparecen en primer plano sin necesidad de subrayarlas, con la mirada casi siempre puesta en Ok-yoo y su hermanito (al fin y al cabo, el título original en coreano podría traducirse como “La noche de verano de los hermanos”).

Entre cenas improvisadas y festejos de cumpleaños, conversaciones a escondidas e interminables noches de calor, el empeoramiento de la salud del abuelo dispara el meollo de lo que sobrevendrá: la posibilidad de internarlo en un geriátrico y vender la casa familiar. El padre sobrevive a duras penas vendiendo zapatillas de segunda calidad y la situación financiera de la familia no está su mejor momento, algo que el más pequeño desconoce por completo pero su hermana mayor no puede dejar de advertir, al tiempo que el drama subyacente del abandono de la madre comienza a adquirir cada vez mayor relevancia. De tintes clásicos pero nada académicos, Moving On, que pasó por festivales como Rotterdam y San Sebastián, es una película potente pero sutil, nunca gritona (a pesar de que, sí, se escuchan algunos gritos y llantos). Un muy buen ejemplo, además, del lugar cada vez más importante que están ocupando las directoras coreanas en una posición históricamente masculina.

También de Asia, del vecino Japón, se presentó en la Competencia Internacional la última creación del prolífico Sion Sono, el director de Suicide Club y Love Exposure y un verdadero “abonado” del festival marplatense. Como en su anterior Why Don't You Play in Hell?, Red Post on Escher Street también utiliza la estructura del cine dentro del cine para desenvolver un complejo ovillo narrativo, pero aquí el rodaje en sí mismo es lo de menos: es el casting previo a la realización lo que ocupa gran parte de las dos horas y media de proyección. Con un tono habitual en Sion, las historias de las candidatas a protagonizar la ficción dentro de la ficción cruzan el melodrama desembozado con el disparate absoluto, como ese grupo de fanáticas del director Kobayashi (posiblemente un guiño no a uno, sino a dos renombrados cineastas nipones) que pasan las tardes acariciando una gigantografía de su rostro. Kobayashi es joven y talentoso pero, a pesar de tener una década de carrera, está atravesando un período de sequía creativa, apoyado por una guionista que parece estar en todos lados.

Red Post on Escher Street va y viene en el tiempo, acompaña a unos y otros de manera alternada y compone su lógica a partir de los cruces entre los personajes durante las audiciones. Así toman su lugar de relevancia un viejo productor dispuesto a todo con tal de que su amante actriz ocupe un lugar en el reparto, una candidata cuyo padre acaba de suicidarse de manera sangrienta y una viuda joven que desea cumplir el sueño de su marido muerto: comenzar una carrera actoral profesional. ¿Se trata de una crítica al estado de las cosas en el cine japonés? Difícil saberlo: con sus locas y veladas referencias al cine de Richard Lester y Nagisa Oshima y personajes tan extremos como enloquecidos, Sion vuelve a ofrecer un film lúdico que, por momentos, parece tomarse a sí mismo en serio. O tal vez sólo sea otra gracia travestida de falsa gravedad.

* Para acceder a las películas sólo es necesario registrarse en el sitio web y pedir un ticket virtual.

* Las mil y una puede verse hasta hoy. Red Post on Escher Streer estará disponible hasta mañana y Moving On hasta el viernes 27.