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El 13 de setiembre de 1993 fue un lunes de un sufrimiento desgarrador para la mitad de los habitantes de la ciudad de Rosario, cuyo corazón está partido en azul y amarillo, y en rojo y negro. Cuando a eso de las cinco de la tarde el avión de Aerolíneas Argentina apareció entre las nubes del cielo y se posó sobre la pista del aeropuerto de Fisherton, Diego Armando Maradona había tocado suelo rosarino. No estaba obligado a arrodillarse, como el Papa, para besar la tierra hospitalaria. Sólo debía levantar la mirada y escuchar el ulular de las voces que desde la azotea del edificio de la terminal cantan “Maradooo, Maradooo, Maradooo”.

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Su mujer sabía que no podía despertarlo muy temprano. Pero ese día, Tini se vio obligada a irrumpir en la habitación matrimonial ante semejante noticia. Maradona era nuevo jugador de Ñuls. El Negro se sobresaltó en la cama. “En realidad, no pensaba que iba a venir a Newell’s ni a Central. Pensaba que podía irse a un fútbol menos conflictivo como el de Japón -razonó Fontanarrosa-. En realidad no me causa ninguna gracia verlo con la camiseta de Ñuls porque, si no es el mejor, es uno de los mejores jugadores del mundo”. Pero no dejó pasar una ironía: “En relación con los hinchas de Ñuls y sus jugadores, Central también tuvo lo suyo, sin ir más lejos ahí está Kempes, pero por ahora lo van a mostrar orgullosamente a Maradona. Lo que todavía no tienen son hinchas famosos”.

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“Y dale alegría a mi corazón”, escribió y cantó Fito Páez a modo de homenaje por el memorable gol a los ingleses. Las hinchadas de fútbol se apropiaron del tema, la de Boca, la de Independiente… Cuando Fito presentó el tema en el estadio cubierto de Obras Sanitarias de la Ciudad de Buenos Aires, el público de rock hizo honor al grito sagrado: “Maradooona, Maradooona…”.

“El fútbol y la música son dos grandes ilusiones, son para divertir a la gente”, dijo Fito. Solo que ahora estamos un poco más solos.