Llegamos sobre el mediodía, una bandera rosada de lamé con el nombre de la referenta cuelga detrás de la mesita con torta de manzana y budín, un cartel de cartón ofrece patty, pancho, pizza, mesa dulce y placer. Las compañeras de la organización cargan latas en el freezer del garaje, bajo las nalgas apretadas por un short de jean, dos dedos Fuck You tatuados expulsan las miradas atrevidas. Una muchacha muy coqueta se arranca con pinza de depilar los pelos de las cejas, otres pelean con la resaca de anoche que tuvo fiesta de religión. La calle está cortada, los vecinos se asoman con la sonrisa desdentada y la barriga peluda, un auto estacionado es decorado por les niñes que sin permiso celebran en las carcasas abolladas. El mural esplendoroso se abre en colores y el rostro amarronado de Diana Sacayán se empieza a asomar con la wiphala pintada entre distintas manos que rezan “Trava, sudaca, originaria”. La medianera de la casa florece Amancay. Las compañeras travestis de distintas organizaciones amigas se saludan: Disidencias en lucha de Zona Norte, Nuevo Encuentro, Vecines autoconvocades, Movimiento de Integración Sexual, Étnica y Religiosa (Miser), Osvaldo Bayer Centro Cultural, La Chinaski, Frente de Ollas Populares, Comisión de escuelas contaminadas por Klaukol. Estamos en La Matanza, en la casa del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (M.A.L) fundado hace dieciséis años atrás, en 2004 por Diana Sacayán. Hoy con la conducción de su hermano trans, Say Sacayan y más de treinta compañeras que trabajan activamente celebramos la vida y la muerte, el orgullo y la memoria.

Río Paraná

Días de revuelta

En el mes de noviembre, específicamente el 20, se conmemora internacionalmente el día de la memoria trans para recordar a las personas trans asesinadas. La efeméride internacional, surge en Norteamérica en el año 1998 a partir del asesinato de Rita Hester, una mujer trans afroamericana. Mientras se globaliza el día, a nivel local, en Argentina, se celebra el orgullo para localizar aquella monumentalización de la revuelta Stonewall. Activistas de Buenos Aires a fines de los 90 modifican el 28 de junio gringo por una fecha calurosa que previniera las neumonías y la exposición a la epidemia del sida. De esta manera, ambas efemérides, de memoria y visibilización LGBTIQ+ promediando 2020 en el cono sur, se nos superponen. Esa historia cíclica, yuxtapuesta, donde la vida y la muerte se tocan, parece ser recurrente. Y otra pandemia recién en noviembre permite encontrarnos. Con permanente trabajo territorial, programas de vacunación en la casita del fondo, la distribución de alimentos y mercadería, talleres de teatro, fotografía y la olla popular de los jueves que desborda a la propia comunidad travesti trans -y llena la panza a muchas otras personas del barrio- estamos haciendo un orgullo matancero con el mural diseñado por las artistas locales Cin braga, Cecilia Lestra, y Tamara. El acto comienza en el patio, escondiéndonos del aguacero que amenaza en llegar. Se festeja la resistencia, se siente algo parecido al alivio, como si empezara un nuevo tiempo en el que el dolor de la pérdida por fin ha transmutado. El micrófono circula entre distintas compañeras, la artista trans Emili Star se canta unos temas propios de punk rock tierno alucinantes: “yo quisiera esta noche olvidar, ese día feliz será”.

Luli Sanchez, Ivana Gutierrez y Alba Rueda se hacen presentes para recibir un reconocimiento por el incansable apoyo en el que las voces se cortan y las lágrimas se asoman. Alba, subsecretaria de Políticas de Diversidad de La Nación, reconoce la potencia de la ley provincial 14783 de cupo laboral travesti trans impulsada por Diana y espera con optimismo la sanción de la ley a nivel nacional. La implementación del DNU de cupo laboral y el registro público nacional ya están en marcha. Junto con el Ministerio de Trabajo, el “Registro Diana Sacayán” para personas travestis, transexuales y transgénero está abierto a postulantes para ocupar un puesto en el sector público provincial y pueden enviar sus cv a [email protected]

Tres ombúes

La Matanza, en el tercer cordón del conurbano, uno de los partidos más grandes de la provincia, con más de dos millones de personas, carga sobre sus espaldas la historia de su nombre: la matanza querandí. Los ríos se bañaron en rojo sangre y el nombre de la violencia se perpetuó con la llegada del hombre blanco. Al primer genocidio indígena, a esa matanza que se naturaliza con nombre propio, se le sumó el genocidio estatal del Siglo XX. En la última dictadura, el emplazamiento ancestral querandí conocido por sus enormes “Tres ombúes” milenarios, además de ser un sitio arqueológico, hace algunos años, el hallazgo de cuerpos, cráneos de bebés, parecen confirmar que se utilizó como cementerio clandestino del terrorismo de Estado. Así, la tesis de David Viñas, del doble genocidio se confirma y parece quedarse corta, porque en este mismo territorio acecha un tercero: el travesticidio social. El travesticidio, categoría reivindicada -sino creada- por Diana Sacayán hace alusión a la muerte sistemática de las personas trans, por abandono del Estado y de la sociedad civil, además de la muerte violenta y directa. Como sabemos, fatídica y circular ironía, ella misma es víctima del puño de Gabriel Merino. El travesticidio de Diana en 2015, llevado a la corte con un fallo histórico en el 2018 reconoce el travesticidio como agravante de odio y una vergonzosa marcha atrás, el pasado octubre, por el tribunal de Casación. Así, en el mes de noviembre, se amplifica con extrema necesidad la exigencia de memoria, verdad y justicia a todas las travestis y trans asesinadas, perseguidas, criminalizadas y abandonadas.

Fuimos con tres ombúes bebés, a conversar con las compañeras, como un equipo de artistas que nos damos por llamar Río Paraná. Maia Pueblas, sentada en una silla de plástico negro, dice que siente la presencia de Diana ahí, su espíritu. “Diana está presente, con nosotras, yo la siento, ¿vos no la sentís?, vive entre todas las travestis del barrio. Todo el mundo sabe que está acá”


Creer o reventar

Entre tantas travestis nos encontramos que muchas son umbandistas, algunas recién iniciadas, otras practican hacen muchísimo tiempo y otras son Mai de santo. “Las religiones afrobrasileñas son mucho más abiertas a la diversidad de género” explica Daniela Silva, de M.A.L, mientras entrega una porción de pizza.

Al hablar con Natalia Brunelli, abogada de la secretaría de la diversidad de Morón, su biografía es una de las tantas maneras de ser sobreviviente. Quién le ha señalado el camino es su mamá, fallecida, a través de los sueños. Esa presencia la acompaña y lleva a graduarse y establecerse con una pareja. También hubo temporada de peleas oníricas incansables que no la dejaban tranquila. Le consultamos si acaso esta fe en la aparición de los mensajes entre sueños tenía asidero en prácticas indígenas. “Soy adoptada. Tenía mucho miedo que mi papá adoptivo se sienta rechazado si buscaba mis orígenes. Lo enfrenté recién a los 40 años y él me dio su apoyo. Fui a Madres de Plaza de Mayo que me derivaron al SENAF en donde encontré mi expediente. Mi adopción había sido legal y resulta que mis hermanos son santiagueños… puede ser que sí tenga orígenes indígenas”.

Noelia Belén Luna, hace 38 años está ligada a religiones afro-indígenas, religiones según ella misma define animistas, naturistas y espiritistas. “Mi sangre es una mezcla de ancestralidad correntina y afro brasileña. Creemos mucho en la ancestralidad, nuestro destino está marcado por los que ya no están. La primera forma que tiene la colonización es religiosa, el genocidio a las comunidades tupí y guaraníes empieza por quemar sus templos. Vinieron a destruir nuestras creencias e imponer que Jesus debía ser blanco. Yo no he visto nunca barro blanco, no sé cómo Adán y Eva lo son” dice entre risas.

Daniela Jazmin Silva, huye un poco de la grabadora, pero por fin logramos sentarla entre los tres ombúes. “Soy umbandista. Es la única religión que nos acepta. No soy Mai, no quiero tener hijos. No me inició nadie. Fui con una amiga a los trece años y me gustó. Sentí algo adentro y me quedé. Y seguí la religión como corresponde. Con humildad. Hay muchos templos que son lujosos. Yo no soy así. Los espíritus necesitan una pollera blanca y una remera blanca y ya está, con eso son felices. Las hijas de oshum te muestran el oro, la fortuna, el ashé. Yo no soy así. Yo soy de la humildad. Mi orisha es Oia Timboa. ¿La conoces?”, pregunta. “Sí”, presumo, faltando a la verdad. Me contesta: “¿Viste somos re buenas? Lo justo es justo”

La tormenta se disipa en la calle López May, y en un búsqueda rápida encuentro que Oya Timboa propicia los temporales, los vientos huracanados y según dice la net. Vive en la puerta de los cementerios. Say Sacayán sostiene que la religión es parte de la identidad travesti conurba y nos vamos con nuestros tres ombúes a plantarlos a la reserva ecológica de Laferrere: un intento de devolverle a la tierra lo suyo. En el viaje soñamos que este partido del conurbano haga su rectificación de acta de nacimiento y La Matanza pueda nombrarse el gran Vividero.