Se acerca diciembre. Se acerca el fin de este crudo 2020. Se terminó el ASPO, esta semana se terminó nuestra infancia y hemos aprendido que, de cada portazo, emergió un sendero incierto, pero sendero al fin. Recuperemos, entonces, en estas páginas, cuatro libros que no podés perderte, que parecen hablar de finales, pero que están dando el principio, como toda buena lectura que se precie, a una nueva idea en nuestras cabezas.

HIJAS, de Lucy Fricke (Odelia Editora)

¿Se puede hacer un road trip a los 40? ¿Y a los 90? ¿Y si encima tiene tintes de viaje iniciático? Kurt, el padre de Martha, tiene más de 90, está por morir y pide que lo lleven a Suiza, a una clínica de eutanasia. Las amigas, que se conocen desde los 20 y están cerca de los 40, conflictuadas y en sus propios mambos, agarran el auto descacharrado del viejo y lo llevan. El inicio es la muerte, entonces, y como todos somos nuevos en ello hasta que llegamos a ella, éste es también un viaje iniciático.

Fricke es una escritora alemana que se formó en escritura creativa y lleva años publicando, incluidas tres novelas previas. Además, organiza el festival de literatura y música juvenil de Hamburgo, y ganó el premio Baviera con este libro, donde nos arroja a una aventura muy divertida y plagada, a la vez, de reflexión. Bienvenidxs a HIJAS, el libro en el que Betty y Martha juegan a ser Thelma y Louise pero en su versión farsesca y riéndose de ellas mismas.

Con diálogos graciosos, ironía, algunos giros en la trama que nos dejan medio perplejos, psicoanálisis y lo mejor de las road trips que es esa combinación entre la aventura y la acción seguida de largas parrafadas de reflexión: los viajes, en definitiva, permiten la perspectiva sobre el yo, sobre el ser cotidiano, sobre nuestras propias estructuras y vivencias.

Fricke se vale de estas dos amigas, Betty y Martha, para trazar una lectura aguda del malestar de época: no triunfamos, somos libres, no estamos felices. Y encima nuestros padres, los que nos dieron toda la libertad y los que desaparecieron sin dejar rastro, nos siguen doliendo e importando; y tienen el tupé de morir y obligarnos a crecer.

Todo esto, de Ayelén Vázquez (Futuröck Ediciones)

El amor ha sido narrado infinidad de veces. Desde lo inocente, desde la pasión, desde el anhelo, desde el imposible, desde la ruptura y hasta desde la idealización. Todo esto recoge algunas de las piezas más interesantes de estas posibilidades y hace un collage: capítulos breves sobre el amor y el desamor a partir de una historia que va de atrás hacia adelante. Ya sabés que la historia fracasó, pero no podés dejar de leer. Y a medida que se acerca el quiebre, cuando el choque del Titanic frente al iceberg es inminente, igual te dan ganas de taparte los ojos.

La historia de la narradora –¿Ayelén?– con Lucas tiene todas las marcas de época y la narración es tan cotidiana, tan coloquial, que es probable que sientas que estás hablando con una amiga que te está contando los vaivenes amorosos con su chongo. En el medio se pone de novia una o dos veces, se separa otras tantas, se trenza con el amigo Lucas, que sí, que no, que no sos vos soy yo, y después el punto de quiebre: vamos a intentarlo.

Toda la neurosis de época está puesta en Todo esto al servicio de entender o exorcizar el dolor de tratar de lidiar con lo que Lucas y la narradora denominan el monstruo. Todos en este mundo hemos pasado por nuestro monstruo, ese desenfoque que nos arrastra de las muñecas fuera de la escena. Y, aunque estemos en un momento ideal, de película de amor, de felicidad plena, nos lleva a una reflexión difícil: ¿y si no soy feliz con esto? ¿esto es todo? La respuesta no la tiene nadie y por eso duele.

Finales, de Facundo Pedrini (Tanta Agua)

Sí, Facundo es el de las placas rojas de Crónica y es el autor del libro Argentina, una historia en placas, pero este libro no va en esa línea. No es una seguidilla de síntesis ni representaciones populares; Finales es otra cosa, es una búsqueda minuciosa por la reflexión íntima que surge, sí, de un cierre: la muerte de su mamá.

Partiendo entonces de un texto que te deja los pelitos del brazo en estado de gracia, de una sensación de tristeza y quietud, pero a la vez de cierta calma, Facundo toma su estilo de la frase concreta, acuña un modo de armar –poemas, crónicas, géneros híbridos y variados que se entrecruzan– para ir horadando la piedra de los sentidos: ¿qué pasa cuando un amor termina? ¿y cuando una vida termina? ¿qué otros universos se abren?

Hay también declaraciones de amor, a modo de perfiles periodísticos de personajes como Osvaldo Bayer, declaraciones políticas a modo de recuperación de muertos populares como Claudio "Pocho" Lepratti –gugleen, che–, y un delicado pero insistente juego con la palabra.

Finales es un comienzo, probablemente, para algo que seguirá estando en la escritura y la producción literaria reflexiva. Bienvenido eso.

Bocacalle, de Paloma Sánchez (Rangún)

Después de una paja te aburrís y te hacés otra paja pero no es igual.

Eso que acaban de leer puede ser una poesía. Y de hecho lo es. Y muy buena. Y abre imágenes, ideas, angustias y calma. Todo eso es Bocacalle, el poemario de Paloma Sánchez, doctora en Comunicación, escritora, poeta, que en su reconstrucción de versos precisos, sintéticos y lúcidos, abre, con el final de cada uno, un mundo de imágenes floridas e ideas que se arremolinan.

Poesía de género, poesía feminista, poesía sexual. Hay deseo, hay fricción y hay verdad en narrar cuerpos y sus limitaciones. El cuerpo y su realidad, la del día después de ser carne y deseo. Porque al otro día el cuerpo sigue estando, aunque esté en el baño o en el taxi yéndose.

Los poemas de Paloma pican. Pican porque hay que rascarse. Porque ser mujer, aunque el feminismo arrecie, aún es ser mujer: es ser peligro, es tener peligro, es padecer mucho mandato. Hay que leer poemas como los de Paloma Sánchez, entonces, leer Bocacalle para que haya un final. Para que haya un principio: un mundo nuevo.